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Columna
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El caballo de Franco

De manera periódica y con insistencia regular, Francisco Franco regresa. Lo exhuman quienes lo adoraron o aún lo reverencian, quienes se opusieron a su régimen e incluso quienes no lo vivieron y se interesan por lo que fue. Modestamente, yo mismo le doy una magra actualidad periodística al dedicarle una columna. ¿Y por qué hago esto? ¿Acaso porque me faltan imaginación o intuición para tratar otros asuntos? "¿Les parece que éste es el tema que más preocupa a la sociedad en estos momentos?", dijo un político valenciano días atrás. Se lo reprochaba a los rivales que mencionaban al Generalísimo en una sesión del Ayuntamiento. Muy interesante. Yo mismo debería recriminármelo: ¿preocupa Franco a la sociedad actual?

Admitamos que el Caudillo no interese en absoluto. Entonces, ese tema sí que sería realmente preocupante. Regresar a Franco no es una arbitrariedad ni un anacronismo: el día 1 de abril de 2009 se cumplen 70 años de su victoria y, por hache o por be, los números redondos nos convocan. Pero hay algo más. Días atrás, la prensa publicaba una noticia: el descubrimiento del acta del Ayuntamiento de Valencia que, en sesión de 1 de mayo de 1939, aprobaba "un dictamen de la alcaldía, proponiendo, que se acuerde nombrar a S. E. el Generalísimo y Jefe del Estado Don Francisco Franco Bahamonde, Alcalde Honorario de esta Ciudad". El hallazgo tiene autor: es Matías Alonso, de la Fundació Societat i Progrés. Haciéndose eco de esos datos, el Grupo Socialista del Ayuntamiento de Valencia pedía la revocación de dicho título. En sesión de 27 de marzo de 2009, la mayoría popular del gobierno municipal rechazaba tal petición. Por tanto, Franco seguirá siendo alcalde honorario de Valencia.

Yo propondría algo más: que una lápida colocada a la entrada de la institución informara de ese acuerdo remoto, con un memorial adjunto que además detallara el contexto de aquella decisión. No hay que asear el pasado. Hay que mantenerlo para ilustración y enseñanza. Más allá de lo que dicta la Ley de Memoria Histórica, creo que no debemos retirar a Franco de nuestro presente, de nuestras instituciones, de nuestro pasado más reciente.

Comprendo que, al enterarse ahora de aquel acuerdo, los munícipes socialistas quieran arrebatarle al dictador esa distinción, una ignominia. Pero, si me permiten, el mejor modo de manejarse con el pasado de nuestras instituciones es mantener vivo lo que nos avergüenza para instrucción de las generaciones actuales. La estatua ecuestre de Franco que campeaba desde los años sesenta en la Plaza del Caudillo se retiró en septiembre de 1983. Fue un acto de coraje político, cierto. Pero, al ser trasladada al Patio de Armas de la Capitanía General, dejó de ser visible. Allí se encuentra, sin ocupar el espacio público y sin incomodarnos. Estuvo bien que se tomara dicho acuerdo, pero al final su evacuación nos deja en la ignorancia, como si el caballo de Franco jamás hubiera estado entre nosotros.

Y estuvo, vaya si estuvo. Precisamente por ello, cuando leo sobre la victoria del 39, cuando leo sobre aquel jinete, siempre me repito lo que escribiera Louis-Ferdinand Céline: "Tienen mucha suerte los caballos, ya que si bien padecen la guerra como nosotros, no se les pide que la suscriban, ni que tengan el aire de creer en ella. ¡Desdichados pero libres caballos!"

Yo no padecí la guerra directamente, pero, de verdad, que a veces me dan ganas de relinchar.

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