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"La calidad de la democracia se degrada a toda velocidad"

Conferencia del director de EL PAÍS en Gandia

La calidad de la democracia se degrada a velocidad de vértigo. El odio, la bronca, la mentira, la demagogia y las tendencias totalizadoras de cierta prensa, mayoritariamente adscrita al universo de la derecha, están llevando a la democracia española a un pantano de aguas peligrosas. Frente a esta situación, el papel de los periódicos en el control de la actividad política es un imperativo moral.

Sobre estas tres ideas, Javier Moreno, director de EL PAÍS, construyó la conferencia que sobre Periodismo y democracia pronunció ayer en el salón de actos de Fomento en Gandia. Moreno expresó su preocupación porque la demagogia y el totalitarismo de ciertos periódicos, los predicadores radiofónicos y la pléyade de televisiones digitales que han hecho de "las ideologías cerradas, los insultos y las mentiras un coto", no solo tienen como objetivo el derribar al adversario político (los socialistas en este caso) sino que incluyen a todos aquellos que no se atengan a las directrices "de estos personajes cegados en su tarea de repartir certificados ideológicos de buena conducta". A todos los que no encajen "en su idea inmutable, excluyente e intolerante de España".

El caso Gürtel, su derivada que salpica al presidente Francisco Camps, y la corrupción fueron objeto de las reflexiones del director de EL PAÍS. Javier Moreno afirmó que "las verdaderas consecuencias de la corrupción política es que tienden a arrastrar al partido que las ha tolerado hacia los márgenes del sistema democrático. Todo ello amenaza con deteriorar hasta el límite de lo soportable la calidad de la democracia en España si los conservadores ganan las próximas elecciones sin haber purgado previamente el papel central que han jugado en los escándalos".

Ante está situación, qué papel puede jugar la prensa. Moreno aseguró que el control más efectivo de la actividad política es el de la opinión pública. Por esa razón, añadió, "debilitar el escrutinio de la prensa hasta acabar con él, o convertirlo en parodia inservible, no puede más que obedecer a objetivos bastardos". Defender el papel de los periódicos en una democracia avanzada es "un imperativo moral", concluyó.

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