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Columna
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En capilla

Si nos atenemos a lo que proclaman, tanto el presidente Francisco Camps como el secretario general del PPCV, Ricardo Costa, nunca han estado más tranquilos desde que estalló el escándalo Gürtel, donde aparecen implicados en el mortificante asunto de los trajes confeccionados a cargo presuntamente de la trama corrupta destapada por el juez Baltasar Garzón. Es muy posible, sin embargo, que esta semana hayan tenido que echar mano de los ansiolíticos para domar la ansiedad que sin duda debe provocarles la remisión del sumario que les implica al Tribunal Superior de Justicia de la CV que ha de decidir, como personajes aforados que son, si instruye o no la causa. En estos momentos, pues, la moneda está en el aire o en un limbo procesal, según palabras de una jurista que sigue de cerca el caso, y los interesados permanecen en capilla.

De todos modos, y sea cual fuere el sesgo judicial que se produzca, resultaría prodigioso que el Molt Honorable -que en definitiva es la única figura relevante de este embrollo- saliese políticamente indemne. Después de toda la información divulgada acerca de las dádivas y corruptelas constatadas y tan desmañadamente desmentidas, muy razonada habría de ser la eventual sentencia y contundente el fallo absolutorio para disipar la estela de sospechas y descrédito que ha dejado tras de sí este vodevil de sastrería y adjudicaciones públicas cortadas asimismo a la medida de los beneficiarios, esa cofradía de amigos del Consell y del PP. Una fetidez que tampoco aventaría el archivo de la causa, y ello a pesar de las aclamaciones y desagravios multitudinarios que se movilicen. Basta ver el tratamiento mediático y -sobre todo- el más inclemente trato satírico que se le aplica para pulsar el desprestigio irreparable que ha herido al líder del partido hegemónico.

¿Qué hacer, pues? Por el momento, esperar a que la moneda aludida caiga de uno u otro lado, pero acomodándose a la idea de que la carrera política del presidente ha llegado al final de su trayecto, sin declinar la posibilidad de una dimisión, o anticipación de elecciones a poco que este desgaste personal se prologue y se acentúe la inoperancia, por no hablar de insolvencia -no sólo económica- de este Gobierno autonómico. Al fin y al cabo, la reforma estatutaria ya ampara esta llamada anticipada a las urnas. Puede que la conclusión parezca excesivamente severa, y de hecho contrasta con el clima de laxitud y desvergüenza política que ha privado estos pasados años de Jauja. Pero no están tan lejos los tiempos en los que, por mucho menos, en realidad por nada, el primer presidente de Castilla y León, el socialista Demetrio Madrid, abandonó el cargo en 1986 acuciado por una insidia de AP -el PP sin gaviotas-, de la que resultó absuelto.

Quiérase admitir o no, este presidente, así como el pintoresco secretario general, son ya un lastre para su partido, que ha de afrontar el desplome simultáneo de la renta, el empleo, el turismo, el garrochazo que Europa le ha endiñado al urbanismo salvaje, el desmadre de la deuda pública y dar cuenta del grave deterioro de la democracia que ha propiciado la opacidad política y la postración a que han abocado la actividad parlamentaria en las Cortes. Un fardo de problemas que no se puede abordar estando empapelado o en un ambiente saturado de condimento chacinero, que dice un periodista malvado. Mejor largarse a poco que se pueda y disfrutar de un apañado fondo de armario. De futuro, pues, cero. La pervivencia de Carlos Fabra en Castelló no vale como ejemplo: es un oprobio.

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