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Columna
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La conversación y El Cabanyal

¿Cómo explicar a alguien que de lejos viene a verte el barrio que habitas y amas? El barrio delicioso y fresco de luz especial donde las calles serpentean y tanta gente te conoce y saluda, el barrio lleno de rincones de memoria de modo que puedes señalar no sólo el horno con el mejor pan sino quién fue el primer hornero. ¿Cómo explicar todo eso si lo que el visitante ve y sabe no son sino solares abandonados, balcones que se caen y hechos y rumores que se multiplican sobre atracos y agresiones? ¿Cómo explicas que tú has aprendido a ver y que, a pesar de la degradación, que no es más que abandono inducido, has decidido pelear por tu mirada? Empiezas conversando de manera tranquila aunque el visitante no entienda la belleza que le señalas. Sólo dice "bonito" en casos aislados: algún edificio vistoso, la calle principal con fachadas de aire modernista, esas casitas (los visitantes suelen decir casitas) agrupadas que lucen azulejos de colores. Lo peor es cuando la persona amiga comienza a ser condescendiente y a ti (a mí) te faltan palabras aunque te sobren razones. Sin darte cuenta subes el tono de voz para decir Canyamelar, Cabanyal, Malva-rosa. Señalas límites, que no fronteras, para personalizarlo aún más, y pones nombre a los habitantes de ahora y recuperas a los que se fueron: ese porte sobrio de tal o cual familia, los apodos de los abuelos que heredan los nietos. Hablas de cuando niña, de los enamoramientos, del círculo de amigos alrededor de un banquilet... Pero quien ha venido a verte responde que todos tenemos recuerdos, que el barrio mejorará en calidad de vida y limpieza con la avenida. Contestas que quienes dicen limpio llaman también callejuelas a las singulares calles de vecinos. El viajero se muestra cauto pero también un poco hiriente, pues en el fondo piensa que no es razonable tu oposición. Él no entiende que el cemento partirá el barrio en dos y tampoco sabe que tú tienes partido el corazón porque no te comprende. Te enzarzas en una discusión que él dice que es política. Respondes que no es así y como vas caminando, y ya estás en el puerto, le muestras los edificios desechables convertidos en muralla que tapan el mar, y le enseñas el magnífico, solitario y ahíto de tristeza Veles e Vents, como abandonado. Cuando llegas a la playa, ya gritas, pues él ha pronunciado la frase estúpida que se ha perpetuado generación tras generación. "Valencia vive de espaldas al mar". Y lo seguirá haciendo, contestas, porque esa es la excusa. Quienes alientan esa avenida no quieren esa playa, nunca vienen a ella, no por los accesos, sino porque prefieren otras con otros bañistas. El visitante decide poner paz y dice: "Dejémoslo", pero la ciudadana de este barrio ya está muy enfadada y ya no habla de memoria, ni del pan del hornero, ni las risas de infancia. Las palabras que utiliza son expolio, abuso, lucha y BIC. Y dice respeto, mucho respeto por la plataforma de Salvem el Cabanyal. Y te pones a explicar.

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