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Columna
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La cultura del pacto

El espectáculo ha sido penoso. Se ha demorado tanto el acuerdo que no sólo se han deshilachado muchas ilusiones cívicas sino que han traslucido los más obscenos sectarismos depositados como un óxido en los engranajes de todas y cada una de las versiones de la izquierda autóctona, sea ésta comunista, nacionalista, alternativa o ecologista. Para llegar a la clamorosa evidencia de una concertación electoral sin la cual no habría auténtico pulso en los comicios autonómicos del 2007, Esquerra Unida y el Bloc Nacionalista Valencià han tenido que exhibir todas su vergüenzas. Sin embargo, casi dos décadas después de su frustrado primer intento, vuelven a la cultura del pacto, por la senda de la coalición electoral, que es como decir que regresan a la cordura. Más vale tarde que nunca.

Con esa coalición a la izquierda del PSPV-PSOE, cualquiera que sepa sumar se dará cuenta de que las elecciones del próximo mes de mayo estarán polarizadas en dos bloques de ajustado pronóstico: el de la derecha, hegemonizado por el PP como una gran organización escoba; y el de la izquierda, articulado en torno a los socialistas con el complemento imprescindible de una heterogénea plataforma de opciones progresistas que esta vez no dejarán escapar ni un sufragio hacia el sumidero del 5%.

Así las cosas, pase lo que pase en la contienda, nada volverá a ser como antes en la política valenciana. Ximo Ferrandis, en su libro L'esquerra al sofà ya apunta lo que pronto dejará de ser una hipótesis. De aquí al verano, habrán cambiado las coordenadas viciadas que convirtieron a los socialistas en conformistas cainitas, a los comunistas en celosos guardianes de la propiedad privada de unas siglas, a los valencianistas en especuladores de fortuna y a los verdes en depredadores de los suyos.

Aunque nadie puede presumir demasiado de lo que se ha logrado, sobre todo, gracias a la inequívoca presión de la opinión pública de izquierdas, en las Cortes Valencianas estarán representados los colores completos de nuestra sociedad y, con un poco de suerte, tal vez en el Consell se instale un arco iris que no gustará a Francisco Camps, ni a Ricardo Costa, ni a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, porque, como ocurre con el tripartito catalán, además de democrático, tendrá que ser un gobierno participativo. Con todo, lo más importante es que se ha abierto una brecha en el fanatismo cerril de la derrota, al menos en el sentido que le daba Churchill cuando afirmaba que "un fanático es alguien que no puede cambiar de mentalidad y no quiere cambiar de tema".

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