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Columna
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Una democracia que boquea

De existir el premio a la necedad no nos cabe duda de que se otorgaría ex aequo a los dos diputados provinciales y al presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, por el cisco que han provocado a propósito de la ya famosa censura perpetrada esta semana en una exposición fotográfica del Muvim, el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, lo que no deja de ser un sarcasmo. El suceso, como es sabido, ha sido carnaza de periódicos y telediarios nacionales, lo que ha situado de nuevo al cap i casal en el foco del turbión mediático. "¿Qué pasa en Valencia?", inquiría días atrás el escritor Fernando Delgado en estas páginas y su pregunta era a nuestro juicio un trasunto de la que se formulan cuantos observan, entre intrigados y divertidos, el espectáculo en que hemos venido a parar.

Un galardón, el citado, que justamente debería acompañarse de la oportuna distinción a cuantos fomentan y amparan despropósitos como el referido y que no son otros sino los dirigentes del PP valenciano y quienes gobiernan la Comunidad en nombre de dicho partido. Todos ellos, por complicidad, silencio o protagonismo, son asimismo acreedores al trofeo colectivo que podría denominarse "Gabriel Arias Salgado", en coherente evocación del ministro de Franco que ejerció y simboliza la prolongada censura padecida por este país durante aquella dictadura.

Un proceder censorio tan descerebrado como el que glosamos no se explica sin ese clima propicio a la exclusión e incluso represión de la discrepancia que viene caracterizando la política más carca que conservadora de Francisco Camps, ya sea en la televisión pública autonómica, ya sea en las Cortes, a menudo sedes escandalosas de la arbitrariedad. Cuán ajeno es y son -los populares- a la reflexión de George Orwell sobre la libertad, entendida como el derecho de los demás a decir lo que no nos gusta oír.

Pero en el pecado han llevado la penitencia, pues resulta que unas fotos ya publicadas y prácticamente amortizadas como noticia han alcanzado una insólita y masiva audiencia gracias a los aludidos diputados convertidos a su pesar en bomberos pirómanos. No sólo se ha difundido a bombo y platillo cómo se las gastan por estos páramos los otrora liberales, sino que se ha avivado el rescoldo y recuerdo del caso Gürtel, del que nuestro molt honorable se refugia haciendo turismo y prodigando complacientes discursos. Imaginamos el berrinche que le habrá causado este episodio debido a la oficiosidad de tres de sus cofrades, que no obstante se han limitado a ser coherentes con la arrogancia que es santo y seña de este partido. Y en ese aspecto, alguna responsabilidad le incumbe a quien todavía es la máxima referencia del PP.

Más arriba anotábamos la pregunta que formulaba un agudo columnista: ¿Qué pasa en Valencia?, escribía. Pues parece evidente que, en sintonía con el agobio económico y nuestro peculiar meninfotismo -o déficit de civismo-, estamos asistiendo a la doble crisis del partido gobernante y del mismo gobierno de la Comunidad, víctimas ambos -y todos- de la precariedad de su líder. Estamos en el tramo final de un ciclo que concluyó hace más de un año con la declaración de un sastre y desde entonces nos entretenemos haciendo unos como si gobernasen, y otros aplicándose a las cábalas políticas, buscando los brotes verdes de una todavía más verde alternativa partidaria. Mientras, pasan cosas como ésta que comentamos en una democracia que, en realidad, siempre ha boqueado. Paciencia.

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