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Columna
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Con las deudas al cuello

La Generalitat valenciana está en la ruina, y lo está hasta un extremo del que sólo nos vamos concienciando a medida que crece la nómina y protestas de los damnificados por el impago de las deudas y subvenciones. Discapacitados, personal de limpieza, abogados de turno de oficio, enfermos de sida y mentales, farmacéuticos, residencias geriátricas, libreros y proveedores en general, que son la tira, están desasistidos o en la pura miseria. Y lo que es más deprimente: no se atisba solución a sus apuros porque el Gobierno autonómico no solo está sin blanca sino también desacreditado. Los mercados financieros no le han puesto todavía la etiqueta de malpagador, el aflictivo default, pero está al caer a la vista de los incumplimientos y de las sombrías expectativas.

Esta semana, el Consell ha tenido que asumir, como es sabido, el fracaso de su última emisión de bonos patrióticos, que inicialmente se cuantificó en 2.607 millones de euros, se redujo prudentemente a 1.800 y esta es la hora en que no podemos decir en qué medida se ha cubierto, aunque ya se da por fallida. El patriotismo no siempre conlleva la condición de gilipollas, y menos todavía si le cuesta dinero. Ahora, dicen, se gestiona con varios bancos un préstamo sindicado para atender los vencimientos del próximo año. Mientras, y afortunadamente, el Ministerio de Economía avanza por unos días la transferencia de 480 millones de euros que al menos cubren el pago de las nóminas y taparán algún otro agujero. Apenas un balón de oxígeno para las cuantiosas necesidades.

Por lo visto y oído, la solución o únicamente la salida de este atolladero ha de pasar por una política de austeridades, ahorros y ajustes que serán tanto más dolorosos después de los años de prodigalidad e insensatez pública que en buena parte han agudizado esta depresión económica. Desde fuentes empresariales se alerta para que los recortes inexorables no perjudiquen la cohesión social. Es toda una plegaria. Sin embargo, siendo ahora esta Comunidad un remedo de Grecia, lo previsible es que paguen el pato los de siempre, la innumerable legión de los necesitados, incrementada por las clases medias venidas a menos. Cohesión para todos ellos, sí, ciertamente, pero a fin de que se movilicen de una vez contra unas políticas y unos gobernantes tarugos.

No está a nuestro alcance señalar con el dedo qué capítulos presupuestarios o parcelas de la Administración pública pueden o deben suprimirse antes de morder en la masa salarial o en los servicios sociales, primeras víctimas propiciatorias de la crisis cuando manda la derecha. No obstante, antes de morder estas partidas, el presidente Alberto Fabra, todavía remiso para tomar las decisiones que apremian, ha de ejecutar la reducción de RTVV a su potencial razonable, liberándola de la nómina desmedida y chanchullos que la inflan; eliminar deducciones fiscales, prescindir de consejerías y hasta de las diputaciones provinciales, que maldita falta hacen, pero eso no está en sus manos; sí está acabar con los grandes y gravosos eventos, además de frenar la corrupción, ese agujero negro de estos últimos gobiernos populares.

Con eso y aún más, hay quien prevé tiempos muy azarosos. El riguroso profesor Gregorio Martín anunciaba el martes pasado desde las páginas de Levante que, entre otros gravámenes, financiar el déficit de la Comunidad en 2012 nos costaría a los valencianos mil euros por barba. Incluso puede ser peor, dice él.

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