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Columna
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El final de una etapa

Como era de esperar, la sesión de control celebrada esta semana en las Cortes Valencianas ha vuelto a poner contra las cuerdas al presidente del Generalitat, Francisco Camps, con la salmodia del caso Gürtel, convertido para él en un cruento cilicio. La oposición, "más pizpireta y risueña cada día", según escribía en estas páginas su cronista parlamentario, Joaquín Ferrandis, no para de hurgar en una herida que está desangrando al PP gobernante, incapaz ya de frenar o desacreditar el alud de noticias y filtraciones que le involucran en la aludida trama corrupta. Una lástima que nuestro molt honorable no vea llegada la hora, como dice, de comparecer ante el juez para sacudirse las sospechas que le salpican a raíz de un presunto cohecho y unos trajes de nada que a buen seguro le vestirán su jubilación política.

No ha de chocarnos que este asunto condense la atención mediática y prácticamente no se hable de otra cosa, sin reparar como correspondería en la verdadera y grave crisis que lastra este Gobierno autonómico. Agobiado por unas finanzas agonizantes que le impiden tomar cualquier iniciativa factible cuando más necesaria se manifiesta a la vista del desempleo galopante; sacudido por una huelga en la enseñanza pública, como respuesta a un largo desencuentro entre este sector y una consejería arrogante que en vez de afrontar los problemas parece solazarse en cebarlos, por no hablar de sus pintorescas y gravosas propuestas pedagógicas; una sanidad pública crecientemente depauperada y en caída libre hacia la privatización, entre otras quiebras, confirman el agotamiento de una etapa y preludian un cambio con dos distintas lecturas.

Al titular del Consell no se le ha escapado que algo notable ha de hacer y pronto para recuperar la inercia política perdida y aventar su propia desdicha. En tal sentido, anuncia para este verano, después de las elecciones europeas, la renovación del equipo de Gobierno, una fórmula harto socorrida para suscitar expectativas, tanto más tratándose de un plantel de gestores, como el actual, perfectamente desechable en su mitad, cuanto menos. Aunque, en realidad, el estímulo más eficaz y acaso insoslayable para los próximos comicios legislativos sea la amortización y relevo del líder, de él mismo, tan entredicho, y no por corrupto, sino por lelo.

A la oposición tampoco se le ha pasado inadvertida tal circunstancia y por primera vez en muchos años percibe que tantos desatinos e ineficiencia pueden determinar un sesgo en el electorado, por más fiel que éste le haya venido siendo al PP y a su modelo económico cifrado básicamente en los grandes eventos -ya frustrados- y la degradación intensiva del territorio. La aludida belicosidad de los diputados de la oposición es un indicio de esa alentadora perspectiva y también lo es la desinhibida deriva derechista del partido que se tiene por alternativa, el PSPV, que pide su oportunidad. Soliviantado al parecer por este riesgo acrecido y la insurgencia docente que va para largo, el presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, en plan arengador y cual sietemachos feroz de una película de dibujos animados, de tan ridículo, ha arremetido contra el estamento universitario y quienes usan el valenciano normativo. Colgado quede cabeza abajo y para siempre.

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