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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No fue el mejor día

Se presentó el viernes, en el auditorio superior del Palau de les Arts, un programa con Haydn, Mozart y Schubert, a cargo de la misma orquesta y director que están protagonizando los dos ciclos de El Anillo del Nibelungo. La última Valquiria sonó el día 24, y el último Siegfried, el sábado. Y aún queda, para el 30, El ocaso de los dioses. La idea de proponer una sesión de clasicismo y romanticismo temprano dentro de la gran eclosión wagneriana podía ser buena para desempalagar y, a la vez, demostrar la versatilidad de la agrupación del Palau. Tras el éxito en la gigantesca Tetralogía, conseguir otro en un repertorio tan distinto hubiera supuesto toda una hazaña.

Lo tuvieron en la Sinfonía 22 de Haydn. Una treintena de músicos pusieron en pie un Adagio deliciosamente serio, un Presto sugerente, un Minueto espléndido y otro Presto casi de vértigo. Mehta no se desmelenó para nada, ni dejó que nadie lo hiciera: vibrato y dinámica controladísimos, equilibrio dieciochesco, belleza, serenidad. Hasta pareció que la acústica de la sala había mejorado en virtud de alguna reforma inadvertida. Se escuchaba todo, con claridad y con transparencia.

ORQUESTA DE LA COMUNIDAD VALENCIANA

Zubin Mehta, director. Jue Wang, piano. Obras de Haydn, Mozart y Schubert. Palau de les Arts. Valencia, 26 de junio de 2009.

Vino luego el último concierto para piano de Mozart, bastante más complejo y dramático, a pesar de su apariencia primaveral. Se mantuvieron las virtudes antes señaladas por parte de la orquesta y la batuta. El pianista cuidó la igualdad en la pulsación, la limpieza en los acordes, la claridad en el discurso. No hubo roces (tampoco en el Albéniz que tocó de regalo). Pero tanto el solista como el director ofrecieron una lectura bastante anodina de una obra donde Mozart plasmó con fuerza la capacidad expresiva del estilo clásico. Allí no pasaba nada.

Tras el descanso, una Novena de Schubert donde tampoco pasó nada. Además, al doblarse el número de músicos, la sala recobró sus antiguas propiedades, y el sonido se hizo turbio.

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