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VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
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La iglesia rusa de Altea

A los pies mismos de Altea Hills, una montaña convertida en auténtica cascada de urbanizaciones de lujo, se alza la primera iglesia ortodoxa rusa de España. Sus cinco cúpulas de oro producen un destello tan cegador y deslumbrante que, si no vas con cuidado al salir de la última curva, te puede costar la vida. Entonces te preguntas: ¿Qué pinta una basílica bizantina en medio de este enjambre de horripilantes chalés?

Subo por una cuesta hasta la construcción de madera donde me detiene una voz desde lo alto que, como si fuera San Pablo, me derriba de la moto. Afortunadamente es la voz de un albañil ruso desde su andamio. Y este hombre dice que la iglesia es verdadera. No se trata de un capricho inmobiliario. Ni de una mansión o discoteca para rusos de la mafia rusa. El obrero me propone que visite a Mikhail Bosco, su patrón, en su oficina de Altea. Él me facilitará todos los detalles. El señor Bosco es promotor, constructor y presidente de esta nueva parroquia dedicada al Arcángel San Miguel.

El músico Rostropovich es un feligrés honorífico, además del mejor relaciones públicas.
¿Qué pinta una basílica bizantina en medio de este enjambre de horripilantes chalés?

Me encuentro, pues, en la oficina totalmente acristalada de la inmobiliaria Vera Bosco, que dispone de sucursales en Londres y en Moscú. Mikhail Bosco, de 43 años, me recibe en su despacho. Se trata de un hombre de mirada penetrante que raramente parpadea. Viste un traje oscuro a rayas grandes, una camisa de color frambuesa y zapatos puntiagudos de lagarto a juego con un cinturón del mismo reptil. En su mesa tiene únicamente dos objetos: un crucifijo de cristal tallado y una calculadora de diseño. Mikhail Bosco nació en Rostov. Está casado y vive en Altea desde hace diez años. En Rusia se dedicó a construir y reconstruir iglesias. Su familia es muy religiosa. Su madre, por ejemplo, pagó de su bolsillo las obras del Cristo Salvador, un templo moscovita que fue volado con cargas explosivas por los soviéticos. Pero Mikhail Bosco no quiere hablar de su familia ni de su vida privada. Dice que esta iglesia de Altea Hills la financia él, aunque quizá algún día los fieles hagan donativos. Pero no le importa. No espera nada a cambio. La iglesia hacía falta. Depende del patriarca de Moscú. Y el músico Rostropovich es un feligrés honorífico, además del mejor relaciones públicas. Mikhail Bosco adquirió cuatro mil metros. Pidió licencias y permisos. Importó las maderas de Rusia, porque todo es ruso: vidrieras, mosaicos y frescos. Lo único español son las cinco campanas fabricadas en Valladolid e instaladas a 33 metros de altura, sobre las cúpulas de cebolla cubiertas de panes de oro. Y el oro también es oro de Moscú.

Hoy, domingo, repicarán esas campanas a las diez en punto de la mañana para anunciar la llegada del arzobispo Innokenti, prelado de la iglesia ortodoxa rusa en París, quien viene a celebrar la misa asistido por el Pope Nikolai.

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Bosco está muy satisfecho. Se resiste a revelar el dinero que ha invertido hasta este momento. Mucho, dice. Y todavía tendrá que invertir bastante más porque el presupuesto alcanzará los tres millones de euros. Es una obra de artesanía ejecutada conforme a un proyecto del siglo XVII utilizado por algunas iglesias del norte de Rusia. No hay otra como ésta en toda Europa. Lo cual atraerá a muchos visitantes que, al ver estas cúpulas desde la carretera, no pasarán de largo. Por eso ha empezado a construir junto a la iglesia la vivienda del pope Nikolai Soldatenkoff, también de madera y al estilo tradicional ruso. Calcula que en dos años, si no surgen problemas, todo estará terminado. Porque en la Comunidad Valenciana hay 20.000 ortodoxos rusos que acabarán manteniendo los gastos de su iglesia, en la que se celebraron ya más de doscientas bodas y numerosos bautismos, pese a no estar reconocidos por la iglesia romana aunque sean oficiados por un pope mallorquín que acude cuando se le llama.

Por otra parte, la relación con el obispo de Alicante, así como con el cura católico de Altea, es magnífica, dice Mikhail Bosco, quien también desea expresar su agradecimiento al actual alcalde y, por supuesto, al concejal de urbanismo de Altea por haberle cedido terrenos municipales.

En un chalé propiedad de Mikhail Bosco se aloja el pope Nikolai Soldatenkoff, de 67 años, casado, con tres hijos y diez nietos residentes todos ellos en la región francesa de Dijon, de cuya diócesis procede. Este pope es una persona culta y afable que, por la rama materna, desciende de Gogol y de Pushkin (ambos escritores emparentaron) y desde agosto se hizo cargo de la iglesia del Arcángel San Miguel. Dice que ni siquiera en Madrid existe un templo ortodoxo ruso. Los hay serbio y griego. De manera que el culto todavía se celebra en casas particulares. Desde que fue abierta al público esta parroquia en Altea, los sábados y domingos acuden muchos fieles de Valencia y de Alicante, incluso desde Castellón. El lugar se ha convertido en un punto de encuentro de varias comunidades aisladas.

El pope Soldatenkoff no habla español pero sí habla ruso, francés e inglés. Su esposa hace las veces de secretaria y de relaciones públicas. El pope lamenta que las autoridades vaticanas no acepten la intercomunión. Dice que hablan mucho de ecumenismo pero sin practicarlo, pues la jerarquía católica se considera superior a la ortodoxa. En Rusia se está produciendo la resurrección religiosa. Pero como el comunismo prohibió la enseñanza del catecismo, muchos ciudadanos adultos deben recibir ahora toda esa educación. Por eso este pope desea publicar un boletín destinado a los rusos que viven en España y necesitan orientación. Soldatenkoff estudió teología en el Instituto Ortodoxo de Teología de París, y ejerce como cura desde hace un cuarto de siglo.

Su abuelo paterno, oficial de la Marina rusa en San Petersburgo, ya era un hombre muy religioso que ayudó a construir una iglesia en aquella ciudad antes de la revolución. Intervino en la guerra ruso-japonesa al mando de un acorazado que tuvo que refugiarse en Manila después de la batalla de Tushima. En los combates perecieron muchos marinos rusos. La gran duquesa Olga Konstantinovna, muy ligada a la Marina, sufragó en 1910 la construcción de un templo en San Petersburgo en honor de los oficiales y tripulantes muertos.

El pope Nikolai Soldatenkoff se emociona al recordar todas estas historias. Para no ahogarse en un mar de melancolía, necesita tomar un avión y volar a San Petersburgo de cuando en cuando. Sentirse ruso a todas horas sin estar en Rusia es, dice, mucho más duro que vivir en la complicada Rusia. Pero ahora su labor está en Altea. Tiene ganas de que el mecenas Bosco termine de construir su casa, pegada a la iglesia, en la que venderá velas y otros artículos religiosos. También impartirá clases de catecismo y organizará todo tipo de actividades propias de una gran parroquia.

Luego me armo de valor y le pregunto a este pope, sin rodeos pero con absoluta naturalidad, algo que por otra parte espera: ¿No será Mikhail Bosco un sagrado personaje de la mafia rusa?

El pope Soldatenkoff mueve la cabeza a un lado y otro agarrando sus barbas. No, dice. Nada de eso. Está convencido de que Mikhail Bosco es un ruso limpio y transparente. Un verdadero filántropo. Una persona honrada. Y añade que todavía quedan por el mundo algunos rusos muy ricos pero también muy buenos.

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