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Columna
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El internado

Aunque hubieran buscado debajo de las piedras, no habrían encontrado nada mejor. Eran las víctimas perfectas. Lo tenían todo. Pobres, huérfanos y sordomudos. Durante casi un siglo el viejo instituto Antonio Provolo de Verona pasó por ser un ejemplo de la labor social de la Iglesia. Caridad cristiana donde la haya: un centro de la Congregación La Compañía de María que ofrecía enseñanza gratuita a los hijos más pobres del miserable noreste italiano. Chicos que ni oían ni hablaban. Ya tenemos el escenario. Lo demás es fácil imaginárselo, Italia, años cincuenta, reinaba aquel Papa que se dejó retratar a lo San Francisco de Asís con una paloma en la mano mientras los nazis gaseaban judíos y comunistas a punta pala, Pio XII, qué les voy a contar.

Medio siglo después, 70 ex alumnos de aquella piadosa institución religiosa decidieron romper el silencio y denunciar los abusos sexuales a los que fueron sometidos durante aquellos años, un infierno que les arruinó la infancia. Después de intentar sin éxito ser escuchados por la Curia, se atrevieron a revelar los hechos en una carta pública a la revista L'Expresso.

El documento es tan exhaustivo en las descripciones que el propio jefe de prensa de la Curia, llegó a afirmar que "ni un burdel habría soportado semejante ritmo de actividad". Lo dijo queriendo echar balones fuera. Pero las denuncias proporcionan detalles tan exactos que no dejan lugar a muchas dudas. Sodomizaciones individuales y en grupo que tenían lugar no solo en los baños y habitaciones del internado, sino en el propio palacio episcopal y hasta en el interior de la iglesia de Santa Maria del Pianto. Las llevaron a cabo bajo golpes y amenazas castos sacerdotes y altos prelados, 25 en total, algunos en proceso de beatificación, como el mismo obispo de Verona, Giuseppe Penzi, uno de los acusados de sodomizar por la fuerza a críos menores de 10 años. Buscaban su propio placer a costa de la humillación y del dolor de unos niños que no contaban para nadie. "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor..., etcétera, etcétera" ¿se acuerdan del cántico? Ninguna película de terror superaría esta secuencia. Así, flacos, desnudos e indefensos, se los trajinaban uno detrás de otro, sin riesgo de que los chavales pudieran pedir auxilio o le fueran a nadie con el cuento. En aquella época un crío sordomudo lo tenía francamente crudo para hacerse entender.

Y oigan, no se lo van a creer, después de eso, todavía hay gente que en la declaración de la renta pone la crucecita en la casilla de la Iglesia. Y hay josefinos y kikos que van por ahí con sus guitarras cantando Cumbayá, señor, Cumbayá... y la Conferencia Episcopal pone el grito en el suelo del carril solo bus, donde discurre la probabilidad de que Dios no exista.

Los delitos de Verona han prescrito. Pero la pedofilia va a salirle a la Santa Madre Iglesia por un pastón y no digo yo que las indemnizaciones no sean un consuelo para las víctimas, pero a lo mejor se quedaban más a gusto colgando a sus ilustrísimas de sus partes contratantes en la farola de la esquina, que es de lo que a mí personalmente me dan ganas en este preciso instante. Vive dios.

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