La justicia también va a sorteo
De acuerdo con el calendario judicial, ayer empezó el sorteo público que concluirá con la designación de los nueve miembros del jurado que empapelará o absolverá al expresidente de la Generalitat, diputado en activo y miembro del Consejo Jurídico Consultivo, amén de fallero de honor, beato y mártir, Francisco Camps. Al parecer, el procedimiento arranca con la elección de 36 nombres de un bombo con 4.000 concursantes anónimos. Entre el catálogo de juegos de azar, bonolotos, quiniela y boletos de tómbola, esta rifa es la que más probabilidades ofrece de conseguir premio. A saber, que alguno de ustedes o quien esto suscribe (la emoción me embarga, sólo de pensarlo) acabe en la sala del tribunal en calidad de miembro del jurado, mirando fijamente al procesado mientras atiende de principio a fin el animado discurrir de hechos probados, requiebros e interpretaciones de la ley según el Código Penal y el libre albedrío. Y todo ello sin que una carcajada traicionera delate una cierta categoría intelectual frente a súbitas penurias argumentales o excusas de mal pagador, dicho sea sin ánimo de inferir en el asunto de las facturas. ¿Se lo imaginan? Yo también. Ante loterías como esta, los más incrédulos desconfían de los procedimientos estadísticos, alimentan la teoría de la conspiración y sitúan a Juan Cotino, por poner un caso extremo, escarbando en el censo de los 4.000 concursantes, con el fin de asegurar la criba. Es lo que comporta tener poca fe en la Administración de justicia. Que, proclamo, no es mi caso, señores del tribunal de selección. Al comenzar la depuración de los 36 aspirantes, hasta alcanzar el número mágico de nueve, resulta inevitable evocar El Jurado, la novela de John Grisham llevada al cine en 2003 con John Cusack, Dustin Hoffman y Rachel Weisz, donde Gene Hackman ejercía de esmerado profesional en amañar jurados que votasen a favor de sus defendidos. En el caso del pueblo contra Camps, digo, en el caso de los trajes, esto nunca sucederá. No obstante, quienes legislaron sobre el jurado deberían confesar qué maquinaban cuando impusieron la sisa de aspirantes. Porque una vez depurados abogados, políticos, fuerzas de seguridad y otros inelegibles, queda la recusación a capricho por parte de defensas y acusadores, sin que den explicaciones por la exclusión: no les gustaba su cara, cómo vestía, el color de la corbata, el pelo afro, el piercing en la ceja, o no llevaba el crucifijo a la vista. Esmérense, pues, los elegidos para la gloria, no tuerzan el gesto, ensayen para la ocasión, peleen por una de esas plazas limitadas. Recuerden que los caminos de la justicia también son inescrutables. Si al concejal Bellver le han absuelto porque delinquió sin querer, aunque delinquió, ni se atrevan a pensar en la trama Gürtel y sus complicidades para vaciar la caja. Puro negocio. Nada personal. Pasen y vean.
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