_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La mafia

Meses atrás, un generoso colega me regaló Los orígenes de la Mafia, un libro publicado por la editorial Capitán Swing. Es una antología, una recopilación de textos clásicos sobre este fenómeno preferentemente italiano. Algunos de esos ensayos yo ya los tenía leídos; otros han sido una revelación. Leía o releía con voracidad, con aprovechamiento, y al tiempo que pasaba esas páginas pensaba en nuestras circunstancias. Sin querer observaba semejanzas, unos parentescos inquietantes. ¿Parentescos? Nada mejor dicho hablando de este tema.

No puede ser, me corregía. La Mafia es sobre todo una red de extorsión, de violencias; una red que sustituye al Estado, que reemplaza a las instituciones. Aquí no tenemos muertos acribillados a balazos en la plaza pública; tampoco tenemos familias enteras asesinadas por dinastías rivales. Sí, de acuerdo -admitía-, no vivimos en un estado de intimidación; pero la Mafia es algo más que esos terrores cotidianos.

Es también una trama privada que se beneficia de lo público, individuos que se aprovechan de una posición desigual y ventajosa. Prestan asistencias que otros no podrían prestar y hacen favores saltándose los derechos de los ciudadanos. Amparan, asisten, auxilian, pero sobre todo protegen en una situación incierta, comprometida. En efecto, la protección es la lógica mafiosa: yo velo por ti y tú, a cambio, me concedes esto o lo otro, me lo agradeces materialmente; yo te permito vivir o comerciar o gobernar y tú, a cambio, contribuyes o me rindes un servicio.

La dádiva forma parte de esa lógica mafiosa: como las relaciones son ventajistas y personales -y no transparentes y contractuales o institucionales-, el mafioso confirma y sella los tratos obsequiando con grandes regalos. Gracias a su conocimiento reservado, a su información particular y a su dato discretamente obtenido, logra beneficios que debe agradecer. ¿Cómo? Con liberalidades ostentosas, sí: hay mafiosos muy cursis.

No puede ser, me insistía. Los regalos y los servicios de la Mafia están precedidos por crímenes y privilegios, y seguidos por desconfianzas y recelos. Aquí aún no estamos así. De acuerdo -me respondía-, pero, a lo que nos cuentan, también aquí ha habido regalos ventajistas y servicios desiguales, beneficios privativos y disfrutes particulares. Presuntamente, claro. Regalos, servicios, beneficios y disfrutes en los que se habrían mezclado lo público y lo privado, las churras y las merinas, las instituciones y los chorizos. También aquí habríamos convivido con descuideros de postín, con carteristas de mucho rumbo, con charlatanes de tronío. Presuntamente, claro.

Me digo esto y de inmediato me corrijo: no, por Dios, aquí no hemos vivido en una circunstancia mafiosa; aquí sólo hemos tenido cursis y generosos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

http://justoserna.wordpress.com

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_