_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La memoria del arzobispo

La carta semanal del pasado domingo del arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, es todo un modelo de cómo entienden algunos sectores de la Iglesia el adoctrinamiento. La misiva, que lleva por título Reconciliación (http://www.archivalencia.org/) es una crítica a las iniciativas para la recuperación de la memoria histórica que se están poniendo en marcha desde el Gobierno y desde distintas instancias ciudadanas. "Ante las propuestas que se han presentado como recuperadoras de la llamada memoria histórica -señala el prelado- todos hemos de evitar reavivar sentimientos de odio y de destrucción". Y añade "la experiencia muestra cómo en los contextos de violencia, las razones se pierden, las divisiones se profundizan y los rencores y resentimientos aumentan y desbordan cualquier pretensión de paz".

Las advertencias de García-Gasco no dejan de ser llamativas viniendo de un obispo que en los años que lleva al frente de la diócesis de Valencia ha promovido la beatificación de 226 sacerdotes y laicos de Acción Católica muertos durante la Guerra Civil. Asimismo, el Arzobispado tiene previsto erigir una nueva parroquia, dedicada a los Mártires Valencianos, que será construida en un solar de la avenida de Francia cedido por la Generalitat y que, según señaló el prelado en una entrevista, "quedará para el futuro como el lugar de la memoria, como un santuario en el que se venerarán las reliquias de los mártires y se perpetuará el culto en su honor, según la costumbre de la Iglesia desde los primeros siglos del cristianismo".

Y para que nadie se olvide, la citada página web del arzobispado tiene un apartado, que lleva por título Mártires valencianos, en el que se relacionan y se da entrada, una a una, a las 226 personas cuyas causas se iniciaron en la curia eclesiástica de Valencia y fueron beatificados el 11 de marzo de 2001 por Juan Pablo II en la plaza de San Pedro de Roma. Fue el mayor acto de beatificación de la historia y en primera fila se encontraban el entonces presidente de la Comunidad Valenciana, Eduardo Zaplana, y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, "de negro riguroso y con mantilla", según las crónicas del día.

Pero hay memorias y memorias. Porque el arzobispo considera en su carta que "cuando la Iglesia ha ido promoviendo las causas de beatificación y de canonización de los mártires de la persecución religiosa ha hecho memoria verdadera, justa y agradecida de inmensos perdonadores". Así las cosas, según el arzobispo, habría dos tipos de memoria. Una, la que defiende la jerarquía eclesiástica, que identifica con la Iglesia, y que sería "memoria, verdadera, justa y agradecida". Y habría otra peligrosa memoria histórica que, según la doctrina del prelado, reavivaría "sentimientos de odio y de destrucción" al "condenar a quienes ya no se pueden defender ni explicarse".

Ese dualismo es una constante en los últimos planteamientos de la jerarquía eclesiástica. El pasado 17 de julio -setenta años después del alzamiento de Franco en Melilla, ¡ay la memoria!- el presidente del PP, Mariano Rajoy, participó en un curso de verano que dirigía el cardenal Antonio Cañizares. Ambos coincidieron en señalar que la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía abre la puerta al adoctrinamiento. Una asignatura en la que se explicará a los alumnos cuestiones ético cívicas, conocimientos sobre la paz, los regímenes democráticos, la multiculturalidad, las diversas religiones y las diferentes formas de familia que configuran la sociedad actual. La jerarquía eclesiástica y la cúpula del PP están en contra de que se imparta la asignatura de forma obligatoria. El planteamiento es el mismo: habría una doctrina verdadera que sería la de la Iglesia y otra rechazable que sería el adoctrinamiento "impuesto" por el Estado. Y aún así habría que matizar la doctrina verdadera, pues de ella quedaría fuera la que defiende la Teología de la Liberación, como ha quedado patente estos días con la prohibición de enseñar y escribir como parte de la Iglesia impuesta por la Santa Sede al teólogo jesuita Jon Sobrino.

El exceso se completaba la pasada semana con la acusación de los obispos al Gobierno de alentar la promiscuidad y despreciar la vida, arremetiendo contra el derecho al aborto, el divorcio, la eutanasia y la reproducción asistida. Poco espacio queda para la libertad cuando se pretende tener el monopolio de la doctrina, el monopolio de la verdad, el monopolio de la memoria y también, como cuándo Rajoy habla de "los españoles de bien", el monopolio de la ética.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_