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Columna
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La náusea

Todos los expertos parecen coincidir en que el mayor éxito en la lucha contra la violencia de género ha sido acabar con la impunidad social en la que se cobijaban aquellos que ejercían la violencia contra las mujeres. No hace tanto tiempo que la mayoría de nuestra sociedad asumía como "normales" prácticas que nuestros propios códigos penales perseguían. Hoy, la idea de defender o dar cobijo a un maltratador convicto, confeso y orgulloso de serlo, se nos antoja sencillamente inasumible.

Ahora, la necesaria fortaleza del sistema político e institucional con el que los españoles decidimos dotarnos, reclama que esa misma actitud social sea aplicada a otros tipos penales, también presentes en nuestro ordenamiento jurídico con igual vigor y vigencia. En los casos de corrupción, la inhabilitación para el ejercicio de un cargo público no ha de quedar exclusivamente en manos de un juez o de una sala. Es preciso, que la sociedad en su conjunto, en especial aquellos que ejercen responsabilidades políticas e institucionales y aquellos que informan y opinan sobre lo que acontece en el ámbito de la cosa pública, sientan y a la vez proyecten con nitidez la idea de que ser un corrupto o haberlo sido te inhabilita para el ejercicio de la política.

Resulta bochornoso ver que no falta quien se afana en justificar la corrupción como parte inherente del sistema

Cuando un conseller es expulsado de un gobierno por su acreditada relación con un caso de corrupción, cuyas consecuencias penales eludió por la habilidad de un letrado capaz de conseguir que las mismas grabaciones con las que se condenó al resto de los imputados no fueran admitidas para su defendido, éste debería estar inhabilitado socialmente para la política.

Cuando un periódico de tirada autonómica, abre su edición, relacionando en primera página y a cuatro columnas a ese mismo político con una trama de asociaciones ciudadanas fantasma, constituidas en una tapadera a través de la cual se destinaron millones a financiar extraños partidos políticos, y ese político no ejerce acciones legales contra el periódico o el periodista dando por cierta la información, ese político debería notar sobre sí el peso del desprecio unánime de una sociedad decidida a impedir su vuelta al ejercicio de la política.

Cuando alguien afirma "que está en política para forrarse", no debería jamás ser escoltado por mas chofer que un funcionario público provisto de número y placa, ni formar parte de la dirección de ninguna radiotelevisión pública, y la expresión "en la sombra" debería reservarse, en su caso, para metáforas de índole carcelaria.

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Cuando un conseller es expulsado de un gobierno por su irregular gestión de los fondos públicos, no debería ser ese mismo gobierno, ni ningún otro, quien le acercara a la dirección de una Caja de Ahorros con la que no debería tener más relación que la derivada de su legítimo derecho a proveerse de metálico a través de algún cajero automático.

Sin embargo, resulta bochornoso ver como sin el menor sonrojo no falta quien se afana en justificar la corrupción como parte inherente del sistema, deshaciéndose en elogios a quienes a lo largo de los años han demostrado su habilidad para eludir la acción de la justicia o sobreponerse políticamente a su implicación en casos de corrupción. Se califica, de "político hábil" o "gran político y estratega" a quien por todo mérito sólo puede exhibir en lo que a su ideología y su ética ser refiere, unos niveles de flexibilidad que ya quisiera para si cualquier contorsionista de circo.

Nada es tan letal para una sistema basado en el imperio del estado de derecho, como ver cómo un político sin vergüenza, no sólo consigue salir indemne de cada nueva denuncia pública, de cada nueva información que le relaciona con un nuevo escándalo político, sino que además concita el elogio de quienes deberían detestarle abierta y públicamente. Ver como quien debería tener el paso vedado a cualquier foro público compra elogios con la misma facilidad que publica sus falacias es, sin ninguna duda, el mayor de los problemas al que se enfrentan las instituciones en su batalla contra la corrupción al asentar y fortalecer la peor de las ideas a las que se enfrenta la lucha contra cualquier delito: la impunidad.

No es mi intención dar lecciones morales a nadie. Les aseguro que a mí tampoco me gusta comer solo. Pero desde la solitaria esquina de algún concurrido restaurante no puedo dejar de pensar y se me antoja necesario, que algunos comensales, de algunas mesas, que cobijan bajo el cálido manto del trato cordial y la normalidad a algunos de tales personajes, deberían visitar con urgencia a sus médicos especialistas en la cosa digestiva y recuperar sin dilación, aquella tan necesaria y profiláctica sensación, conocida como náusea.

Victor Sahuquillo es miembro de la ejecutiva nacional del PSPV-PSOE.

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