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Con el paso cambiado

Adela Cortina

Hasta hace muy poco, políticos, intelectuales y ciudadanos compartían grandes do-sis de confianza, de tolerancia y, como valor en alza, el optimismo invadía la escena pública y privada. Tal era el optimismo que el adjetivo 'nuevo' acompañaba cualquier retórica y proyecto político. Lo nuevo y lo post adornaban nuestras vidas: se hablaba de nueva política, de nuevo ciudadano, de postmodernidad, de nueva educación.

Los reiterados acontecimientos de septiembre nos sorprendieron a todos, ciudadanos y políticos, con el paso cambiado. Así, de golpe y porrazo, pasamos de la confianza a la incertidumbre, de la tolerancia al choque de culturas, del optimismo social al pánico colectivo. Y ahora, lo nuevo es sustituido por el cambio. Las políticas nacionales e internacionales ya no son nuevas, simplemente se han visto obligadas a cambiar, de un día para otro, por sorpresa, como burda reacción. Claro que, entre lo nuevo y el cambio hay un salto de ánimo. Pasamos del espacio al tiempo. Lo nuevo nos proyectaba al exterior, al espacio, el cambio nos enfrenta a tiempos pasados. La crisis económica, los despidos masivos, el cierre de empresas, la desconfianza inversora... vuelven todos ellos con más fuerza y virulencia y, encima, nos coge desprevenidos.

Los políticos estaban tan despreocupados que nos decían cosas como 'lo mejor está por llegar' a lo Blair, y ya ven el cambio que ha experimentado el líder británico; o el 'cambio tranquilo' que nuestro dirigente socialista nos prometía, por no mencionar el 'vamos a más' del partido en el Gobierno. Y el ciudadano, que ya se había aprendido la lección de la tolerancia, del pluralismo cultural, de la tranquilidad que da confiar en el otro, ahora se enfrenta a culturas irreconciliables, a la intranquilidad de la sospecha generalizada, a la necesidad de perder libertades para ganar seguridad.

Los expertos dicen que las situaciones traumáticas tienden a producir inicialmente un estado de perplejidad que impide a las personas reaccionar ante los aconteci-mientos, que pasa un tiempo hasta que nos hacemos cargo de la situación y que sólo entonces se producen las primeras acciones dirigidas a enfrentarnos fría y racionalmente con los hechos. Si tienen razón los expertos, habría que decir que nos encontramos todavía en estado de perplejidad. Un estado que lleva a la paralización y también a respuestas elementales, rápidas, reactivas, es decir, de simple supervivencia. Medidas de seguridad, control de finanzas, listas de sospechosos, políticas restrictivas de inmigración y también mucho desconcierto, falsas alarmas y sobresaltos fundamentados, pero sin saber en qué.

Solapadamente, bajo la apariencia de ese estado de perplejidad, se van fraguando cambios importantes, menos reactivos y más a largo plazo. Las respuestas defensivas que estamos viviendo en la política nacional e internacional pueden ser pasajeras, pero también pueden consolidarse y marcar una agenda política muy distinta a la de la globalización: volvemos a los viejos temas de orden, control y seguridad. Más importantes aún son los efectos que los acontecimientos de septiembre y las respuestas defensivas de los estados llegarán a tener en los sentimientos, en las creencias sociales y políticas de los ciudadanos. Estos efectos en la población son los que deben cuidar los políticos, porque se están fraguando ahora pero se desarrollarán pasados unos cuantos años. Tres conjuntos de sentimientos pueden estar cambiando de forma silenciosa, lenta pero progresivamente, sin enterarnos, al menos por ahora.

Del primer conjunto de sentimientos, ya tenemos algunos indicadores. Me refiero a la aceptación, cada vez mayor, por los ciudadanos de que deben dejarse orientar y guiar por las autoridades. Son los dirigentes políticos los que saben lo que conviene al ciudadano. El estado ya no se limita a ofrecer oportunidades a las personas. Se acabo la corresponsabilidad que inició, entre otros, la tercera vía. El estado adquiere el protagonismo que había perdido y toma las riendas de la vida social y política. Las formas y estilos democráticos de vida dominantes al comienzo de las sociedades postmodernas están ahora en baja. Algunas encuestas ya ponen de manifiesto que los ciudadanos aceptan de buen grado una revitalización de la autoridad, todavía no autoritarismo, frente a la autonomía individual de la satisfacción de necesidades. Frente a la necesidad personal, las obligaciones colectivas.

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El segundo conjunto de sentimientos se mueve en el ámbito de las ideas y creencias sobre la historia, el conocimiento y la técnica. Los acontecimientos que los ciudadanos están viviendo le descubren aspectos opuestos y contradictorios de los avances tecnológicos. Las tecnologías de la información y la comunicación nos han mostrado su lado más poderoso, pero también su lado más perverso. Su gran poder y también su ineficacia. La confianza exagerada en los avances tecnológicos para resolver los problemas sociales está en entredicho. La técnica ya no es sinónimo de bienestar y solución de problemas. Renace así el protagonismo que en otros tiempos tuvo la voluntad y aspiraciones de los pueblos. La técnica no lo es todo y, a veces, es lo peor. De esto no tenemos indicadores, tenemos la realidad del pánico colectivo ante los efectos de las innovaciones tecnológicas. No aprendimos la vieja lección de que todo lo que se inventa, más pronto o más tarde, acaba utilizándose.

El tercer conjunto de sentimientos que está empezando a cambiar es el que tiene que ver con las relaciones sociales. El optimismo de las sociedades postmodernas había situado la confianza social en la cúspide de los valores en alza. Hasta hace muy poco, la necesidad de conocer otras personas y culturas, el consumo de relaciones sociales, la ruptura de toda frontera entre las personas marcaron la concepción de las relaciones humanas: espontáneas, abiertas y muy diversas. Ni siquiera enfermedades como el SIDA, lograron minar esa necesidad imparable de relación y confianza en los otros. Hoy afloran sentimientos que hasta hace muy poco eran políticamente incorrectos, las circunstancias favorecen la desconfianza social. Hace muy poco, unos pasajeros escucharon una conversación, vieron rasgos árabes en los interlocutores desconocidos y anticiparon estereotipos. El resultado fue la paralización de un vuelo. Una anécdota, como muchas otras, que puede dejar de serlo.

Son tiempos de cambio que nos han cogido con el paso cambiado. Nos movemos entre opciones contradictorias como si estuviéramos borrachos y, con frecuencia, entonamos canciones que suenan a viejos tiempos políticos y sociales. Pero esta borrachera contra el terror no puede durar mucho más. Necesitamos serenarnos, enfocar con mayor sobriedad el futuro y volver a marcar el paso que llevábamos, porque hasta el momento nadie ha demostrado que nos llevara por mal camino.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

Prehistoria inédita

La Semana de la Ciencia continuará hasta enero de 2002, a través de la exposición De neandertales a cromañones. Los orígenes del poblamiento en las tierras valencianas, instalada en el edificio de La Nau. Se pretende dar cuenta de la amplitud del proceso histórico -en torno a los 300.000 años- y las modificaciones paleoambientales. Sobre el contenido de la exposición, Valentín Villaverde, catedrático de Prehistoria y comisario señala que 'se mostrarán los resultados de los yacimientos paleolíticos valencianos proporcionando datos inéditos y una de las documentaciones más importantes de los dos periodos en toda Europa y, sin duda, de la Península Ibérica'. Se ha optado por un planteamiento novedoso: 'No hemos elegido los huesos y los objetos por su valor paleontológico intrínseco, sino por la necesidad de informar sobre los procesos'. De ahí que se reconstruyan las piezas que se dispondrán en vitrinas. Dicho esfuerzo para facilitar la comprensión del habitante incluye la recreación paleoambiental de paisajes de cinco etapas desde hace 125.000 años a 10.000, por lo que el espectador podrá ver, por ejemplo, el aspecto de la Cova de Parpalló de Gandia, en aquel entonces. La exposición se nutre de la investigación generada en los últimos veinte años en cinco yacimientos en los que el Departamento de Arqueología de la universidad ha trabajado junto al Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia. 'La grandeza de la Prehistoria valenciana es que todavía nos quedan yacimientos activos como la Cova de Bolomor, de Tavernes de la Valldigna, Cendres (Teulada-Moraira) o Santa Maira (Castell de Castells)'.

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