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Entrevista:SALVADOR BARBER | Escritor y periodista

"Es mi patria chica"

Cristina Vázquez

Salvador Barber, escritor y periodista valenciano, pasó su infancia en Velluters. Su casa estaba en una de las fronteras del barrio, en Guillem de Castro, pero donde Barber vivía realmente era en la calle de Carniceros, donde además de su colegio -Escolapios- estaba la fábrica de abanicos de su padre. Como dice Barber, "Velluters ha sido mi patria chica".

Pregunta. Pasados tantos años, ¿qué recuerdos conserva?

Respuesta. Allí aprendí a vivir. Conocí el mundo a través de aquel microcosmos. Allí hice amigos, que hoy todavía conservo. Los recuerdos son muchos. Uno espeluznante, jamás lo olvidaré, fue cuando vi a una mujer tirarse al tranvía. Antes la gente se suicidaba así. Gritó ¡Ay mis hijos! y luego se tiró. Quedó partida en tres trozos. Fue muy impactante.

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P. Tenían el barrio chino a tiro de piedra. ¿Les picaba la curiosidad?

R. Allí íbamos cuando nos escapábamos del colegio. Estábamos a escasos 100 metros del corazón del barrio chino. Ese era otro terreno de aventuras prohibidas. Íbamos por allí, con el baberito de mil rayas y nos colábamos en los burdeles, unas casas infectas con un olor que tampoco se me olvidará jamás. Los portales olían a escape de gas lebón y a orín de gato. Subíamos a las plantas de arriba y allí veíamos a señoras en combinación que nada más descubrirnos nos echaban con cajas destempladas. Por allí correteábamos... La verdad es que era un barrio chino, digamos que muy entrañable y poco peligroso, nada que ver con lo que fue luego.

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P. ¿Algún momento emocionante?

R. Sí. El barrio tenía tres lugares que nos estaban vedados: el barrio chino, Guillem de Castro y la avenida del Oeste. Eran avenidas peligrosas porque por allí pasaban el tranvía, los motocarros y los coches de caballos. Recuerdo que un buen día montaron un barracón con Moby Dick, una ballena disecada que el público podía visitar previo pago de una entrada. Ir todos los días a verla al salir del colegio nos hacía sentirnos pescadores de ballenas. El ejemplar estaba putrefacto, olía muy mal y como valía dinero entrar, nos metíamos entre las lonas y allí estábamos hasta que el guarda del barracón se acercaba con el bastón. Eso le daba más emoción a la aventura. Por cierto una ballena que, según acabo de leer en el último libro de Eduardo Mendoza, también estuvo en Barcelona. Para toda mi generación la ballena fue la leche. El olor era una mezcla de pescado podrido y formol.

P. Y de más mayores ¿qué hacían?

R. Cuando fuimos un poco más mayores íbamos a un bar que todavía existe, El Torito, al lado de las torres de Quart. Arriba había una casa de alquiler de tocadiscos, y los sábados para hacer guateques alquilábamos uno y de paso nos tomábamos una cervecita en el bar con el pincho de moda, el pincho moruno.

P. ¿Ha vuelto por el barrio?

R. Aquel mundo infantil ya no existe. El barrio lo han esponjado y lo han llenado de unos edificios oficiales de arquitectura durísima que no tienen que ver con el entorno. Apenas queda comercio ni queda vida. Aquello era una explosión de vida y ahora no queda nada.

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Sobre la firma

Cristina Vázquez
Periodista del diario EL PAÍS en la Comunitat Valenciana. Se ha ocupado a lo largo de su carrera profesional de la cobertura de información económica, política y local y el grueso de su trayectoria está ligada a EL PAÍS. Antes trabajó en la Agencia Efe y ha colaborado con otros medios de comunicación como RNE o la televisión valenciana À Punt.

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