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Columna
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El pisito

En todas las pandillas hay uno que lleva la voz cantante, otro que se le enfrenta en plan respondón, una mayoría que sigue al líder y así sucesivamente. Ocurre entre los caballeros de la Tabla Redonda y en cualquier mara de latinos, pero también entre los primates, como pusieron de manifiesto las investigaciones de Jane Goodall sobre los gorilas de Kenia. Sin embargo, hay un aspecto en el que diferimos de nuestros ancestros evolutivos: en las pandillas humanas siempre hay alguien que carga con los gastos, alguien que pone el piso para que los colegas lo devasten en fiestas más o menos orgiásticas dejándole todo sucio y destrozado sin más compensación que una palmadita en el hombro. Algo de esto me temo que está ocurriendo con el partido de gobierno de la Comunidad Valenciana. Concedido: somos el granero de votos del PP. Nada tiene de particular, por tanto, que las exaltaciones y los actos importantes se celebren en Valencia, la joya de la corona. Pusimos un campo de fútbol lleno a rebosar en la época de Zaplana, hemos puesto plazas de toros igualmente desbordadas (con alguna ayudilla, innecesaria, de autobús y bocata, en el más puro estilo franquista) y así ocurrirá la semana que viene una vez más. Quince puntos de diferencia con su inmediato seguidor son mucha diferencia, así que parece lógico que los valencianos pongamos el pisito.

El problema es que, de momento, tanta abnegación no parece habernos servido de mucho. Se ve que lo de ofrenar noves glòries a Espanya carece de mérito, es el comportamiento que se espera de nosotros en el imaginario de este país. Decía el conde duque de Olivares -y con razón a lo que se ve- que los gastos de las aventuras bélicas de Felipe IV debían pagarlos los valencianos por aquello de que los tenía por más blandos. No me cabe la menor duda de que el PSOE perdió hace veinte años la mayoría en la Comunidad Valenciana porque cuando llegó la hora de que el Gobierno central arrimase el hombro, Barcelona recibió la sede olímpica, Madrid, la capitalidad cultural, Sevilla, la Expo, y nosotros, nada de nada. Luego llegaron los ocho años del Aznarato. Los ciudadanos valencianos esperábamos que al fin nos luciese el pelo. Pues tampoco: el AVE todavía no se anuncia en los paneles de las estaciones de Valencia y Alicante (prefirieron otra ciudad que también empieza por Va), el corredor mediterráneo se postergó en beneficio de otros proyectos, y así tantas cosas. El colegón valenciano no tuvo más remedio que endeudarse (es decir, nos endeudó) a conciencia para mejorar el pisito y poder molar en los festorros de la pandilla: a nadie tenemos que agradecer la ciudad de las Artes, la Copa del América o Terra Mítica, por ejemplo, pues son proyectos que pagarán nuestros descendientes.

¿Y ahora qué? ¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo los paganos de la película? Sospecho que toda la movida judicial del caso Gürtel quedará en nada, pero las consecuencias políticas no hay quien las pare. Algo que no podrá hacer ya Francisco Campos es ocupar un cargo en el Gobierno central, mucho menos aspirar a la jefatura del mismo. Pero si pretende pasar a la historia de nuestra comunidad, ya puede irse transformando en un defensor de los intereses valencianos, como los líderes de los partidos nacionalistas, pero también como Fraga en Galicia o Chaves en Andalucía. De verdad y enfrentado a cara de perro hasta con sus conmilitones, no sólo de boquilla. Quiero imaginar que también se tratará el próximo sábado de esto, aunque sea entre bastidores. Si no es así, mal asunto, para nosotros y sobre todo para quien dicen que no lee la prensa. Porque el pisito está hecho unos zorros y al final acabarán por embargárselo.

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