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Apuntes

¿El rectorado en sus manos?

La igualdad entre candidatos refuerza el voto de los alumnos en la Universitat

Ignacio Zafra

La prueba no tiene valor científico, pero es coherente con datos de convocatorias anteriores. Escuela de Magisterio, en Tarongers. Ayer a mediodía. Las mismas preguntas son planteadas a 10 alumnos elegidos al azar: ¿Sabe que la Universitat de València elige rector el martes? ¿Conoce a los candidatos? ¿Va a votar? ¿Cómo se llama el rector que está todavía en el cargo?

Resultado: todos saben que hay elecciones, porque han recibido decenas de correos electrónicos anunciándolo. A uno le suena (Esteban) Morcillo, a otra (Antoni) Furió y cuatro saben que hay una candidata a rectora, aunque no recuerdan una sola promesa electoral. Ninguno ha decidido si va a votar (ni en tal caso por quién) y prácticamente todos creen que se abstendrán. Tampoco hay ninguno que sepa, aunque dos lo intentan, que Francisco Tomás lleva ocho años dirigiendo la universidad.

En 2006, en unas elecciones raras con un solo candidato, votaron 1.424 estudiantes, el 3% del censo. Es probable, como denunciaron el miércoles en el Claustro, que el sistema electoral estamental, que reduce a un 25% el peso de su voto en el cómputo global, desincentive su participación. Debe influir también el que los estudiantes sean jóvenes, sepan que su paso por la universidad es temporal y tengan cosas más importantes de las que ocuparse.

El sistema estamental da lugar, sin embargo, a una paradoja: a los 1.424 valientes que votaron en 2006 les correspondió el 25% del pastel de voto universitario. Si hubieran votado los 47.500 que tenían derecho, les habría tocado lo mismo, y si sólo hubiera votado uno, también.

Un 25% no es un gran porcentaje: el Personal Docente e Investigador (PDI, divididos en dos colegios electorales) representa el 63,7%. Quienes tienen experiencia en campañas electorales universitarias dicen que hay que ganarse a los profesores y a la vez no descalabrarse en ningún colectivo universitario, salvo quizá los becarios de investigación, a los que el sistema concede un 1,3% del voto ponderado.

En unas elecciones normales los alumnos no son prioritarios y en algún caso pueden ser irrelevantes, pero en general conviene no hundirse en su colegio electoral. Eso lo sabía Francisco Tomás cuando en 2002 venció a Josep Lluís Barona. Tomás perdió entre los alumnos, pero se los trabajó y obtuvo un honroso 42% de sus votos.

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Las elecciones del martes, en cambio, no son normales. Nunca ha habido cuatro candidatos a rector, que significan a su vez cuatro gabinetes en la sombra; decenas de profesores implicados en primera línea y muchos más alcanzados por las olas que éstos levantan. Nunca se han usado tantos medios en una campaña, nunca ha habido tantas suspicacias y nunca ha sido tan poco envidiado el cargo de presidente de la Junta Electoral, que ocupa el profesor de Derecho del Trabajo Carlos Alfonso.

Las encuestas hechas a profesores apuntan a que las diferencias entre los cuatro candidatos no son decisivas. Según los datos en bruto (extraídos de 924 entrevistas), entre el primer y el último clasificado hay 5,7 puntos porcentuales. Según los datos elaborados, la distancia es de 9,61 puntos. Seguramente el voto de los alumnos no vaya a darle la vuelta a ese resultado, pero si un candidato fuera capaz de arrastrarlos, tendría abierta la puerta de la segunda vuelta.

Hay muchos que no creen en los sondeos y piensan que las diferencias en las elecciones serán abultadas. Por si acaso, los candidatos, que llevaban cinco debates desde enero y que el miércoles hablaron durante casi cinco horas en el Claustro, se encerraron ayer en la biblioteca de Tarongers en un acto organizado por alumnos. No vaya a ser que su voto el martes no salga repartido.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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