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Columna
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La semana más aciaga del PP

Motivos no les faltan a los dirigentes valencianos del PP para pensar que han sido víctimas de un conjuro o de un mal de ojo que les ha sumido esta semana en una cadena aciaga de infortunios, a cual de ellos más nefasto para su prestigio e incluso para la salvación de su alma. Recapitulemos, empezando por el más sonado y escabroso de ellos, el escándalo aireado por este periódico, protagonizado por el secretario general y jefe de personal de RTVV, un trasunto grotesco de Casanova que, escudado en la prevalencia del cargo para dar y quitar trabajo u oropeles, ha forzado favores sexuales hasta que tres periodistas corajudas han tirado de la manta y revelado esa gran perversión que suponía el abuso del poder para doblegar voluntades. ¿Desde cuándo y con cuántas complicidades ha venido aconteciendo este desmán? La drástica destitución del rijoso no cancela estas preguntas, ni obvia otras responsabilidades.

Sin tiempo para reponerse de este sobresalto, el partido del Gobierno se involucró en un embrollo parlamentario provocado por la presidenta de las Cortes y agravado por su vicepresidente, titulares una y otro de sendas decisiones atrabiliarias contra los grupos de la oposición. Como guinda del desmadre, al consejero Juan Cotino se le desquiciaron los nervios y ofendió gravemente a una portavoz de Compromís. La sesión acabó como el ball de Torrent y únicamente se pudo recomponer cuando el PP envainó su prepotencia y presentó las pertinentes excusas. Una penitencia que no preludia, ni mucho menos, la moderación en el ejercicio de su mayoría hegemónica, cuyo rodillo ha determinado la devaluación democrática de la Cámara. Los debates que se han sucedido no preludian muchas cortesías, tanto más cuando resulta evidente que sólo mediante los legalismos reglamentarios, la arbitrariedad o los desdenes puede la derecha afrontar la superior dialéctica y fiscalización que despliegan sus críticos.

Y en sintonía con estos sucesos se ha producido asimismo la declaración pública de bienes formulada por los miembros del Consell, un pretendido alarde de transparencia que ha acabado siendo un motivo de irrisión por constituir una antología de la trola. ¿Qué crédito se pretendía conseguir mediante estas falsas o incompletas confesiones? Por lo pronto, han sembrado la incredulidad y en el caso del molt honorable Francisco Camps únicamente han conseguido que su parco patrimonio haya alcanzado estos días tanta repercusión mediática y sarcástica como las extravagancias del penoso rapero valenciano John Cobra. Flaco favor le han hecho a un presidente que, de puro vulnerable y desarmado, lo que de verdad necesita es mucha discreción y que pase cuanto antes este prolongado mal trance que le atosiga.

No acaban aquí las desdichas que han abatido simultáneamente al Gobierno, pues al tiempo se ha sabido que es ilegal -como antes lo fue- el nombramiento del director general de RTVV; que el PSPV no desiste de personarse en el caso Gürtel que se sustancia en Madrid y que un diputado popular del Congreso, presentado por Valencia, es detenido por conducir ebrio, si bien hay que decir que celebraba la despedida de soltero. Mala suerte. Pero no así la del PP valenciano, cuyas desdichas son coherentes con lo que ha venido sembrando. Ahora no le queda otro remedio mejor que revisar las actitudes arrogantes y echar mano de los exorcismos, que en su caso, y también por coherencia confesional, habrían de ser eclesiásticos.

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