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Columna
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Con la soga al cuello

Hubiera podido ser ésta una semana triunfal para el presidente de la Generalitat, Francisco Camps. El miércoles pasado conseguía 1.400 millones de euros del ministro de Política Territorial, además de una futura financiación autonómica en función de la población y, lo que parece más decisivo, que en ningún caso se nos diera un céntimo menos por cabeza que a Cataluña. Una gesta que venía pintiparada para maquillar -siquiera fuese mediáticamente- el desplome generalizado de la economía valenciana e incluso exhibirla como un mérito personal en la romería alicantina a la Santa Faz.

Sin embargo, lo que pudo ser una caminata entre aplausos se convirtió en un calvario mortificante debido a la inoportuna -o atinadísima, según cómo se mire- divulgación simultánea en este rotativo de unas conversaciones telefónicas distendidas entre el molt honorable y el jefe para Valencia de la trama corruptora que se investiga en el marco del caso Gürtel, el ya famoso conseguidor Álvaro Pérez, caracterizado por su denso mostacho. Un diálogo ilustrativo de las estrechas relaciones entre ambos personajes y que damos por reproducido, pues no está en nuestro ánimo recrearnos en el infortunio de nadie, y menos de quien anda agobiado con una soga al cuello. Por otra parte, ha sido una información estelar reproducida y glosada en innumerables medios noticiosos y satíricos, con la habitual excepción de Canal 9, claro.

¿Cuál habría de ser el corolario de este episodio? Por lo pronto que, por más que se obstine el PP en blindarlo, al campo no se le pueden poner puertas, esto es, que seguirán produciéndose filtraciones o pesquisas periodísticas que operarán como una corrosiva gota malaya sobre el crédito del presidente y del partido. En estos momentos ya resulta deprimente -sin merma de su comicidad- la mofa que suscita toda esta trapisonda del sastrecillo valiente o espantado, y de los trajes e indumentarias recibidas como dádiva u obsequio y que la justicia investiga con la obligada parsimonia y rigor, pues la evidencia es a menudo muy difícil de probar, y más todavía cuando andan de por medio presuntos cohechos, personalidades de alto copete y hábiles letrados.

Asegura el jefe del Consell que es víctima de un "montaje" y de muchas "mentiras" que se desvanecerán cuando cuente su verdad en el sitio debido y momento oportuno, aludiendo posiblemente a la prevista o presentida comparecencia judicial. Más fácil lo hubiera tenido mostrando las facturas o los justificantes bancarios de las órdenes de pago, pero ni unas ni otros estaban a su alcance, por mucho que lo haya intentado. Ha dicho también que espera un "final feliz", lo que acaso sea cierto si tiene por tal el retiro al ostracismo y a la paz hogareña, pues se necesitaría un prodigio para que él, y quienes con él andan involucrados en estas diligencias, puedan reciclarse para la vida pública. Y no nos referimos a su moralidad, sino a la frivolidad con que cultivaron connivencias que les han arruinado. Una debilidad con la que quizá sea indulgente el electorado conservador, pero que no deja de ser motivo de escándalo y un contundente argumento en poder de la oposición, incluso del PSPV, tan recatado o sibilino a lo largo de este suceso. Ahora, y con independencia de los próximos incidentes procesales, en el PP ya se piensa en el relevo, lo que explica el gesto agónico del presidente.

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