Banco de alimentos para todos
La crisis arrastra a los coruñeses al economato creado en la ciudad para atender a inmigrantes sin dinero - Por un euro se puede llenar una cesta de comida
El hedor a tubérculo putrefacto es casi insoportable esta mañana en el pequeño economato social en el que, desde hace un año, la ONG coruñesa Equus Zebra, creada por y para inmigrantes afincados en la ciudad, reparte cada día, salvo en domingos, alimentos a cambio de "la voluntad". Son las diez de la mañana, hora de apertura, y ya hay una cola que llega hasta la calle. Allá fuera esperan medio centenar de "clientes" de todas las edades, nacionalidad y condición social.
Pero el olor nauseabundo de los 5.000 kilos de patatas inservibles en el comercio echa para atrás a más de uno. Tras el mostrador, Bouba se apresura, resuelto, a vencer cualquier resquemor: parte por la mitad con un cuchillo una patata y la muestra en alto a la muchedumbre, inmaculada, con una textura firme y sin un sólo desperfecto. "A la gente le da asco por el olor, pero están perfectas". Nada que no se resuelva lavándolas y pelándolas. "Pues lléname la bolsa". Dicho y hecho.
Sólo se les pide "la voluntad, siempre que quieran y puedan"
Muchos extranjeros compran para enviar a sus países de origen
El joven dependiente camerunés y su compañera Hasna, de Marruecos, despachan a toda velocidad. Todo el día, de diez a 14.00 en el turno de mañanas, y de 16.00 a 20.00 horas por las tardes. "Mucha, mucha gente. Antes venían unas 50 personas, pero desde hace meses son 200 ó 250 cada día. El viernes, cuando abrimos, había más de 90 esperando en la puerta", cuenta Bouba. Este lunes, además de patatas, hay yogures, magdalenas, naranjas, repostería industrial.
Están de camino unas 50 cajas de carne. No sólo "se desborda" la afluencia desde que abrió el 12 de mayo de 2008 este pequeño almacén en la avenida Cardenal Cisneros, en el barrio coruñés de Sagrada Familia. Cambió también el perfil de la "clientela": cada vez hay menos extranjeros y más nacionales. No se les pide nada más que "la voluntad, siempre que quieran y puedan" a cambio de llenar de alimentos su bolsa. Algunos incluso vienen con carrito.
Suelen dejar de media un euro en la hucha del local, destinada a cubrir, a veces a duras penas, los gastos de gasolina de los dos camiones con los que voluntarios de la ONG recorren, desde primeras horas del día, mercados y distribuidores de alimentación en busca de donaciones. "Los africanos son más vergonzosos, les cuesta más venir a por comida, prefieren que se les ayude a buscar trabajo. Venían muchos más suramericanos. Pero ahora, son gallegos, vienen jubilados, personas que no llegan a fin de mes, estudiantes. ¡Vaya si se notó la crisis!", exclama Antonio Sánchez.
Es, junto al presidente de Equus Zebra, el escritor camerunés Victor Omgbá, el alma y mentor de esta iniciativa solidaria. Antonio, "un parado", ex representante de bombones de chocolate ahora "enganchado" al voluntariado, no descansa. Anda todo el día, de aquí para allí en busca de las enormes bolsas de alimentos sobrantes que genera una sociedad de consumo.
"Las subvenciones no llegan para nada, es la única manera de autoabastecerse". Pescado en la lonja de Sada, verduras y frutas de los distribuidores, lácteos, media tonelada de carne que cada 15 días dona un fabricante de hamburguesas. Solidaridad hay, y mucha, asegura Antonio. "Necesitamos otro camión más, nos prometieron llenarlo cada semana". Y dada la creciente demanda, también se hará un buzoneo para que la gente done los alimentos que les sobra o con fecha de caducidad incluso superada.
Desde octubre pasado, también funciona con éxito la tienda de ropa de segunda mano que Equus Zebra abrió en la zona de la calle Barcelona. Las expectativas se han disparado. A un euro, o incluso menos como este mes con la ropa para niños, se venden todo tipo de prendas donadas. "No damos abasto, nos dan muchísima, la única condición es que venga lavada, y nosotros cuanto más tenemos, más barata la vendemos", explica Sula, la responsable.
Mucho inmigrante acude a comprar cajas enteras de prendas para enviarlas a su familia en su país de origen. Pero también el vecindario es cliente habitual. En la trastienda, se le acumula el trabajo al "sastre". El senegalés Mamadou cose y plancha lo que haga falta. Un señor trajeado le acaba de dejar unos vaqueros para "subirles los bajos".
Por tres euros, obtiene satisfacción en un abrir y cerrar de ojos. Igual que la vecina, "encantada" con un pantalón "de tela fina" y una chaqueta de marca que acaba de adquirir por un euro y medio.
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