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Ciudadano 'botellón'

La imagen del alcalde de A Coruña en procesión asediado por el ruido de las cacerolas de los airados vecinos del centro de la ciudad, pero sobre todo el espectáculo bochornoso del campus universitario de Compostela y de la Alameda parecido a un saqueo de los hunos después de la apertura del curso universitario, me ha hecho pensar mucho antes de decidirme a escribir estas líneas contra el botellón. No suelo estar contra del movimiento juvenil, ni siquiera cuando ocupa propiedades en las que crea alternativas al decreto sumario de los bancos y de la especulación; no suelo estarlo cuando exige sus legítimos derechos a una educación universitaria digna, ni un primer empleo estable, ni siquiera cuando protestábamos contra la cruda imposición de vestirnos de militares y cumplir con el infausto deber patriótico, pero me saca de mis casillas contemplar de unos años acá esas plazas devastadas tras una noche de furibundas mezclas de orines y canciones de guerra, me saca de mis casillas el bum-bum de los estéreos en los coches y las ambulancias corriendo a favor de aquellos a los que el coma alcohólico ha situado a un paso de la UVI. Me pregunto dónde quedan todos aquellos sueños de la contracultura cuando la calle era una fiesta y un espacio donde no cabían los vidrios rotos ni los tetrabik arrugados ni siquiera los condones resecos, donde nadie esperaba que el padre Estado recogiera las sobras del banquete y las mangueras regaran la batalla.

Luchábamos por la conquista del espacio y tal vez del aire, luchábamos por una diferencia que la juventud lleva intrínseca y por la falta de retórica en casi todo: el alcohol, las drogas, el sexo, el rock eran aliados en ese viaje al fondo de la noche en la que entregábamos nuestro hígado y nuestro corazón pero ayudábamos a recoger la fiesta cuando, como en casa de los amigos, uno se ofrece gentilmente a llevar los cascos al contenedor o a meter los platos en el lavavajillas. Puede parecer reaccionario o cosa de la edad, pero ni mis hijos en edad de kalimocho y de kale borroka me podrán convencer de que no estamos dañando el medioambiente, arrastrando por los suelos toda esperanza en el reciclaje, desprestigiando un espacio público que construimos todos, dilapidando una salud de que cada uno es dueño y administra como quiere, pero que no debe tener como objetivo la noche del viernes y el coma etílico...

No quiero sentirme como el predicador en el púlpito (hay demasiados ya) ni como el tertuliano de la radio que brama contra todo y contra todos, sino por una vez sentirme solidario con aquellos miembros de la policía municipal que luchan contra la montaña de oficiantes y las toneladas de basura, en pro de aquellos que asisten como los padres hace muchos años apostados a un lado del baile para cuando la orquesta acababa llevar a sus hijos a casa...Luego está la larga secuela de accidentes de carretera, pero no vamos hablar de esta sangría que provoca más muertos que una guerra, sino limitarnos a los destrozos que este comportamiento ocasiona aún en aquellas áreas que los munícipes han previsto para tal oficio, esos inmensos botellódromos cuya idiosincrasia de abrevadero compite y pierde la vergüenza en comparación con cualquier campamento de refugiados kurdos.

Hasta aquí la rabia (los hay que llevan su bolsa y recogen los enseres) de estar arrojando más mierda en este dichoso planeta al que le sobra ya por todas partes, y hasta aquí también la reacción de muchos jóvenes que pensarán que estas líneas son fruto de un mal trago. Yo que he estado en el barrizal del Festival de Woodstock en 1994 (el más grande de la historia) o en las protestas contra el FMI en Praga (de las más violentas) puedo dar fe que estaba mucho peor el campo de batalla de la Alameda de Santiago. Lo que aquí nos cuesta creer, el quid de la cuestión, es que haya alguien, por joven que sea, que aún piensa que puede esparcir su fiesta por la calle que ya vendrán unos trabajadores de la limpieza a recogerlo. La borrachera sigue siendo un acto estrictamente privado, pero el suelo que pisamos ese es de dominio público.

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