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Columna
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Día de lo bueno por conocer

Hace hoy 29 años la sociedad española, representada por su cuerpo electoral, decidió emprender la senda constitucional. Aquel 6 de diciembre, miércoles, votó en Galicia el 50% raspado de los electores, cifra notablemente inferior al 67% de media en España, pero con mayor porcentaje de síes (el 90%, frente al 88,5%). Es decir, los gallegos se revelaron como bastante menos entusiastas, pero algo más obedientes a la realpolitik del momento (aliento militar en el cogote colectivo incluido). Dos años después, el entusiasmo reducido derivó en franca abulia. Sólo el 28% de los gallegos se animó a dar su opinión sobre el Estatuto (en ninguno de los otros referendos autonómicos la participación bajó del 50%) y casi el 20% lo hizo para votar que no.

Los escuálidos votos del BNG han vuelto un proceso que antes era negro e impracticable

Un par de meses antes, un artículo de Juan Francisco Janeiro en este periódico advertía ya que la abstención sería enorme. Recogía un sondeo de Icsa Gallup, ocultado por la Xunta preautonómica, que aseguraba que el 20% de los encuestados creía que el Estatuto ayudaría algo a resolver los problemas de Galicia, el 26% que poco y el 15% que nada. Nada raro a tenor del juicio que merecía la pre-Xunta: 15% bien, 25% mal o muy mal, y no quería pronunciarse el 60%, que subía a un 72% de renuentes si se les preguntaba por el presidente preautonómico, José Quiroga. Curiosamente, hacía notar con sorpresa la empresa demoscópica, dos tercios de aquellos descreídos anteponían la idea de Galicia a la de España. Con la ventaja que da desentrañar el pasado, parece claro que los partidos iban entonces un paso por delante de la sociedad, que se aferraba al principio de que más vale malo conocido. Desde entonces se han experimentado las ventajas de lo bueno entonces por conocer, el autogobierno, pero es difícil de establecer como va clasificación clase política-sociedad.

Un dato es que ha habido que esperar tres décadas para que se diese un debate sobre el voto de unos diputados gallegos en Cortes. No es que nuestros congresistas no hagan nada allí (al menos, no todos) y sé positivamente que muchos realizan un trabajo denodado, proponiendo y enmendando y todo eso. Pero desde el punto de vista de Galicia constituyen una procesión dos caladiños. Van (aunque tampoco todos), votan lo que les dicen y vuelven, si es que ya no son de allí. (No lo vean como una crítica. Se dice que Isaac Newton, en todos sus años como miembro del Parlamento de Inglaterra, sólo tomó la palabra una vez, y para pedir que cerraran una ventana porque tenía frío).

Bien es cierto que la espera ha valido la pena. La emisión de los escuálidos votos del BNG en un tema sin consecuencias prácticas como la reprobación de Magdalena Álvarez, ha obrado el milagro de abrir las mentes y allanar voluntades y ha vuelto blanco y viable un proceso que antes era negro e impracticable. Se entiende que la postura de los congresistas del Bloque no guste al PP de Galicia. A Alberto Núñez Feijóo, como el brillante polemista que es, la falta de argumentos no le impide terciar en los debates, pero podía haber echado mano de alguno mejor que acusar al BNG de venderse por un plato de lentejas. En todo caso, son los nacionalistas los que a cambio de un plato de lentejas (la reprobación simbólica de alguien que merece medidas más contundentes) han obtenido la progenitura (la pública decisión de negociar unas transferencias que hace poco se negaban, y 51 millones).

Feijóo podía haber invocado, dentro de la estrategia habitual "¡Sepárense, señores Touriño y Quintana!" que es una vergüenza que el Gobierno central haya tenido que ceder fondos y competencias a los que Galicia tenía derecho para mantener a una ministra cuya única virtud conocida es la autoestima. O denigrar la frivolidad egoísta del voto nacionalista, no sujeto a la disciplina de más elevados intereses, como los que obligaron en febrero de 2004 a los eurodiputados gallegos del Partido Popular Europeo a votar contra la propuesta de Camilo Nogueira de incluir los tramos ferroviarios de alta velocidad Porto-Ferrol y Ferrol-Bilbao en los proyectos prioritarios de redes transeuropeas.

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Lo que no se entiende es que comentaristas que se han venido lamentando intermitentemente de la desaparición de Coalición Galega o la ausencia de opciones vernáculas tipo CiU clamen al cielo porque Paco Rodríguez y Olaia Fernández Davila hayan preferido la negociación al desahogo. O que voces del ámbito nacionalista derramen lágrimas de expiación ante tamaña muestra de pragmatismo. En resumen, parece que parte de la sociedad baja la vista y murmura avergonzada: "Dios mío, qué van a pensar ahora de nosotros por ahí fuera".

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