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Columna
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Feijóo no se decide

En los 16 años del PP en el poder la parálisis política corrió de la mano de la modernización económica

El lunes los medios de comunicación echaban humo. En los titulares electrónicos se podía leer "El miedo tumba a las bolsas", "Las bolsas viven un nuevo crac". El nerviosismo se extendía y los líderes políticos, que no supieron defender los derechos de sus ciudadanos frente a los cuatreros de Wall Street y a los profetas del liberalismo económico, "lloraban como mujeres lo que no supieron defender como hombres". En las cancillerías del mundo se multiplican las efigies de Boabdil. Sin duda, vienen tiempos difíciles.

En esta atmósfera de pesimismo, en la que se recogen los frutos de décadas de desidia de los Estados frente al dinero, los gobernantes y la oposición de una pequeña comunidad autónoma, integrante de un Estado de tamaño medio, tienen que discutir las estrategias frente al futuro, es decir, frente a la crisis. El esfuerzo que han de hacer para hacerse oír y para hacerse creíbles es ímprobo, hercúleo. Recordemos que jamás Galicia ha sostenido una pauta propia de desarrollo, que la economía del país ha sido una copia fiel de los ciclos del conjunto de la economía española, con apenas un cierto décalage. Esto no necesariamente tenía que haber sido así, pero así es como fue.

Un debate de esta naturaleza es siempre una lección de estrategia. Touriño ha sabido lanzar su mensaje: 430 millones contra la crisis. Es sabido que a Touriño no le sobra carisma y que sus intervenciones son prolijas y burocráticas. Sin embargo, sabe aprovechar las ocasiones, marcar el territorio, crear el titular. Da la impresión de creer en lo que dice, de no haberse dejado seducir por el fatalismo oriental. Frente a el, Núñez Feijóo, líder posmoderno, no se decide. Fue incisivo devolviendo al bipartito la acusación de clientelismo que tanto daño hizo a la credibilidad del PP, desgranó con eficacia reproches de incumplimiento y remató la faena, después de citar los desencuentros del bipartito, proponiendo posibles consensos en relación al Estatuto.

Todo ello está muy bien, pero no consigue orillar los problemas de casa, que le prestan ambigüedad a su discurso. Oyéndole uno duda de si Feijóo quiere encabezar una oposición ideológica, españolista y en la ortodoxia del desmantelamiento progresivo del Estado, a la manera de Vidal Quadras, como le demandan sus radicales, o navegar por la galleguidad más tópica de Barreiro y Baltar. Al final, Galicia bilingüe bebe de las fuentes del liberalismo de los neocon, ahora en desbandada, pasadas por los filtros de El Mundo y la Cope. Si fracasa en sus pretensiones electorales, no es seguro que los pijos de ciudad y los despectivamente llamados boinas puedan convivir bajo el mismo techo. Esta es la gran incógnita del PP: si puede mantener unidas cosas que la sociología separa.

Núñez Feijoo intentó una crítica de amplio espectro, pero sin despejar cuáles son sus recetas salvo la austeridad en la Administración y la promesa de no volver a comprar Audis, que fue el momento populista del debate. Pero Feijoo es más Bush -o Aznar- que Angela Merkel. Su forma de liderar la derecha debe mucho a los orígenes de su fortuna en el partido. No hay ni que decir que cabe en su debe el hecho de que, en los 16 años en los que el PP ejerció el poder, la parálisis política corrió de la mano de la modernización de las infraestructuras y la transformación de la estructura económica. Los grandes debates se mantuvieron en formol. Los periódicos, bien engrasados desde el poder, callaron.

Uno de los logros de la presente legislatura es que, por lo menos, la presencia del presidente en el Parlamento es constante. Eso no basta para que un país recupere su tono, ciertamente, y sería muy bueno que los medios de comunicación viviesen menos de las cuantiosas subvenciones públicas. El anuncio por parte del presidente Touriño de la aprobación de la ley de la CRTVG y la de la publicidad institucional son pasos en el buen camino. Tampoco puede discutirse el crecimiento de las inversiones del Estado en Galicia, la voluntad, un poco caótica, de darle coherencia al territorio o un mayor énfasis en las políticas sociales. Esos son los logros objetivos del bipartito.

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En lo que se refiere al líder nacionalista, su principal propuesta, la de un nuevo Estatuto de nación, suena tal vez galáctica en días de tormenta, aunque fue inteligente, al convertir el autogobierno en un muro de defensa contra la crisis. Cada vez se le ve más confiado en su papel de dirigente moderado que ha procedido al deshinchamiento del mito del radicalismo nacionalista.

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