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Columna
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Feijóo entra al trapo

Antes, la clase política y dirigente en general se despedía de la afición en verano y dejaba a la prensa escuálida. Ahora no da respiro y hasta las clásicas serpientes de verano de las que los periodistas echábamos mano para llenar páginas como fuese están en peligro de extinción. Y lo peor de este fenómeno es que está provocado por el síndrome de abstinencia de titulares, y no por la realidad. Véase si no la aparición de la taurocrisis, el fragoso debate sobre las corridas de toros. Un espectáculo agónico -en todos los sentidos- que ha obrado el portento de despertar el ardor combativo de una oposición que lleva casi dos años sin aportar más salidas al temporal económico y laboral que el "déjenme a mí".

La 'fiesta' de los toros se subvenciona con 600 millones de euros anuales de fondos públicos

El mérito es mayor, tanto en la osadía de hacer olas como en los resultados, cuanto que la encuesta más creíble sobre la afición taurina en España, realizada por Gallup en 2006, antes de la marejada, señalaba que al 70% de los españoles no les importaba "nada" la llamada fiesta nacional a pesar de que no es ni una cosa ni otra. En Galicia, ese rechazo supera el 80% (similar al de Cataluña) y sólo se declara aficionado el 3% (un porcentaje inferior al de los que creen que Elvis está vivo). Ya en tiempos en que aquí había plazas sustentadas por el público, el escritor coruñés Wenceslao Fernández Flórez sentenciaba: "¿Afición a los toros en Galicia? Hay un aficionado en Monforte y se sospecha de otro" (según publicó su secretario y paisano Victoriano Fernández Asís en la revista del Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses, cita que documento como prueba de limpieza de sangre no antiespañola de los autores). A pesar de ello, como nada que pueda ser reproducido en las tertulias madrileñas le es ajeno, Alberto Núñez Feijóo se ha manifestado sobre la taurocrisis.

El trapío que atesora el presidente gallego es tanto que las primeras declaraciones las realizó sin reparar que estaba con Paulino Rivero, presidente de Canarias, la comunidad en la que las corridas de toros llevan prohibidas una década, y por iniciativa del PP. "Allí es por falta de tradición", justificó el presidente gallego. Quizá la premura en lanzarse al ruedo sin ver la viga de la falta de afición en el propio ojo provocó la peor faena declarativa que se le recuerda y que metiese la pata hasta el corvejón, no una sino dos veces: "Cuando un hombre se enfrenta a un toro y pone en peligro su vida, tiene un poco más de mérito que cuando un hombre coge una escopeta y mata un animal" fue la primera. Los cazadores no convierten su afición en pasatiempo público, ni torturan previamente a sus piezas para que estén más dispuestas a colaborar en el espectáculo. También revela valor atravesar una avenida con mucho tráfico por el medio de la calzada, pero no me imagino a una autoridad encomiando el mérito del que lo hace.

La segunda fue aquella de: "Cuando se revisa la pinacoteca de Picasso se advierten bastantes asuntos de tauromaquia; no sé si el señor Picasso era catalán, pero creo que sí". Lo peor no es un error por frase (pinacoteca es una galería o museo de pinturas, no la obra de un pintor, y Picasso nació en Málaga y se crió después en A Coruña). Es que aunque el autor del Guernica fuese catalán, el argumento no vale. Otelo y Madame Bovary son dos obras de arte indiscutibles, pero no hasta el punto de justificar, respectivamente, la violencia machsta y el adulterio, y tanto la esclavitud como las guerras son actividades humanas de gran tradición -mucho más que el toreo, que tal y como lo conocemos tiene un par de siglos de antigüedad-, pero que hayan protagonizado buena parte de la historia del arte no es argumento para reivindicarlas. Después, mejor aconsejado (o antes, sucumbiendo a su querencia por embestir a cualquier trapo; o a la vez, total qué más da decir una cosa y su contraria), dijo aquello tan sensato de que "en Galicia preocupan más las vacas que los toros" (aunque él irá a los toros en Pontevedra, y no a reunirse con los exhaustos ganaderos del sector lácteo).

No es, sin embargo, un problema de porcentajes. Por mayoritaria que fuese la afición a las corridas de toros, no dejarían de ser un apogeo de moscas y sangre, protagonizado por unos individuos vestidos de ciclistas barrocos y tocados con una especie de cruasán, que acuchillan animales para diversión de un público que, como mucho, corre el riesgo de una insolación. Pero hasta para llevar la política a terrenos ajenos hace falta arte. Gracias a la taurocrisis, ahora sabemos que la fiesta se subvenciona con 600 millones de euros anuales de fondos públicos (128.000 euros recibe del Ayuntamiento la feria coruñesa este año de crisis). Hace años, Xosé Cuiña, entrevistado en el palco de la plaza de toros de Pontevedra, primero soltó los tópicos habituales, pero convenientemente interrogado (entonces los políticos dejaban hacer más de una pregunta) reconoció: "Home, a min, isto de andar a navalladas coas vacas..."

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