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Columna
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Fraga explicado a los niños

El género necrológico, como cualquier cosa en España que exija un mínimo de ponderación, está perdiendo el norte, víctima de vicios tan castizos como el peloteo oficial y el desahogo oficioso, como podemos comprobar estos días con Manuel Fraga. Afortunadamente, se mantiene el gusto por las anécdotas, así que ahí van algunas mías: una vez que le hicimos a dúo una muy trabajada entrevista, el fotógrafo me contó que cuando yo le hacía la pregunta, ponía cara de atención, pero cuando se la hacía mi compañero, por mucho que las cuestiones las hubiésemos redactado a medias, ponía tales caras que se hinchó a hacerle fotos del género expresivo. Sin embargo, en otra, una para televisión que empezó atravesada, intenté apaciguarlo diciendo que eran solo dos preguntas y cuando le hice una tercera -en su beneficio, porque en las respuestas anteriores se había liado- me recordó abruptamente que eran dos, y punto. Yo prefiero quedarme con su faceta amable cuando, en la romería que le organizó a Fidel Castro en Láncara, me invitó de repente a una rosquilla, o más bien me conminó a cogerla. Es decir no pretendo haber tenido con él un trato que no tuve, pero mis experiencias y las de los que lo conocieron bien coinciden bastante en revelar que, como ser humano, Fraga era como era (y además no tenía el moderno vicio de no contestar a los periodistas).

Lo peor de su herencia son los epígonos, los que acuñaron aquel "lo que diga don Manuel"

Pero una cosa es recordar lo mejor de quien se fue, o incluso estar de acuerdo con lo que hizo, y muy otra ser tan verosímil en las apreciaciones como esas necrológicas que informan, desdeñando la aparente contradicción, que fulano murió en un accidente confortado con los sacramentos y la bendición de SS. Es decir, no intento a estas alturas descubrir a Manuel Fraga Iribarne o enjuiciar su trayectoria (las crónicas que hizo Xosé Hermida en este periódico me parecen bastante ilustrativas y ponderadas, y, ya metido en bombos mutuos, los análisis sobre el político fallecido que firmaban ayer Pedro Puy y Anxo Guerreiro, siendo la cara y la cruz, los veo perfectamente correctos). Pero creo que a algunos próceres hay que exigirles una redacción más veraz que la de las empresas de pompas fúnebres.

Para no descender a los detalles o perder el tiempo y el aliento citando la faramalla de ditirambos que vienen en los medios, echemos mano del paradigma, el panegírico Amor a España, pasión por la libertad firmado por alguien tan templado como Mariano Rajoy. Sin pasar del título, y sabiendo que el presidente del Gobierno lo trató a fondo, o la pasión de Fraga por la libertad era igual de profunda, y sin exteriorizar, o el texto lo escribió un meritorio que no tuvo tiempo de leer la biografía completa del retratado. Si el fundador de AP y el PP era un apasionado por la libertad, mucho debió de sufrir hasta bien entrada la edad adulta. Precisamente el espíritu de servicio al Estado que le resaltan Rajoy y tutti quanti le hizo no discriminar qué tipo de Estado servía, fuese dictadura o democracia. Y si bien es cierto que altos cargos de Franco fueron también Joaquín Ruiz Jiménez o Rodolfo Martín Villa, el primero optó por la rectificación y el segundo por la discreción, mientras don Manuel por el sostenella y no enmendalla. No está bien recordar los pasados errores ajenos, pero tampoco olvidar que el hijo pródigo fue celebrado y agasajado porque reconoció sus errores (Lucas, XV, versículos 11-32).

También es retorcer un poco la historia adjudicarle el advenimiento de la democracia. Por mucho que ese fuese un proceso multiparental, si hay que establecer la filiación, el padre fue Adolfo Suárez y la muy sufrida madre la parte de la sociedad que la demandaba y era reprimida por ello. Así que dejémoslo en cuñado, o tío. Y también es cierto que su Ley de Prensa de 1964 mejoró lo que había, pero no "posibilitó el despegue de una cultura mediática ajena a los dictados ideológicos de la época", como asegura el presidente del Gobierno y del PP. Cambió el "está prohibido decir eso" por el "usted verá lo que hace si dice eso", como comprobaron, por ejemplo, los editores de La Voz de Galicia que tuvieron que pagar en 1968 una multa de 50.000 pesetas "por exaltar el idioma gallego", y otros, también en Galicia, que vieron secuestrados sus libros y revistas.

Es más, posiblemente lo peor de Fraga, su herencia más negativa y todavía vigente, son sus epígonos, los que acuñaron aquel "lo que diga don Manuel" que definió sus relaciones con amplios sectores sociales, altos y bajos. Y los que defienden a ultranza su herencia, deberían reflexionar qué han hecho con ella, si han mantenido o mejorado sus logros, que los tuvo, o han enmendado sus errores -que también- o los han perpetuado y agravado. Por lo demás, las hagiografías me recuerdan aquella defensa de Franco que escuché al guía de un monasterio gallego en una excursión escolar: "Ahora se meten con él, pero trajo el tren y la electricidad".

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