_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fue para hacer otra política

La sociedad gallega es débil, es cierto. Padece la debilidad del país envejecido que somos y todavía está sacudiéndose el frío de la etapa de glaciación de la que acabamos de salir. Pero junto a esos rasgos se encuentran también manifestaciones de gran creatividad, vitalidad económica, social, cultural. Aunque, no nos engañemos, a pesar de los fondos europeos seguimos a la cola de casi todo. Aun así, esta Galicia no se merece la expresión política que tiene. Quizá la mereció antes, cuando la sociedad se dejó tutelar y subsistió minorizada mamando de la teta clientelar. Pero ahora que la ciudadanía hizo sus deberes merece otra política.

Una parte significativa de la sociedad se movilizó y se expuso una y otra vez ante un poder político que compraba a la sociedad y castigaba la disidencia, y lo hizo precisamente para acabar con aquella política. Fue la sociedad la que se movió para hacer un cambio, para enfrentarse a un poder político blindado y estarán muy equivocados los partidos que ahora gobiernan si creen que el mérito fue suyo. No les negaremos su trabajo, su militancia, sus denuncias de la ineptitud, corrupción, autoritarismo, la falta de transparencia..., el pésimo ejemplo que fue el poder político para una sociedad ya desesperanzada, nihilista. Pero los partidos no debieran olvidar que son instrumentos de la sociedad y aunque tengan su margen de autonomía en último término es la sociedad quien dispone de ellos poniéndolos en el Gobierno o quitándolos con su voto. Como se hizo. Y, en ese sentido, comprobamos que nuestros partidos son mucho más viejos que la sociedad, no han comprendido los cambios producidos en el país. Siguen sin pensar en la ciudadanía, todavía piensan en los votos comprados.

Los pusimos ahí con nuestro voto. Es nuestra responsabilidad que gobiernen. Y por eso, cuando van a cumplirse los dos años, todos tenemos la obligación de asumir la realidad. No podemos olvidar la etapa de la que venimos, una anomalía histórica caracterizada por la falta de libertad y la inmovilidad; en ese sentido hemos entrado en una etapa de normalidad histórica. No olvidamos la gravosa herencia que nos dejaron en casi todos los campos y así, podemos asumir, incluso comprender, la falta de impulso, las políticas de parche en casi todos los terrenos, la falta de imaginación. Pero resulta totalmente inaceptable que se continúe con las mañas y los modos de gobernar del fraguismo para conservar el poder.

Además de ser un error innecesario, es inaceptable que se censure un programa de humor político en la televisión porque resulta incómodo a quien gobierna. Es impresentable que continúe el tratar a los ancianos como mercancía electoral a base de raciones de empanada. Y es vergonzoso que actúe en ellas un presentador de la televisión autonómica, o una cosa o la otra. Y es ofensivo e inmoral, después de un cambio político para liberar a la sociedad de sus ataduras y chantajes, que esta Administración continúe con la compra de voluntades de las empresas de comunicación. Esa operación, realizada en la penumbra, sólo se explica por la intención de blindarse antidemocráticamente, de seguir comprando con dinero público la información y ocultándola luego. Por la intención de robarnos la libertad de prensa y de expresión. Eso es el más obsceno fraguismo.

La guinda a los comportamientos fraguistas en esta administración bipartita la ponen los altercados en la Vicepresidencia de la Xunta días pasados. Un bochornoso compendio de los malos modos, el autoritarismo y del uso del poder de un modo perverso. Alguien tendrá que dar explicaciones y pedir disculpas. Porque no merecemos eso.

La ciudadanía puede y debe ser comprensiva con unos partidos en su contexto histórico, pero no debiera aceptar lo que no es democráticamente aceptable. Aunque eso suponga, nuevamente, colocarse en posición incómoda. Los votamos, los pusimos ahí para que gobernasen de otro modo, no para perpetuar comportamientos fraguistas. Y los que discrepamos entonces de esos comportamientos no podemos ahora callar. Sólo nos queda esperar que, acercándose al ecuador de la legislatura, haya una autocrítica y un verdadero cambio en el modo de hacer política.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_