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Columna
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Galicia, retórica o realidad

Los que vivimos lejos de la tierra venimos a ella con toda la frecuencia que podemos a disfrutar de alguna forma de melancolía no siempre sana pero siempre estimulante, como un veneno suave que mata pero no del todo, y permite alguna forma de pensamiento, si bien saudoso y lento, aunque lúcido. Pero las frías fiestas recientes atravesadas de una cierta soledad marina y con el silencio justo tienden a liberar al pensamiento más que a restringirlo, y si hace frío la saudade se acurruca y nos va dejando en paz para abrir la mente a la conciencia aguda, porque el frío mata si no mueves el cuerpo y la mente. Y la mente se va a lo que hay, y lo que hay es un proyecto lingüístico que otorga un tercio de las clases escolares a sesiones en inglés, se supone que con un profesor que cumple dos requisitos: conocer su materia específica y hablar inglés a nivel nativo para que los chicos aprendan con sus palabras y él pueda corregirles al tiempo que les enseña un poco de química orgánica o la estructura de la célula. El profesor oficial de inglés de cualquier centro, que es el que se supone que conoce y habla (y escribe) un inglés de calidad, casi a nivel nativo, tiene el encargo de dar inglés, exclusivamente, no Sociales ni mates ni Naturales ni nada de eso. Es muy dudoso que el resto de profesores, aun sabiendo inglés de forma suficiente para sus viajes y trabajos, tenga el nivel que hay que tener para dar clases exclusivamente en inglés sin que los niños acaben hablando un castrapo mezcla de swajili-betanceiro-inglis de Nashville (Tennessee) y un poco de fonética gaélica que pueda quedar emboscada de fonosustrato en el romance gallego. Esa es la realidad.

¿Está el país dispuesto a perder su lengua tras consentir la ruina de sus costas y su medio natural?

Los padres siempre nos dicen (decían, vaya) a los niños (hoy adultos, caray) que debíamos dejarnos de tonterías y ser realistas, pues la vida es muy dura. Lo es. Más dura aún para un niño terciado de idiomas, con un inglés perralleiro que no le valdrá ni para pasar por indígena comanche en la taquilla del metro de Denver (Colorado). Insisto: esa es la realidad, con los años he ido sentando la cabeza y nunca se me hubiera ocurrido hacer un preproyecto tan disparatado, infantil, evanescente e inútil. ¿De dónde sacaban nuestros padres que los adultos eran gente realista y sensata? Es la típica fantasía de adulto maleado por la superestructura ideológica al uso, que tiende a potenciar la estupidez dándole el marchamo público de sabiduría y astucia, y eso es también el realismo en boca de un adulto maleado por tal sabiduría y tal astucia. Habría que decir, así como de paso, porque parece que esto sí es importante, que el gallego es extraordinariamente rentable en el mercado simbólico del Estado, y que hablarlo y defenderlo nos hará más prósperos y respetados. Queda dicho para los modernos, especie de despistados que saborean en exclusiva "la lengua de Cervantes", que dicho así parece una propuesta gastro-antropofágica. Tampoco es manca la lengua de los mejores cancioneros. Y no hace falta tocar ahora a fondo el tema de la elección del idioma por los padres, dejemos eso de lado, porque de ello se encargarán el Supremo y/o el Constitucional, que no pueden hacer otra cosa que evidenciar la ilegalidad y anticonstitucionalidad del hecho de que unos padres de un cierto lugar del Estado (y del mundo) puedan elegir la lengua de estudio de sus hijos y que el resto de padres del Estado (y del mundo) no puedan hacerlo en esas mismas condiciones. Por ejemplo, ¿puede un gallego en Madrid elegir el gallego para sus hijos? ¿Por qué yo no tengo ese derecho? Les recuerdo a estos libertarios de ocasión que las leyes son para todos, faltaría más. Es tan obvia la jurisprudencia al respecto (la hay ya), que volver a incidir en ese error es un caso de provocación anticonstitucional de la actual Xunta que no pasará desapercibido a los juristas que en su momento planteen la derogación de un decreto con esa peculiaridad. Más tiempo perdido. El gallego pierde, en este proyecto, un 17% de tiempo útil, que en los tiempos que corren es una brutalidad. Ese tiempo no servirá para el inglés: no es posible bajo ningún concepto que se cumpla semejante cosa ni en lugares donde el inglés está mucho más cerca de los hábitos del profesorado. No sería posible en la universidad de más alto nivel del Reino de España. Tampoco en Francia o Italia. No es posible. Ese tiempo se aplicará al español en la mayoría de los casos (se admiten apuestas fuertes), y esto nos coloca definitivamente y sin mucho tiempo que perder ante la cuestión decisiva, que debe ser contestada ya para irnos ahorrando disgustos y trabajos: ¿está Galicia dispuesta a perder también su lengua tras haber consentido la ruina de sus costas, el deterioro histórico de sus villas, el deterioro y horterización de sus ciudades y la destrucción de buena parte de su medio natural?

Mucho más racional sería un reparto negociado del 50% entre gallego y español, y allí donde sea posible dar alguna asignatura en inglés, que sea el español el que ceda su tiempo, pues el gallego es, constitucionalmente, la lengua a proteger. La cesión por igual al inglés transgrede la norma del cuidado hacia la lengua propia y es tan anticonstitucional, si sabe defenderse, como el resto de este preproyecto que nace muy herido de sectarismo. No es un proyecto aceptable, ni es constitucional ni necesario en esos términos. Insisto: ¿está Galicia dispuesta a perder también su lengua tras haber consentido la ruina de sus costas, el deterioro histórico de sus villas, el deterioro y vulgarización de sus ciudades y la destrucción de buena parte de su medio natural? Contesten a eso y ahórrennos problemas y trabajos, tan arduos, por cierto.

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