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Columna
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La Galicia de siempre

De la mano de la democracia y de la autonomía, la sociedad gallega ha cambiado mucho en poco tiempo, pero aun así se mantienen sus perfiles más tradicionales, lo cual no es ni bueno ni malo, sino definitorio de cómo es este país. Aldeas, parroquias, pequeños y medianos concellos y contadas grandes ciudades siguen dando cobijo a muy distintas y costosas maneras de vivir en Galicia, por mucho que ya existan dos áreas metropolitanas de cierta entidad en torno a Vigo y A Coruña y que entre Ferrol y Tui siga conformándose una especie de alargada ciudad jardín asomada al mar. Y tanta dispersión, apenas atenuada, sigue siendo un lujo caro, incompatible con la racionalidad económica.

Pero habiendo casi de todo, hay cosas que escasean en Galicia y que cada vez son más necesarias, empezando por la propia gente. Hay pocos gallegos, en realidad cada vez hay menos, en la medida en que esta comunidad pierde peso específico dentro del Estado al que pertenece, y no hay una gran ciudad que simbolice la vanguardia. Tampoco hay una gran conciencia social de país, por mucho que en ciertas elites anide esa idea de manera elaborada, y es un secreto a voces que el gallego está en peligro, especialmente en los medios más urbanos donde ahora incluso surgen voces que, por si fuera poco, ven en riesgo ¡el castellano! Y no hay apenas inmigrantes, porque los que conviven aquí en realidad son más bien hijos y nietos de nuestros propios emigrantes.

Es como si hubiese que pedirle permiso a alguien para hacer el cambio que abanderan PSOE y BNG

Tampoco hay Internet de banda ancha en muchas partes de Galicia, mientras el principal debate político sigue girando sobre una cosa como el AVE que ya llegó a Sevilla hace más de 15 años. Eso sí, se aparenta una cierta normalidad institucional, como si el gran mérito del presidente Touriño fuese que no se notara demasiado que Fraga ya no está. Un poco como si hubiera que pedirle permiso a alguien para hacer el cambio que supuestamente abanderan el PSOE y el BNG.

Por el contrario, hay demasiados coches oficiales, demasiados recintos feriales y más que suficientes paseos marítimos donde Galicia enterró buena parte de los fondos estructurales llegados de Bruselas.

Por muchas esperanzas que algunos tengan en el llamado Acordo pola Competitividade, todos sabemos que Inditex no nació en ninguna mesa de concertación y que apadrinar el intervencionismo económico ni era moderno con Fraga ni lo será con Touriño. Además se ve que ese tipo de acuerdos con empresarios sin empresas como Antonio Fontenla no impiden que veamos a Antón Reixa, que sí es empresario de cine y televisión, clamando en el desierto en defensa de una industria de tanto futuro como el audiovisual.

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Si este país quiere parecerse a las naciones más modernas necesitará creer más en sí mismo, empezando por tener más habitantes, cada vez mejor formados. Pero lejos de eso, es tremendo ver cómo van los aviones para Madrid cargados de jóvenes profesionales gallegos, que a lo sumo disfrutan aquí del fin de semana. Y también lo es comprobar cómo la clase política se enreda con falsos debates mientras en la era de la inmigración todavía hay gallegos que emigran y que, por tanto, ni siquiera protestan. Eso sí, nos queda el consuelo de que el paro de los inmigrantes aquí no nos afecta.

El papanatismo no lo explica todo pero ayuda bastante, al tiempo que denota mucha frustración. Incluso políticamente.

El PP de Galicia es, por ejemplo, un partido mayoritario incapaz de traducir sus votos en poder, víctima de unos extraños complejos que le impiden pactar, hasta el punto de que -añorando los tiempos del fraguismo- se condena a la oposición ante de tender la mano a posibles aliados. Y el llamado PSdeG es una exitosa franquicia como puede serlo el concesionario de la coca cola, de ahí que considere estéril seguir los pasos del PSC, hasta convertirse en una verdadera fuerza política gallega con ideas propias. Por su parte, al BNG le cuesta superar clichés de otras épocas, como asumir que también le vota gente que habla castellano y que lo que quiere es que Galicia tenga un partido nacionalista útil y pragmático, desprovisto de viejos esquemas organizativos e ideológicos, llenos de tics que a veces suscitan más rechazo que seducción entre la gente.

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