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Columna
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Sin Gobierno y sin alternativa

La Xunta de Galicia, como institución de Gobierno, tiene dos importantes e ineludibles responsabilidades políticas. La primera de ellas, poner en marcha un proyecto para modernizar el país, superar los déficits históricos de nuestra economía y de nuestra sociedad y contribuir así, en el delicado momento que vivimos, a afrontar la crisis y especialmente la creación de empleo. Cuenta para esta tarea con instituciones representativas propias, no dependientes del poder central, dispone de competencias políticas y administrativas que incluyen el poder legislativo sobre numerosas e importantes materias, gestiona recursos financieros que representan el 20% del PIB gallego y dirige una Administración que cuenta con decenas de miles de empleados públicos.

El triunfo de Rajoy y los duros ajustes que se anuncian pondrán en serios aprietos a Feijóo

Pues bien, cuando nos acercamos al tercer aniversario del triunfo electoral del PP, el presidente Feijóo no ha sido capaz todavía de diseñar un proyecto económico que merezca tal nombre y ha renunciado a utilizar las competencias e instrumentos de que dispone para afrontar la crisis. Al parecer, el principal problema del país, el paro, como justamente denunciaba Feijóo cuando era oposición, ha desaparecido de la agenda política del Gobierno. El resultado de todo ello es incuestionable y desolador: en las principales variables (crecimiento económico, generación de empleo y equilibrio de las cuentas públicas), Galicia se encuentra entre las comunidades autónomas con peores resultados. Nadie conoce la política industrial del Gobierno ni en qué consiste su proyecto agrario o pesquero, y tampoco nadie puede responder a la pregunta de cómo utiliza las competencias de que dispone la Xunta en política de empleo. Sin embargo, desgraciadamente sí conocemos su estrategia respecto a los servicios públicos esenciales, consistente en el recorte del gasto y su tendencia a la privatización. En definitiva, se puede afirmar, prescindiendo de prejuicios políticos e ideológicos, que la Xunta no ha atendido su principal responsabilidad y Galicia ha carecido de un verdadero Gobierno.

La segunda responsabilidad política de la Xunta consiste, desde luego, en defender, con todos los instrumentos políticos y jurídicos a su alcance, los intereses del país en todos los foros supragallegos donde aquellos puedan debatirse o dilucidarse. Pero una cosa es defender nuestros intereses y otra muy distinta utilizar la Xunta, como hizo Feijóo, como ariete contra el Ejecutivo socialista, transformándola en una simple sucursal de la dirección estatal de su partido y supeditando las aspiraciones de Galicia a la estrategia electoral del PP. Esta confrontación sirvió además al presidente de la Xunta como cortina de humo para ocultar su inoperancia como gobernante. Por eso el triunfo de Rajoy en las elecciones generales y los duros ajustes que se anuncian pondrán en serios apuros a Feijóo, lo dejarán sin su principal coartada y acelerarán su desgaste político. Ahora bien, como la experiencia demuestra y la mejor ciencia política pone de manifiesto, un Gobierno, por mucho desgaste que sufra, no suele perder unas elecciones si, simultáneamente, no existe una alternativa sólida y creíble capaz de sustituirle.

Y la ausencia de una alternativa de Gobierno es precisamente uno de los principales problemas de la actual política gallega. Porque es evidente que el PSdeG y el BNG no están hoy en disposición de ofrecer y articular dicha alternativa. Al contrario, da la impresión de que todos sus debates, en vez de estar centrados en elaborar un proyecto político alternativo, se reducen a una batalla interna por el control de los restos del naufragio a la espera de mejores tiempos con la esperanza de que la crisis afecte ahora al PP y le produzca un serio desgaste político. En efecto, el Bloque, incapaz de formular un proyecto político coherente y compartido, camina aceleradamente hacia una asamblea de confrontación que algunos de sus más destacados dirigentes no excluyen que termine en una escisión y, en consecuencia, conduzca a un declive irreversible del nacionalismo gallego. En el PSdeG, su secretario general, con una oposición interna creciente pero carente de un proyecto común y de liderazgo, parece exclusivamente preocupado -y decidido- a aprovechar la situación y hacerse con el pleno control del aparato del partido. Todo parece indicar que el socialismo gallego puede retroceder a la situación que tenía en los años noventa, cuando el PSdeG estaba atomizado en baronías inoperantes, carente de un proyecto político para Galicia y no pasaba de ser una pléyade de terminales locales de Ferraz.

Así pues, con un Gobierno sin proyecto y sin horizonte político y una oposición incapaz de representar una alternativa, existe el peligro de un grave deterioro tanto de la política gallega como de nuestras instituciones de autogobierno. Sería lamentable.

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