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Columna
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Haberes y deberes

La muerte y entierro en Ribadeo de Leopoldo Calvo Sotelo nos recuerda una vez más cuantos gallegos han ocupado un papel importante en la política española de las últimas décadas. De aquí eran también Pablo Iglesias, Líster, Casares Quiroga o Portela Valladares, pero la memoria amputada por el franquismo sólo nos permite que recordemos a los políticos conservadores. Ahí está la foto renovada esta semana de Rajoy sentado a la sombra de Fraga en Madrid. Sin duda, Galicia aparece como exportadora de políticos de derechas.

No es nuestra realidad, hace décadas que la izquierda gana en las ciudades, sus alcaldías y la Xunta están gobernadas por la izquierda. Desconcierta a la caverna madrileña que Galicia esté en manos de "rojos" y "separatistas", fingen soñar con niños gallegos hablando gallego y oprimiendo el castellano y todo ese rollo de miedo y odio que destila su prensa. La imagen que dan esos políticos de la derecha, cardenales, etc que aún pululan por Madrid y vuelven de veraneo falsea nuestra imagen, es un resto de un pasado caducado. Esos cuentos de la zorrería, "ni sube ni baja", la sorna de los políticos gallegos... es un resto rancio. Otra cosa es que todavía no hayamos conseguido imponer otra imagen más real, viva y potente para los demás y para nosotros mismos.

Las solidaridad es un deber, pero es triste que la necesitemos

Hoy Galicia se expresa de otros modos, existe por ella misma, se expresa en sus propios políticos. Y así el Vicepresidente de la Xunta plantea su deseo de tener diálogos "bilaterales" con el Gobierno, es legítimo y es su idea de las relaciones que debe mantener Galicia con el Estado. Además, es bueno que Galicia pueda negociar una posición propia, pues si no es que no existe, otra cosa es que lo consiga, pues para eso hay que tener fuerza política, y los nacionalistas están en minoría en la Xunta y mucho más en la sociedad. Sin contar que, al no haber podido actualizar el Estatuto, no hay gran base jurídica. Así la cosa se queda en un deseo.

En el campo de la realidad existente estos días, cuando se debate el modelo de financiación de las comunidades autónomas, el presidente de la Xunta ha asumido su papel y ha planteado una posición en nombre de Galicia: reclama que se financie a cada comunidad en función de sus necesidades, garantizando así poder ofrecer los mismos servicios a cada ciudadano. Es decir, reclama beneficiarse de la solidaridad de los demás. El presidente Touriño ha tenido iniciativa política, su posición abandera la de las comunidades deficitarias, y sin duda es una posición responsable. Y probablemente sea también acertada, pero qué triste que esa sea aún nuestra posición, pues la solidaridad entre ciudadanos y entre comunidades es un deber permanente pero que la necesitemos, que dependamos de ella para nuestro bienestar y desarrollo, es triste.

Euskadi y Navarra no necesitan plantear una posición propia pues su relación con el Estado en este tema y otros es realmente confederal: tienen su autonomía fiscal y financiera que casi es soberanía. Madrid, que por ser capital del Estado es sede fiscal de todas las grandes empresas y que ha recibido inversiones estratégicas en los últimos años, no necesita plantear una revisión, pero Cataluña, que lo necesita urgentemente, y Valencia pretenden una revisión de la financiación que les permita planificar y continuar su desarrollo.

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El Gobierno bipartito de la Xunta ya ha sido un éxito, así lo cree la sociedad, con los matices y diferencias que se quiera ha funcionado, gestionó consellerías, unas mejor que otras, y llevó adelante políticas, pero no hay duda de que la posición planteada por el vicepresidente y por el presidente son dos visiones de Galicia no sé si contrarias pero completamente diferentes. Por debajo de ambos planteamientos corren las mismas dos visiones de siempre, la que cree que el atraso de Galicia se debe a su opresión política y la que cree que el atraso hace impensable e indeseable la soberanía política.

Si tuviésemos verdadero pulso público deberíamos debatir intelectualmente sobre nuestro atraso, nuestra dependencia. Hace más de treinta años hubo un debate entre economistas sobre esos dos modelos, Touriño sabe algo sobre eso, convendría volver a debatirlo con los números sobre la mesa. En todo caso, lo que es ahora, parece obvio que dependemos de la solidaridad de los otros.

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