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Adiós a un símbolo de la cultura democrática
Columna
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Isaacgalicia

En el mundo de las creencias religiosas la unión del hombre con la tierra tras la muerte es transitoria porque, de una forma u otra, todas esperan la resurrección. Isaac Díaz Pardo se fundió con su amada Galicia desde su mismo nacimiento. Su padre, Camilo Díaz Baliño, fue un ejemplo radical; el compromiso le costó la vida y su asesinato marcó irremisiblemente la biografía de su hijo. Este sintió, como todos, la pulsión freudiana de desafiar al padre con ideas revolucionarias, pero los genes se impusieron e Isaac las transmutó en una dedicación a Galicia sin reparar en esfuerzos que tomó sobre la aparente flaqueza de su cuerpo hasta agigantarse.

Su obra humanística y poliédrica es genial. Guardador de la memoria de la guerra y la posguerra, promotor de cenáculos de cultura, creador de formas en permanente evolución, caminante hacia una modernidad que hundía sus raíces en la tradición, editor comprometido con tal que se hablase de Galicia con amor, divulgador entre los jóvenes, nexo entre generaciones, vínculo con el exilio de América, cimiento de la autonomía... En cada uno de estos empeños no escatimó el aliento.

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Aunque rechazaba las adhesiones inquebrantables, todos lo queríamos a nuestra manera. Siempre crítico con el presente, Isaac era una contradicción viva: políticamente incorrecto pero protocolario y respetuoso con las instituciones, jugando el papel de puente entre opiniones distantes, fue como los grandes hombres y mujeres que, incapaces de sentirse satisfechos, se rebelan contra sí mismos y contra todo en una permanente marcha hacia delante, en una carrera de velocista, con el aire cortante en el rostro, nítidamente identificado con el galleguismo y el progresismo.

El mapa vital de Díaz Pardo está en gran medida anclado en Compostela, a la que, con acierto o no, le exigió un plus que no pedía a otras ciudades. Esa conciencia crítica se le reconoció como a un hijo predilecto con el que siempre se contaba en las grandes decisiones y ayudó a que fueran más acertadas.

Saber medir los tiempos es muy importante. Al final de su vida, aquellos a quienes tanto había ayudado no tuvieron la delicadeza de esperar, acaso guiados por una intención impaciente de proyectar hacia nuevos horizontes las empresas que Díaz Pardo contribuyó a fundar y que sostuvo con dedicación, y a través de las cuales dio esplendor a Galicia y la abrió al mundo.

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No creo que haya resurrección y, además, él no la necesita porque su figura está activamente imbricada con cada uno de nosotros. Dentro de unos años, los que ahora son jóvenes se preguntarán por su legado y su personalidad cuando visiten plazas, parques, colegios, cátedras que llevan su nombre, y podrán comentar que nuestra generación supo estar a la altura de su entrega y generosidad reconociéndole en vida su trayectoria. Hoy no es un día de duelo. Isaac, por fin, se funde en la paz de la tierra gallega.

Xerardo Estévez es arquitecto y fue alcalde de Santiago

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