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Columna
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Kosovo, Kompostela

Cuando vimos la bandera de conveniencia ondear el pasado domingo en las calles de Pristina, cuando el águila albanesa ondeaba sobre todo lo que se movía en los informativos de estos días, cuando volvimos de nuevo la vista a la desoladora Mitrovica y Moratinos salió toreando malamente el órdago de un nuevo Estado europeo, pensé inmediatamente si algún día podría darse la misma situación en Compostela, volví a pensar que todavía quedan cosas en la política que se salen de la norma. Y me tomé la fiebre.

¿Algún día veremos una Galicia independiente? La corrección me impide seguir con la construcción y el sentido común fuerza a pensar que estamos mejor como estamos y no hay que remover las cenizas del independentismo, pero sin embargo queda la incógnita a perpetuidad de ese pequeño país, liderado ahora por un joven partisano, que unos reconocen y otros no, basándose estrictamente en la vieja y temible balcanización, una cicatriz en esa frontera danubiana donde Centroeuropa se torna musulmana y los almenares miran a Estambul. Una independencia dictada a instancias de Estados Unidos y que deja en el purgatorio un infinito lamento por otras comunidades étnicas y religiosas a las que se les niega el pan y el agua: pongamos por lo pronto Kurdistán y Palestina.

Seguimos pensando que el independentismo se respeta en las urnas y no con las armas

Queda el tema de Kosovo para calibrar la política del futuro (¿o quizás del pasado?) en esta vieja Europa en la que sigue sin haber acuerdo posible más allá de los dictámenes del BCE, la política lechera y ese euro al que los ingleses siguen sin adherirse, como a casi todo, tan insulares como en la época de los Tudor. Putin, quizás el más enfadado de todo el orbe, apuntó en su colérica intervención que también había países dentro de España y que todo el mundo respetaba la decisión constitucional de España. Un gazapo que salió del chaleco antibalas de Vladimir y que ponía el dedo en la llaga de la pedregosa cuestión nacional.

Serbia, la gran Serbia, se ha convertido para muchos en chivo expiatorio de todo mal y a veces muy injustamente. Incluso hay casos de quienes como el escritor austriaco Peter Handke han sido retirados repudiados por su defensa del Gobierno de Belgrado. Las tropelías de Milosevic, Mladic y compañía forman ya parte de la historia universal de la infamia, pero también hay que decir que los albano-kosovares, croatas y bosnios no se van de rositas en la espantosa carnicería.

Cuando murió Tito la federación yugoslava se deshizo en añicos y cada uno proclamó su independencia del tirano. Cuando murió Franco la transición cimentó un Estado de las autonomías que cosió el mapa español aun a sabiendas de que el rompimiento o una federación también eran una posibilidad real. Salió bien el apaño y hoy es digno de estudio. Seguimos pensando por estos pagos que el independentismo se respeta en las urnas y no con las armas, no hay necesidad. Es la "vía española" que todavía añade un último toque de singularidad: una monarquía constitucional.

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El test de Kosovo sin duda pasará a la historia del nacionalismo y tendrá diversas lecturas según la situación y el intérprete. Y es que en este río revuelto de los Balcanes parece que todos encuentran la medicina que nunca se aplicarán a sí mismos. Es un banco de pruebas, un laboratorio. Surgen, no obstante, algunas preguntas al filo de lo imposible basándome en la actitud de Moratinos: ¿por qué apoyamos la entrada de Turquía y no la independencia de Kosovo? ¿por qué hablamos de nacionalidades históricas y ponemos entre comillas naciones? ¿por qué tanto revuelo de que España se desintegra si el día que se votó el Estatuto catalán, una buena parte de los votantes se fue a la playa?

Kosovo va a ser a partir de ahora el paciente favorito de todos los nacionalistas. Aunque cuidado con lo que se dice, nadie aquí es susceptible de presentar una mayoría de población que por religión, raza y cultura esté bajo el yugo del Estado español ni haya sufrido al menos desde la expulsión de los moros y cristianos limpieza étnica. Después queda la cruda realidad de la independencia: ¿En qué Europa se englobará a Kosovo? ¿Cuántos años tendrá que esperar Kosovo? ¿Y no se cansará Estados Unidos de apoyar con sus dólares a Kosovo? De nuevo, nacionalistas gallegos, tomémonos la fiebre.

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