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Reportaje:

Los Mapuches toman la tierra en Ferrol

Vecinos del barrio de Canido se alían para cultivar las fincas que han ido quedando abandonadas y sin edificar cerca de bloques de hasta ocho alturas

Como los del periódico no van a saber dar con la tierra de los Mapuches, Domingo Seivane, patriarca de la tribu, decide esperarlos apostado en la cuneta del hospital Novoa Santos, todavía en suelo de Narón, sentado en una banqueta y ondeando con parsimonia la bandera de la República. Algunos coches le pitan al pasar, y él saluda con esa ancha sonrisa que despliega a veces. Luego recoge los bártulos, monta en su Fiesta rojo y guía a los que esperaba por las calles de un Ferrol que aún hace poco el Gobierno central mal llamó "del Caudillo". De aquí a la zona de Canido cuelgan varios retales rojigualdos, algunos institucionales, otros futboleros.

El barrio, bastante poblado, alterna casas de toda la vida, chalés con posibles y grandes bloques de pisos. Y en la ladera al sol que cae hasta el fondo de la ría, mirando hacia A Malata, se abren grandes manchas de verde, las viejas tierras de los primeros vecinos de Canido, gente que trabajaba el campo y vivía un mundo muy diferente del que se había hecho fuerte en el centro urbano, tan próximo, tomado por la élite militar y la rigidez en las formas.

"A algunos les da vergüenza que los vean sachar", asegura Domingo
Aburrida de comer vegetales europeos, se ha unido a ellos una familia china

Con el tiempo, algunos propietarios de la tierra se unieron para promover edificios de ocho plantas. Entre ellos, Maru, que hace unos veinte años se fijó en las manos finas, blancas, de uñas impolutas que por entonces lucía un ex misionero en Angola, un cura lucense, de A Pastoriza, que dejó de creer en la Iglesia cuando la conoció por dentro. "Las manos eran lo más bonito que tenía y mira cómo las lleva ahora", bromea Maru, hoy ya casada con el párroco rebotado y agnóstico, Domingo Seivane.

Domingo, que selecciona las semillas en el trastero (él dice faiado) de su bloque, empezó a sachar en Canido hace 22 años y tiene los dedos atravesados de surcos negros. Comenzó en las fértiles parcelas de su suegro, y poco a poco fue viendo cómo, o bien porque envejecían, o porque morían, o porque emigraban (los hay en Nueva York), los vecinos que sembraban a su lado fueron abandonando las fincas. El último en confiarle su labradío fue Sindo, al que enterraron el fin de semana pasado. Trabajó hasta el final, pero ahora lo suyo queda indefinidamente en manos de quienes en sus horas libres han tomado el relevo de aquellos viejos lugareños que colgaron el fouciño.

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Lo de las palmas encallecidas es una de las señas de identidad de los Mapuches, al menos, de los que más horas trabajan. De hecho, mapuche quiere decir "gente de la tierra", y por eso escogieron el nombre para bautizar su iniciativa. Un impulso colectivo que no es lo que se dice una cooperativa formalmente organizada, sino un conjunto de personas, de entre 28 (en el caso de Noelia) y 77 años (Domingo), que han decidido trabajar las tierras abandonadas que aquí abundan.

Todo el que quiera, en Ferrol, puede convertirse en mapuche. Ni hace falta vivir en Canido. Gente como Lina, o Pili, o Pedro, que es biólogo y está aprendiendo mucho más cultivando verduras con sus compañeros, que "en cinco años de carrera". Aburrida de comer vegetales europeos, también se ha unido a ellos una familia china, que hoy no puede salir en la foto porque regenta "dos tiendas de euro" y trabaja todo el día. "Plantan nabos chinos y cosas de ellos", explica Domingo, "esos lazos que hay colgados son idea suya, para espantar los pájaros".

Para ser mapuche no hay más que preguntarle a Domingo por un espacio de tierra libre. "Pues ponte por allí", responderá él. "Aquí compartimos muchas cosas, pero lo que coseches es tuyo. El agua tienes que traerla en carretilla de ahí [el lavadero de Ínsua]. Aquí no tenemos manguera". Por sumarse al grupo se interesan más mujeres que hombres, "pero luego algunas se echan atrás... Dicen que vendrían si hubiese un muro que tapase las fincas, porque les da vergüenza que las vean desde la carretera, agachadas, trabajando". "Es la mentalidad de calle Real". La sociedad almidonada sigue impidiendo a muchos ciudadanos ser libres. Pero otros ya casi nunca compran verduras en todo el año. En Canido se cosechan tomates y cebollas, guisantes y judías, puerros, patatas, zanahorias, cilantro, lechugas, alcachofas, berenjenas, calabazas y calabacines, haba asturiana y faballón de Moeche, pimientos, limones, aguacates, nueces, uvas y muchas frutas más.

En el barrio, a causa de un plan parcial del Ayuntamiento, sobran desde hace una década las fincas malas de vender. Tienen una escasa edificabilidad, y nadie da por ellas lo que sus dueños piden. "Actualmente trabajamos ocho ferrados [4.000 metros cuadrados] pero ya tenemos dominio sobre 20. Los propietarios están contentos, porque les limpiamos la maleza para hacer estiércol", afirma Domingo (que nunca usa la palabra compost) con la satisfacción de un rebelde que va conquistando su sueño: "La amistad entre trabajadores es maravillosa".

Pili, Ángeles, Josefa, Noelia, Domingo y Pedro, algunos de los vecinos de Ferrol que cultivan las tierras del barrio de Canido.
Pili, Ángeles, Josefa, Noelia, Domingo y Pedro, algunos de los vecinos de Ferrol que cultivan las tierras del barrio de Canido.GABRIEL TIZÓN

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