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Reportaje:

Medio siglo haciendo las 'europas'

Los primeros emigrantes gallegos en Suiza se instalaron en el país alpino hacia 1960

Fue el único país europeo que escapó a la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Sus fábricas, intactas y mayoritariamente instaladas en la zona de habla alemana, nunca dejaron de funcionar. Los primeros gallegos que allí aterrizaron lo hicieron hacia 1959, dos años antes de que Suiza y la España franquista firmasen un acuerdo migratorio, para aportar mano de obra al espectacular aumento de las exportaciones del país alpino. Medio siglo más tarde, 35.000 gallegos con derecho a voto y, aproximadamente, un total de 50.000 ciudadanos nacidos en Galicia residen en la Confederación Helvética. Conforman la octava comunidad extranjera del lugar.

Pero la historia de esta diáspora aún está por escribir. "Aquí siempre se habla mucho de la emigración, pero cuando vas a mirar, apenas existe nada investigado", lamenta Xurxo Martínez Crespo. Sólo las corrientes de personas que, a principios de la pasada centuria, se dirigieron a Cuba y Argentina han sido auscultadas por los expertos. Galiza en Suíza. Aspectos dunha emigración, que coordina el profesor Luís Calvo y en el que participa el propio Martínez Crespo, intenta averiguar cómo los gallegos se buscaron la vida en la Europa de la posguerra.

"Al principio eran sobre todo hombres y comían y dormían en la fábrica"
La actividad política estaba prohibida y los gallegos también sufrieron "racismo"

"En 1957 ó 1958, ya nadie emigraba a América, quitado a Venezuela", expone Crespo. Las factorías de Centroeuropa atraían entonces a los trabajadores del sur. A Suiza fueron los italianos, los más numerosos, los primeros en llegar. Sin embargo, cuando a comienzos de los sesenta el Gobierno democratacristiano de Italia comienzó a defender con más ahínco los derechos de sus ciudadanos emigrados a, por ejemplo, poder llevar a sus familias o gozar de mayor libertad de movimientos, las tornas cambian.

Al franquismo no le preocupaban tanto sus propios exiliados económicos, mayoritariamente gallegos. Las condiciones que estos sufrieron en Suiza casaban poco y mal con la autodenominada "democracia más antigua de Europa". Para evitar la burocracia del Instituto Español de Emigración, el órgano fundado en 1956 con el objetivo de gestionar los flujos migratorios, los empresarios suizos recurrían a menudo a los inmigrantes ilegales. Aquellos gallegos arribaban a la gran industria helvética sin cualificación y dormían en barracones pegados a las factorías. "Comían allí, vivían en la fábrica y era una emigración fundamentalmente masculina", recuerda Martínez Crespo. El proletariado gallego tardaría aún varios años en percibir las bondades de un parlamentarismo y unas libertades formales que sólo operaban para los suizos de nación.

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"En las empresas les entregaban un manual sobre cómo se tenían que comportar en Suiza", explica el estudioso. En el libro, editado por la Confederación Intersindical Galega y que se presentará en el Festigal de Santiago, reproducen un Breviario para la mano de obra española que repartía la Brown Baveri, de Baden. Además de prescribir "respeto a las leyes y costumbres, disciplina rigurosa, responsabilidad y calidad en el trabajo", el documento añade los puntos de las íes: "Los extranjeros domiciliados en Suiza están acogidos al beneficio de la libertad de opinión política, reunión o asociación [...] no pueden, sin embargo, ejercer ninguna actividad de carácter político, competencia exclusiva del ciudadano suizo". Las activas células del Partido Comunista español en las fábricas de la Europa del norte se desarrollaban en la clandestinidad. "El anticomunismo histórico de Suiza aparecía", señala Crespo, "no por nada Suiza fue el primer país en reconocer el régimen de Franco". También aparecía la xenofobia. "El tópico dice que ahora los gallegos son muy valorados, pero sufrieron campañas racistas", se explaya, "y si ahora los quieren, es por razones xenófobas: si escogen entre un albanés, un musulmán y un gallego, los suizos se quedan con el gallego".

Sólo hacia finales de los años sesenta, aquel éxodo laboral gallego salió del mundo industrial. Nuevas remesas de emigrantes se dirigieron a las zonas de habla francesa -capital Ginebra- del país y ocuparon empleos en el sector turístico. "Nunca hubo una integración real de los emigrantes gallegos, al contrario que en Latinoamérica; se debió, sobre todo, a causa de la distancia idiomática". Pero, a pesar de las dificultades, los retornados de Suiza no abundaron. "Los hijos de gallegos nacidos allá ya no quieren regresar", resume Xurxo Martínez Crespo, "porque aquí no hay trabajo. A un natural de Argentina, vivir aquí de alquiler por 300 euros y sanidad gratis le puede apetecer. A un suizo, no". Y de los que volvieron, algunos de aquellos que habían hecho las maletas en los primeros sesenta, muchos lo hicieron directamente a la Costa del Sol.

Emigrantes gallegos en una calle de Baden, Suiza. La imagen aparece reproducida en el libro <i>Galiza en Suíza. Aspectos dunha emigración</i>.
Emigrantes gallegos en una calle de Baden, Suiza. La imagen aparece reproducida en el libro Galiza en Suíza. Aspectos dunha emigración.

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