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Reportaje:

Música comida por los ratones

Una casa de A Estrada conserva partituras de 600 composiciones, el 90% inéditas

Si hubiera investigadores dispuestos a armarse de paciencia, de los pazos y casas grandes saldría a la luz un patrimonio musical inimaginable. Era bastante normal que las familias que los habitaban hace más de un siglo tocasen algún instrumento, y solían organizarse, aquí y allá, recitales vespertinos para los conocidos. Se supone que las partituras, en muchos casos, permanecen arrumbadas en cualquier arcón apolillado, pero nadie se decide a desempolvarlas. De momento, solo dos profesores, Isabel Rei y José Luís do Pico, ella de guitarra en el Conservatorio Profesional de Santiago, él de música tradicional en Rianxo, se han adentrado en una de estas casonas solariegas. Y han descubierto lo que hoy por hoy se considera el más grande yacimiento de música desconocida, culta y popular, que existe en Galicia: alrededor de 600 composiciones, el 90% de ellas inéditas.

En los cajones del piano de Vilancosta han aparecido 40 muiñeiras nuevas
Marcial Valladares transcribía lo que cantaban sus vecinos en las fiestas

En la Casa Grande de Vilancosta (Berres, A Estrada), en un terreno que cae en pendiente, como bien indica su nombre, vivió en el siglo XIX y hasta el año de su muerte, 1903, con sus padres y hermanos, el intelectual Marcial Valladares. El cabeza de familia, José Valladares, era un hombre severo y dominante, que probablemente educó con rigidez a los siete hijos (de los 10 que tuvo con su mujer, Concepción Núñez) que alcanzaron la edad adulta. José era una autoridad militar y política, sobrevivió a las heridas de la batalla de San Marcial, contra los franceses, y la hazaña patriótica le costó a su primer, y pacífico,hijo varón tan bélico nombre.

Pese a todo, el padre del escritor al que se le dedicó el octavo Día das Letras Galegas, en 1970, conservaba bajo la piel dura una cierta sensibilidad y dotes artísticas. Se preocupó por que todos sus vástagos aprendiesen solfeo y tocasen algún instrumento. Ellos (Marcial y Sergio), quizás en Santiago y alguna otra ciudad con algún maestro. Ellas (Jacoba, Avelina, Luisa, Segunda e Isabel), en casa. Con el tiempo, las protagonistas de las tardes sonoras de Vilancosta llegaron a ser las dos hermanas más pequeñas, que eran las que mejor tocaban el piano.

El primero de los dos investigadores que entró en la casa, con otro profesor, Ramón Pinheiro Almuinha, fue Do Pico. Les abrieron las puertas los Ferreirós, parientes que heredaron la casa de Vilancosta después de que los Valladares muriesen sin apenas descendencia. "Atravesar aquel umbral fue como retroceder de golpe cien años", recrea Isabel Rei. El contenido se conservaba prácticamente intacto. Todo en su sitio, casi dispuesto como seguramente les gustaba tenerlo a Marcial (1821-1903) y sobre todo a su hermana poeta, la recia Avelina (1825-1902), que habitaron la casa grande juntos y solteros hasta el final. En el salón estaba el pianoforte (un piano de mesa adquirido por la familia en los años en que destinaron al padre a Zamora) y en uno de los cajones que incorpora el mueble de este instrumento permanecía, desmontada, una flauta francesa de ébano con las iniciales de Sergio.

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El violín y la guitarra que también tocaban los hermanos sí que ya no estaban. Junto a la flauta, en los cajones, aparecieron los métodos musicales y las partituras, casi todas transcritas a mano sobre papeles pautados sueltos, alguna muy importante comida por los ratones, pero ordenadas en carpetas de varios colores. Una pequeñísima parte son composiciones impresas, adquiridas algunas en Zamora, a veces de origen italiano o francés.

El año pasado, Do Pico Orjais y Rei Sanmartim, defensores a ultranza de la grafía portuguesa, publicaron en un libro (Ayes de mi país, editorial Dos Acordes) el único grupo de composiciones que Marcial Valladares llegó a encuadernar para regalarselo a sus hermanas en 1865, con 29 piezas diferentes, 26 armonizadas para piano, y 20 páginas de letras. El autor de Maxina ou a filla espúrea incluía entre ellas algunas de las melodías que acostumbraba recoger de sus vecinos, en las romerías o cada vez que estos visitaban a los señores de Vilancosta. Cuando el escritor decía "mi país", no se refería a Galicia, sino al "país da Ulla", donde rastreaba las músicas, recuerda Isabel Rei.

La guitarrista ya ha dado varios conciertos, uno de ellos en Brasil, de piezas rescatadas en Vilancosta que ha incorporado a su repertorio. El último, el 15 de agosto, en la Casa da Matanza, la de Rosalía, acompañada a la voz por Ugia Pedreira. Estaban presentes varias autoridades políticas, una clase para la que la profesora del conservatorio no acostumbra tocar. La investigación va tirando sin ayuda institucional ninguna. Ni siquiera el Ayuntamiento de A Estrada tiene interés en el filón musical que esconde una casa del término municipal.

Ahora, procedentes de Vilancosta, Do Pico prepara la edición de 40 muiñeiras que nadie conoce, y Rei proyecta, en "cuestión de meses", transcribir las piezas para guitarra. Son unas 80, y publicadas "cubrirían el vacío" que existe para este instrumento en la música gallega. Para el resto del material (obras y ejercicios de todo tipo, para voz, piano, violín, guitarra y flauta, incluso una ópera italiana, rigodones, valses, contradanzas, alboradas, villancicos o mazurcas), tendrá que buscar tiempo de debajo de las piedras durante más de un año.

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