Nadie quiere a los funcionarios
Otra espectacular denuncia del PP contra el desgobierno bipartito recorre Galicia como un fantasma. Han contratado 10.000 funcionarios más de los firmados por Fraga y cuestan 1.000 millones, bramó Rueda, secretario general popular y, paradójicamente, funcionario a su vez. Tal dispendio fue amplificado con santa indignación por la prensa más subvencionada de Occidente. Al parecer, contratar a un funcionario es un crimen, pero firmar millonarios convenios publicitarios a cargo del erario público debe ser ayuda humanitaria.
La acusación no resiste una sencilla operación matemática: 10.000 trabajadores a 1.000 millones, sale a 100.000 euros de gasto por cada trabajador. Así pues, o se les contrató a todos tomando como salario base el del presidente, o los populares mienten; o, aún peor, no saben matemáticas. Una hipótesis inquietante si recordamos las famosas 200.000 hectáreas quemadas a golpe de GPS o la nevera de Quintana que valoraron en 6.000 euros pero en el híper vendían a 30. Da pavor imaginarse un Gobierno popular elaborando los Presupuestos de la Xunta y calculando a ojo el gasto sanitario:
El argumentario del PP de desamor por el funcionario ni es nuevo ni sorprende
- ¿Cuánto ponemos, Alberto?
- Échale 3.000 millones, que se consume mucha tirita.
- Será por millones. Pongo 5.000 y si sobra nos hacemos unos pabellones de deportes con jacuzzi público, universal y gratuito.
Numerología aparte, un eslógan sintetiza la tesis popular: con menos funcionarios, Fraga hacía lo mismo o más. Una afirmación que merece ser examinada con detalle. La Administración fraguiana gastaba regularmente millones de euros en consultoría y asistencias técnicas. Una parte por negocios, pero la mayoría por una cuestión de personal: la Xunta es una Administración sin expertos. Faltan ingenieros, gestores, veterinarios, arquitectos, juristas o economistas y sólo abunda personal para hacer fotocopias. Mientras la creciente complejidad de los problemas públicos empujaba a las administraciones de nuestro entorno por la senda de la profesionalización, en el Fogar de Breogán, la derecha, con la complicidad de los sindicatos, hacía funcionarios a los auxiliares y precarizaba técnicos y expertos, convirtiendo a la Xunta en el mayor contratador basura de Galicia
Tenemos una Administración mal formada, mal pagada y peor preparada porque para los populares el cemento era una inversión y los funcionarios un gasto. El paisaje público gallego está plagado de edificios vacíos y sin personal, erigidos sobre la asunción de que funcionarían solos. La sanidad pública es una lista de espera donde los médicos son un bien escaso. La educación padece penuria de docentes. En el país de los mil incendios, el servicio de extinción se encomendaba a brigadillas seleccionadas por los alcaldes. En uno de los países más envejecidos de Europa, las residencias públicas incumplían los ratios de personal.
El argumentario popular de desamor por el funcionario ni es nuevo ni sorprende. Lo llamativo es hasta qué punto lo comparte el Gobierno. La respuesta de Presidencia consiste en acusar al PP de tener más y en la clandestinidad. En lugar de reivindicar, como hacían en la oposición, el valor del servicio público cuando billones de nuestros impuestos se trasvasan a manos privadas para rescatar a accionistas y clientes, el Gobierno bipartito se enzarza en una insultante discusión donde el funcionario es un despilfarro que nadie quiere y la discrepancia es quién derrochó más. Contratar funcionarios es un gasto, ayudar a la industria de automóvil es crear empleo. Resulta llamativa la timidez de la respuesta sindical. Vociferantes contra el plus de altos cargos, les cuesta encontrar el momento para declarar su amor al funcionario.
Lejos de armar otro discurso que defienda el valor social y económico del empleo público, acabe con el escándalo de la Administración basura y argumente no sólo que no sobran funcionarios, sino la necesidad de tener más y mejores, el bipartito se suma a vender la extraña idea de que la sanidad o los geriátricos pueden funcionar sin médicos, las escuelas sin maestros o los servicios de inspección sin inspectores. Ni hoy, cuando el mito del mercado se desmorona y sólo parece resistir lo público, encuentran sus servidores alguien que les quiera, como en la canción, siquiera un poquito.
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