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Elecciones 1-M | Retroceso del BNG
Columna
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Oportunidad perdida

Finalmente, el bipartito ha perdido las elecciones. Una alta participación le ha dado el gobierno al PP. El dato es inapelable y urge a la reflexión. Muestra que Galicia es un país que vota ideológicamente y que ha decidido hacerlo en un sentido conservador. La campaña ha sido sucia, sin duda, y mal planteada por todos los estrategas. Incluso al PP le ha salido bien, en mi opinión, de chiripa. Tal vez sólo el editor de La Voz de Galicia puede ufanarse de su osadía. Ha hecho todo lo posible y más para obtener este resultado, y lo ha conseguido.

Desde el comienzo ha podido constatarse la magnitud del descontento que guardaba tanta gente con el PSdeG y el BNG. Su electorado había pasado el Rubicón: no estaba ya dispuesto a la complacencia con el Gobierno, tal vez confiado en su victoria, en que el bipartito se heredaría a sí mismo. No ha sido así. Su movilización de última hora no ha bastado.

El PP ha ganado la batalla ideológica mientras el bipartito ni siquiera lo ha intentado

Si hay que buscar responsables no hay ni que decir dónde es posible encontrarlos. Si los líderes del bipartito tuviesen oídos sabrían del rumor de fondo. Que después de años de hegemonía de derecha el electorado progresista y nacionalista quería gestos y realidades, no excusas de mal pagador. Pero el Gobierno prefirió llenar los oídos de cera. A Touriño y a Quintana les ha podido el reflejo de Fraga. Han practicado una política de diputación, de gestionar fondos y hacer carreteras para conformar al público. Han obrado con displicencia, pensando que ellos tenían mejor visión desde el monte que sus electores desde el valle.

Le han tenido miedo a los periódicos, a los empresarios y financieros, pero no a sus votantes. No es extraño que estos hayan hecho un amago de rebelión aunque la victoria del PP provenga, con toda probabilidad, de la movilización de sus propios votantes. Mientras han estado en el poder han eludido la política y se han instalado en un cómodo grado cero de la significación. En el fondo soñaban con que su Galicia clonase a la de Fraga. De ese sueño se han despertado como de una pesadilla. Los resultados les han devuelto, como un espejo, la imagen de lo hecho.

El PSdeG y BNG están obligados ahora a entenderse para hacer política desde la oposición. No tienen otro camino para volver al Gobierno. Los dos se han hecho la guerra en la anterior legislatura y se han olvidado del PP. Han pensado que podrían sustituirle repitiendo su modus operandi, intentando ir al copo de las estructuras sociales, estableciendo formas de clientelismo, comprando periódicos, repitiendo los vicios de los conservadores, manteniendo al país en formol. Eso es lo que les ha costado el Gobierno. De repente, han descubierto que existe gente de exigencias más elevadas. Se han llevado la gran sorpresa de que la gente suele tener juicio propio y que también vota por ideología, aunque sea de derechas.

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Es cierto que el PP es un partido de gran consistencia organizativa y electoral y que la derecha mediática ha golpeado la forja con el martillo una y otra vez. Pero no es el PP el que ha tenido el mérito de la oposición. Ha ganado las elecciones con un gasto energético mínimo. Fuera del poder de la Xunta y del Gobierno central, con sólo dos diputaciones, un escaso número de ayuntamientos de peso y en plena crisis de identidad, los conservadores apenas si han tenido recursos propios. Han sido PSdeG y BNG los que se han derrotado a sí mismos.

Los hemos visto enzarzarse en peleas carentes de elevación o visión de país. Han confundido el cambio con el mero hecho de que ellos estuviesen al mando. Los dos partidos tendrán que convocar congresos extraordinarios y proceder a una revisión de sus planteamientos y de sus estructuras. Si no quieren que el abismo del desapego crezca hasta simas insondables están obligados a desprenderse de esa piel de elefante con la que se resguardan del contacto con la gente. Necesitan renovar su discurso, su estilo, sus rostros. Necesitan una capacidad de ósmosis de la que carecen y, por supuesto, abandonar -eso tendrán que hacerlo por necesidad- la soberbia del recién llegado al poder.

La legislatura, hay que decirlo ya con melancolía, ha desaprovechado una oportunidad. Podrían haber hecho de Galicia un país más democrático, reduciendo el peso de ciertos poderes fácticos. Eso habría exigido aprobar la Lei de Caixas, la de la CRTVG y, sobre todo, dejar de pagar con graciosos dineros la aquiescencia de los medios. No lo han hecho. Ese será su deshonor.

Que el PP haya subido en todas las grandes ciudades es un dato que habla por sí solo. Hay que insistir en ello: el PP ha ganado la batalla ideológica. El bipartito ni la ha intentado. Es ahora a los conservadores a los que toca gobernar. Esperemos que ellos, al menos, cumplan sus promesas y que pongan en práctica su visión de las cosas.

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