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Columna
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El PSOE, en peligro

El señor Feijóo no tendría por qué dormir tan tranquilo, pijama y orinal, en Monte Pío. Al fin y al cabo, aunque la leyenda urbana sostiene que el presidente gallego es persona de gran finura y habilidad política, lo cierto es que las dos cosas han brillado por su ausencia en el tiempo que lleva en la gobernación del país. A pie de obra su credibilidad ha ido mermando, y ya no digamos la de su Gobierno de tercera división, aunque en la prensa obsequiosa se le tenga por príncipe encantado. Vista de cerca, ni Galicia es una finca de esta derecha pija que nos ha salido -aunque procura privatizar todo lo que toca- ni el PP es el partido al que hay que dar por evidente.

La crisis, sin embargo, amenaza con llevarse por delante al PSOE y las esperanzas del PSdeG. No sólo por la fuerza del vendaval de la crisis económica. Los mercados han decidido que el Estado de Bienestar es un obstáculo a la competitividad y Zapatero se ha plegado ante ellos, lo que lo pone en entredicho, pero la cosa viene de mucho más lejos. El PSOE está sufriendo desde hace tiempo una erosión constante del voto. La fortaleza del PP en Madrid y Valencia indica una derechización de la sociedad en esas comunidades que va más allá de lo circunstancial. Se dice que podría perder Andalucía, su principal granero, e incluso Castilla-La Mancha. Más al norte, CiU y PNV retornarán al poder, los primeros en un pispás. En realidad, en dos años el PSOE puede verse abocado a un período de gran indigencia de poder.

En la memoria del PSdeG cuenta mucho el vivir de rentas del ciclo político español. Pero eso se acabó

Aunque el PSOE tiende a verse a sí mismo como un partido que ha de gobernar por naturaleza, el partido más cercano a la pulsión basal de la sociedad española, eso puede estar cambiando. No hay más que mirar lo que sucede con el SPD, el PSF, el Partido Demócrata Italiano, o con los laboristas británicos para entender de qué estamos hablando. Más allá de la superficie y de lo coyuntural el momento es de riesgo absoluto. Si el PP accede al gobierno y no comete los errores de la segunda legislatura de Aznar -si abandona sus fantasías fundamentalistas- puede acercarse a ese punto de equilibrio que lo acerque a las querencias de una sociedad que parece estar evolucionando poco a poco a la derecha.

Lo que tendría que entender Zapatero es que lo que se juega en estos momentos no es quién va a ganar las próximas elecciones generales. Eso ya lo sabemos: va a ser el PP. Y lo va a hacer como en Galicia, pero a lo bestia. No va a aumentar sus votos, pero el PSOE va a perder los suyos a manos llenas. Va a ser la abstención la que le entregue las llaves del reino a Rajoy. Que sucediese lo contrario entraría dentro de lo milagroso, y aunque los milagros existen, no suelen prodigarse. Por tanto, lo que está sobre la mesa es el medio plazo de ese partido, y el peso de la izquierda. Que se consolide una desafección estructural a un partido que, hoy por hoy, es una excepción en Europa. Privado de discurso, convertido en brazo ejecutor de las políticas neoliberales decididas por la UE en un momento en que Europa es de derechas, la crisis ha colocado al PSOE en una posición imposible.

Tal vez la situación económica sea tan excepcional que presentar una moción de confianza, o convocar elecciones, sería darle carnaza a los especuladores, e incluso aumentar la deuda, pero eso, exactamente, es lo que tendría que hacerse. Si Zapatero ganase las elecciones tendría legitimidad y tiempo para aplicar su nueva política. Si las perdiese no pagaría los platos rotos de su puesta en práctica y parece lógico pensar que en el corto plazo los mercados relajarían la tensión ante un gobierno conservador, afín a sus propuestas y más fiable para materializar el desafío al bienestar. Al contrario, el continuar empecinado, sin tiempo material hasta las próximas elecciones más que para todo lo malo -bajar salarios, aplazar la edad de jubilación, reformar las pensiones, vender empresas del Estado- es ir caminando hacia el desastre y abrir la puerta no a una victoria del PP, sino al propio descrédito y, al final del camino, a la posibilidad de una implosión, más o menos controlada, del propio campo.

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¿Y en Galicia? En la memoria genética del PSdeG cuenta mucho el vivir de rentas del ciclo político español. Pero eso se ha acabado. En un escenario como el que se abre ya nada le va a ser regalado, ni regresará el séptimo de caballería. Aunque toda una generación viva en un pasado mitológico de sucesivas mayorías absolutas en Madrid y con un partido conservador muy débil, ese tiempo se ha ido para no volver. Sin embargo, aun con el PP en la Moncloa, la equipotencia electoral entre PP y PSdeG-BNG hace concebible, aunque no fácil, la derrota de la derecha en Galicia en 2013. Siempre hay que dejar espacio para lo inesperado, que suele presentarse con los ropajes de la oportunidad política. Si las gargantas profundas aciertan, es tanta la querencia de Feijóo por Madrid que estaría muy dispuesto a sustituir a Blanco en Fomento. Quién sabe...

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