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Columna
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Política 2.0

Se defiende la política como una construcción colectiva y abierta, no como algo revelado a un líder

Aunque, como recomendaba Leonard Cohen, no se debe ser pesimista, ni tener esperanza, uno de los síntomas más descorazonadores del momento actual es el autismo de la clase política sobre el fenómeno 15-M/Democracia Real Ya. Es como si María Antonieta hubiese dicho lo que le atribuyen que dijo cuando se enteró de que el pueblo pasaba hambre ("si no tienen pan, que coman pasteles") después de haber tomado posesión de un escaño municipal. Porque los indignados no piden lo imposible, sino lo necesario, y por eso tienen el respaldo de la mayoría de la sociedad. Encima de la playa de los indispensables planteamientos utópicos o de comportamientos prescindibles, están los adoquines de sus propuestas reales. Como que efectivamente se cumplan las normas que en teoría regulan nuestra democracia, o la primacía de la política sobre poderes económicos particulares disfrazados de generales.

Ya sé que hay políticos que han apoyado el 15-M. El BNG al principio (Guillerme Vázquez defendió públicamente la legitimidad de las acampadas cuando se cuestionaba), IU por supuesto, o Francisco Cerviño, que en estas páginas propugnó que el PSOE asumiese buena parte de sus reivindicaciones, que tildaba -sin peyorativismos- de socialdemócratas. Pero precisamente por ello se deberían preguntar por qué, si sus demandas son las mismas, el fenómeno se ha desarrollado ajeno a ellos. Independientemente de la viabilidad o necesidad de las propuestas de los indignados, es su actitud lo que los partidos deberían asumir..Porque son la política 2.0. La visión de la sociedad -la definición de una línea política- no como algo revelado a un líder o destilado en una ejecutiva, sino como una construcción colectiva y abierta.

Bien es cierto que la derecha tiene ya una concepción bastante abierta en cuanto a propuestas -se las hagan desde los púlpitos mediáticos o las cúpulas empresariales- aunque sus estructuras sean menos democráticas. Recuerdo hoy con ternura -entonces con estupefacción- un congreso provincial del PP en la época fraguiana en la que, por demora en el desarrollo y prisa de los invitados prominentes, los discursos de los líderes electos tuvieron lugar antes que las votaciones. Y, pese a las formas, las cosas no han cambiado demasiado. Sus ámbitos mediáticos ven la paja ajena del "férreo control de la UPG" sobre listas que se pelearon casa por casa, e ignoran la evidente viga propia de que los presidentes provinciales del PP ponen y quitan sin empacho cabezas de lista, y al que no le guste, que monte una candidatura independiente y ya se verá después.

Al contrario, en el ámbito de la izquierda rige lo que podríamos llamar democracia cerrada, la absoluta preponderancia de los militantes -los propietarios- sobre lo que antes llamaban simpatizantes y en realidad es su base social -los usuarios-. Los partidos proclaman que si alguien quiere aportar algo, tiene las puertas abiertas (¿las de la sede?), pero si opina sin ser militante, consideran, con cicatería de viejo accionista, que tiene intereses bastardos, o en ciberlengua, que es un troll. Hay grados, claro. En las filas socialistas conviven las disputas intrapartidarias que no interesan -o directamente abochornan- a su electorado, como pasó en Ferrol, con el desparpajo en fichar a un ex alcalde de otra formación para que encabece sus listas, como en Ribadeo. Dos fracasos. En el BNG la retransmisión radiofónica de unas disensiones que exasperan hasta a los militantes y ahuyentan a los votantes se pone como ejemplo de transparencia y democracia. En Nigrán, la defenestración de los responsables municipales a media legislatura, según declararon los defenestradores, mejoró mucho el ambiente en la asamblea local. Lo que empeoró fueron los resultados (se presentaron de nuevo los defenestrados y perdieron el 65% de los votos).

La "apertura a la sociedad" que siempre invocan los progresistas cuando vienen mal dadas no es compartir la parte más incómoda y ornamental del 15-M (es decir, acampar), sino la más enriquecedora y eficaz, que es la tolerancia y el funcionamiento abierto y en red a la hora de definir propuestas. Lean esto: "Las personas tenemos limitaciones y admitirlas nos hace más grandes. Sumar, en muchos casos, no solo es ganar unidades, es ganar puntos de vista, es ganar caminos, es ganar futuro. Hay muchas personas que aún no se han acercado a estas asambleas. Buscadlas, están en sus casas. Usad vuestras fortalezas, sumad a los extraños". Es parte de la Carta abierta a los Grupos de Trabajo que hizo la Acampada de Sol. Ahora compárenlo con las justificaciones postelectorales de los partidos progresistas, preñadas de un velado despecho por la desafección de sus votantes. A ese abismo metodológico, las cúpulas políticas le llaman "problema de comunicación". Quizá pase, en palabras de De Gaulle, que "como los políticos nunca creen lo que dicen, se sorprenden cuando alguien sí lo cree".

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