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Columna
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Prejuicios culturales

Si hay algo difícil de extirpar son los prejuicios, más que desintegrar un átomo, según la autorizada opinión de Albert Einstein. Uno de los más extendidos, no en vano se difunde siempre que se puede, es la debilidad de la cultura gallega, que además de precaria, está subvencionada. Lo sostienen con alegría tanto esos que no paran de hacer méritos ante el señorito y de allanar el camino a lo que sea que nos quieran vender, como lo admiten apretando los dientes algunos de los que crean, editan o distribuyen esa cultura. Yo siempre he optado por el pesimismo, aunque sólo sea como método de convertir las sorpresas desagradables en previstas, pero no estoy de acuerdo. Y de hecho, en unas jornadas de debate en el Consello da Cultura Galega (CCG), así lo manifesté de entrada: "No estamos tan mal". Por una parte, porque a Zapatero le fue de cine con ese comienzo, y por otra, porque como alertaba Flaubert, hay que tener cuidado con la tristeza: es un vicio.

Las ayudas públicas aportan el 9% al sector editorial, estigmatizado como si viviera de la subvención

Sin ánimo de convencer a nadie, dado que los prejuicios no atienden a razones (según la definición de Ambrose Bierce, son opiniones vagabundas que no precisan medios visibles de sostén), en cuanto a lo de subvencionada, las ayudas públicas aportan el 9% del galleguizado/estigmatizado sector editorial, mientras suponen el 40% del de medios de comunicación, televisión y audiovisual incluidos, también culturales pero sin estigmas. En cuanto a la precariedad, solemos repetir mantras como el bajo índice de lectura, y el todavía más bajo de lectura en gallego, pero también deberíamos recordar que el lector de libros en gallego es, en general, una persona que lee libros con más frecuencia que la generalidad de la población, según afirmó Ramón Villares en el último Congreso Internacional de la Lengua Española. También creo recordar (lamento estar vago con las cifras, tengo una conexión a Internet precaria) que este año la edición en gallego bajará un 20%, en número de títulos y/o en tirada. No obstante, contra todas las leyes de mercado, los libros de Domingo Villar o de Manuel Rivas publicados en castellano tienen el mismo precio, o mayor, que las ediciones originales en gallego.

Sin dejar de ser verdad todo eso y sus matices, es cierto que en determinados ámbitos, la cultura gallega es hegemónica, hasta el punto de que puede prescindir del adjetivo. Si a Rivas, a De Toro o a Xabier Docampo les seguimos calificando aquí como "escritores gallegos" es por rutina en la mayoría bienintencionada de los casos, o con finalidad reduccionista en otros. No es en Galicia, sino fuera, donde es necesario precisar su origen, o la literatura a la que pertenecen. El propio CCG -intenté provocar- podría llamarse Consello da Cultura a secas sin perder un ápice de identidad ni generar dudas sobre sus objetivos. De lo que se trata de ir ampliando y consolidando esos ámbitos y el caballo de batalla es la receptividad del público y la capacidad de difusión de los productos culturales.

Sobre los hábitos de consumo, el editor Manuel Bragado, impresionado por las multitudes que pasaron por la Feira do Libro coruñesa, analizaba los resultados de las políticas municipales de A Coruña, con siete bibliotecas -y otras siete en Oleiros-, programas de iniciación a la lectura... y las de Vigo, con una biblioteca pública cerrada, otra por inaugurar y una tercera pendiente de aterrizar. Es decir, la obligación de las instituciones es satisfacer las demandas, pero también incrementar las ofertas. Sobre la difusión, O capital da cultura. Unha achega ás industrias culturais de Galicia, un estudio multidisciplinar patrocinado por la Fundación Caixa Galicia, apunta que la industria cultural aporta el 2% del PIB (más que la pesca) y englobaba en 2009 a 3.383 empresas, casi un 4% más que en 2008, aunque el número de trabajadores del sector bajó un 8,5% de enero de 2009 a marzo de 2010 (no voy a caer en la demagogia de relacionar esa bajada con la coincidencia en el tiempo del cambio de gobierno, aunque sí apuntar que las ayudas al sector cultural favorecen el empleo en Galicia, mientras las del automóvil benefician también a cualquier sitio donde se fabriquen coches). El futuro de la industria cultural, según Víctor Freixanes, uno de los coordinadores, está marcado por la crisis económica, los cambios tecnológicos y a la necesidad de buscar mercados exteriores.

Lo que universaliza una obra cultural no son las parentelas lingüísticas (por poner el ejemplo obvio, los libros editados en Brasil no se pueden vender en Portugal, y en Brasil se difunden al año, subvencionados, 29 libros portugueses). Ni sus pretensiones cosmopolitas. Ni siquiera la potencia mediática que decida apoyarlas (aquí inexistente). Es la calidad de los contenidos. Y la ventaja es que en Galicia hay un talento considerable, posiblemente más del que nos merecemos. Quizá porque, como decía Auden, el arte nace de la humillación.

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