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Columna
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Propiedades elásticas de la ley

Es curioso que las clases dirigentes suelan invocar la ley, mientras las dirigidas opten más bien por reclamar justicia. Últimamente, a cuento de Reganosa, se ha producido una auténtica plaga de invocaciones para la inmediata aplicación de la Ley a secas (pero con mayúscula), con su peso o su imperio. La exigen todas las instancias políticas, incluidas las que históricamente prefirieron el desorden antes que la injusticia. Los grupos empresariales y los poderes mediáticos. Las fuerzas de seguridad y la Armada. Incluso el poder judicial toma la decisión de meter en la cárcel a un líder de la protesta con el sagaz argumento de rebajar así el tono de la misma (y de paso crear un héroe). Sinceramente, sólo falta un pronunciamiento condenatorio del obispado de Mondoñedo-Ferrol para completar el cuadro. Como si la ley no fuese un elemento elástico más.

"Hay tantas leyes que nadie está seguro de no ser colgado", se quejó Napoleón, no se sabe si como argumento para impulsar el código civil francés o como muestra de arrepentimiento por haberlo impulsado. Estar dentro de la legalidad depende, entre otras cosas y además del juez que toque, del poder económico y/o de la tozudez del justiciable, como bien saben en el bufete que le lleva al Ayuntamiento de A Coruña el pleito del topónimo. Tener una costumbre puede ser causa de ilegalidad de un día para otro, como les ha pasado a los fumadores o en su día a los bebedores. Por haber, había hasta una ley de fugas, que permitía paradójicamente aplicar la pena de muerte al preso todavía no juzgado por el método de dejarlo escapar. Lo que quieren decir los demandantes del peso imperial de la Ley es que la planta de Reganosa tiene todos los papeles, o bastantes. Lo que se discute es la legalidad del proceso mediante el que se han obtenido.

Yo no soy quien para hacerlo. En apenas 24 horas he pasado de una lectura apresurada del famoso informe-denuncia en formato libro Muros de silencio a un paseo por la ría con demostración comercial sin compromiso por cuenta de los promotores de la planta. Los gaseros siempre han entrado en Ferrol, me decían a bordo. Pero vacíos, recordaba yo los argumentos del libro. Entran en lastre, cargados de agua, que a efectos de navegación es lo mismo, me contestaban. También saqué el tema del hipoclorito que utilizarán para limpiar conductos porque destruye la materia orgánica, pero no soy interlocutor para un técnico. Lo malo es que los que sí lo podrían ser, no han podido debatir. Reganosa se ha construido donde se ha construido sin más debate que el de a ver qué poder fáctico o estamento dirigente aplaudía más. Ahora la competencia versa sobre quién lo lamenta más.

Lo que sí puedo señalar son las incoherencias evidentes: en A Coruña se justifica el proyecto de un puerto exterior para llevar a mar abierto los tráficos de mercancías peligrosas. En Ferrol, con un puerto exterior en marcha, se meten las cargas peligrosas en la ría. En Pontevedra se lucha por trasladar una industria que contamina y que coarta el desarrollo urbanístico de la ciudad, y en Ferrol se introduce como lo más natural del mundo. La regasificadora lleva camino de ser una pieza más de ese parque temático de mamotretos erigidos, vamos a decir que por la estulticia, la megalomanía y la obsesión por el movimiento de tierras, para no acusar de otras cosas a nadie sin pruebas. Lo único discutible es si va a figurar en la categoría de fracasos clamorosos (auditorio del Monte do Gozo, Puerto de Ocio de A Coruña, Museo do Mar de Vigo), delirios inviables (Cidade da Cultura), armatostes agonizantes (Semana Verde de Silleda) o crucemos los dedos (puerto exterior de A Coruña).

La circunstancia sociopolítica que generó esos monstruos se llamó en su día despotismo ilustrado, aunque es de reconocer que el nivel de despotismo ha disminuido (y quizás el de ilustración también). Voltaire, que en la circunstancia original luchó contra los muros de silencio escribiendo cartas, dejó dicho: "El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia".

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