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Columna
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Repensar el urbanismo

El desaforado desarrollo urbanístico y territorial acaecido en España a lo largo de la última década, con su corolario de incremento de la especulación del suelo y la vivienda y la aparición de prácticas administrativas "impropias", parece, por fortuna, estar alcanzando su final.

Que el extraordinario escenario desarrollista, con sus lamentables consecuencias sociales, culturales y medioambientales, se haya venido manifestando, de manera análoga, a lo largo y ancho del territorio patrio desvela que sus fundamentos "genéticos" no están sólo en los planes municipales ni en las legislaciones autonómicas, sino también en unas concepciones epistemológicas más enraizadas en el imaginario colectivo: el entendimiento utilitarista por parte de los responsables públicos de la finalidad que debe dirigir la ordenación de la ciudad y su territorio, la individualista forma de entender socialmente el contenido del derecho de propiedad del suelo y, por fin, la cortoplacista capacidad del sector empresarial privado en sus estrategias de producción urbana en relación con la economía social de mercado que nos caracteriza.

Por otro lado, la virulencia del proceso desarrollista ha sido de tal calibre, que ha llegado a generar una exacerbada alarma social, desconocida por estos lares, que permite su consideración como una "vacuna" cuyos efectos febriles exigen un tratamiento de reposo y abren el camino a la búsqueda lúcida de los remedios que terminen con las causas originarias del patológico proceso vivido.

La ralentización en la que entra el sector inmobiliario español ofrece un escenario social y productivo de sosiego para la reflexión político-social absolutamente positivo y necesario para el análisis urbano. De hecho, las presiones inmediatas derivadas de presuntas y sedicentes utilidades socioeconómicas generadas al amparo de operaciones de gran dimensión tienden a menguar. Diríase posible la vuelta de la "proporción" y de la "escala" al proceso de desarrollo urbano. Por lo tanto, el momento es propicio para repensar, con lucidez, las bases sobre las que debe discurrir un urbanismo "de la sensatez".

En este sentido, parece llegado el punto en que se podrán desarrollar los siguientes principios que deben presidir los nuevos desarrollos territoriales y urbanos:

- Formulación de Esquemas Territoriales de desarrollo supralocal y establecimiento de límites al crecimiento municipal, adoptados por ámbitos espaciales que integran sistemas urbanos interrelacionados funcionalmente (áreas metropolitanas, ámbitos comarcales, espacios conurbados, etcétera).

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- Asignación a las infraestructuras de un papel fundamental en la articulación del territorio, en la redacción del planeamiento y en la movilidad.

- Formulación de planeamientos municipales coherentes con los Esquemas Territoriales en los que se integran, en los cuales deberán preverse sistemas de reequilibrio intermunicipal que vengan a compensar las desigualdades derivadas de modelos de desarrollo diversos.

- Recuperación del concepto de subsidiariedad para establecer un nuevo ámbito administrativo-competencial en la toma de decisiones: la aprobación de las propuestas derivadas de las demandas de desarrollo endógeno municipal que vienen a satisfacer las necesidades de su población corresponderá a los Ayuntamientos, las derivadas de demandas supramunicipales en el ámbito subregional corresponderán a las comunidades autónomas, mientras que aquellas que superen el ámbito autonómico se remitirán al Estado, si bien, de manera concertada entre los tres niveles administrativos.

- Potenciación de la intervención en la ciudad consolidada a través de la rehabilitación-revitalización urbana, frente a modelos expansionistas de producción de suelo. Las nuevas expansiones deben realizarse "en mancha", con relativa densidad y bajo el criterio de "crecer para mejorar", llenando la ciudad construida de ciudadanos y actividades relacionadas con lo cotidiano.

- Disposición de medidas jurídico-instrumentales dirigidas intencionadamente a impedir la especulación (art. 47 CE), que en su mayoría se encuentran ya recogidas en la Ley de Suelo 8/2007. Ahora, solo falta su adaptación y adopción por las legislaciones autonómicas y su plasmación concreta en los planeamientos municipales.

La duración temporal del "escenario de sosiego" en el que entramos se diría suficiente para acometer con solvencia y sin prisas la reorientación planteada, y que los nuevos ciclos expansionistas, que sin duda volverán, se encuentren con un modelo de urbanismo urbano repensado desde la sensatez, capaz de evitar, en la medida de lo posible, las costosas consecuencias vividas a finales de los años 90 y primera mitad de los 2000.

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