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Reportaje:

Sanxenxo y sus escombros

La localidad pontevedresa, símbolo de los desmanes urbanísticos en la costa gallega, afronta ahora el ajuste económico y laboral del sector de la construcción

Ante el mirador de Palacios, poco antes de entrar al centro urbano de Sanxenxo, se despliega una bonita panorámica de la ría de Pontevedra que no tarda en perderse de vista tras los primeros edificios. No hace mucho, mirando desde allí hacia el interior, resultaba difícil llevar la cuenta de las grúas de obra que atestaban el perfil costero de la localidad. Hoy pueden contarse con los dedos de una mano.

Son las luces que se van apagando con el fin de fiesta del bum inmobiliario, un fenómeno que el Ayuntamiento pontevedrés llevó al límite en la última década y que ha dejado tras de sí un rastro de desempleo y persianas bajadas en el sector local de la construcción, acompañado de la práctica desaparición de los últimos restos de actividad pesquera y agrícola.

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Palacios es también un buen sitio para observar el puerto deportivo. El flamante muelle, uno de los mayores de su clase en Galicia, fue inaugurado oficialmente el 5 de noviembre de 2005. La Volvo Ocean Race, una de las competiciones de vela más importantes del mundo, salía desde Sanxenxo y ese día se organizó una de esas reuniones de vips, Rey a la cabeza, que ponían entonces el toque de glamour al desenfreno económico.

Fue el colofón a un año en el que el ayuntamiento, que apenas supera los 17.000 habitantes censados, expidió 140 licencias para edificaciones de nueva planta, la cifra más alta de su historia. En 2006 fueron 130, y en 2007, 133. Cuando en 2008 estalló la burbuja inmobiliaria, este tipo de licencias se quedaron en 77. Se notó en el presupuesto municipal, muy sensible a los vaivenes inmobiliarios, y cuya evolución da idea de la dimensión del batacazo. El de 2007, de 114 millones de euros, fue el segundo más alto -tras Vigo- de toda la provincia. El de los dos últimos ejercicios se sitúa en torno a los 55 millones.

"No hay poco que no llegue ni mucho que no se acabe", dice, mirando también al puerto desde la ventana de la inmobiliaria más antigua de Sanxenxo, Javier Abal, agente desde 1973. Es uno de los supervivientes, esos que ahora deben conformarse con poco. Su inmobiliaria llegó a cerrar entre 25 y 30 operaciones al año durante 2004 y 2005. Ahora rondan la media docena.

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Sobre los que tuvieron mucho y vieron cómo se les acababa, dice que "se mezcló la ignorancia de los recién llegados con la avaricia de algunos ya veteranos, que cayeron en sus mismos errores". Errores que ahora parecen muy evidentes, pero que entonces casi nadie esquivó: caer en la tentación de la barra libre en los bancos y empezar más y más obras sin asegurar la viabilidad de empresas recién creadas por y para el bum.

Pensar en muy pocos y a muy corto plazo fue la norma durante los años salvajes de la construcción, y la protección del enorme valor paisajístico del municipio o el apoyo a otras actividades económicas más allá del turismo y el ladrillo no ofrecían beneficios inmediatos.

La pesca, que fue la principal actividad económica hasta la llegada del turismo masivo, ha sido arrinconada. Literalmente: unas 15 embarcaciones sobreviven en un pequeño pantalán en una esquina de las modernas instalaciones del puerto. En la década de los noventa el número de barcos pesqueros se acercaba al medio centenar.

"Desaparecerá de Sanxenxo en unos años", augura a su oficio Lito, patrón de un barco de bajura. Él y la mayoría de sus compañeros de la pequeña cofradía de Santa Rosalía se acercan a la edad de jubilación y ya no hay relevo generacional para un trabajo que siempre había pasado de padres a hijos. "Con la crisis vienen chavales a pedirme empleo, pero los trámites burocráticos los desaniman. Se necesita al menos un año de cursos y papeleo para poder salir a faenar", comenta.

"Sufrimos la competencia de la pesca foránea, los fuertes impuestos o el abuso de los intermediarios", resume. "Pero pescado y marisco hay". El que él captura se vende en la plaza de abastos, un mercado que languidece y en el que cada vez resisten menos puestos. Algunos venden verduras cultivadas en Sanxenxo. Una pequeña heroicidad donde el valor de la tierra se mide en alturas permitidas.

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