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Sargadelos, ¿sólo cultura?

Por avatares del destino (y de cierta capacidad empresarial), soy socio relevante de varias de las empresas que conforman lo que últimamente se denomina Grupo Sargadelos. A mediados de los años 80, mi admiración por Díaz Pardo me empujó a suscribir un paquete accionarial del Instituto Gallego de Información. S.A. (IGI) que se disponía a editar el periódico Galicia y, tras el fallecimiento de don Ramón Piñeiro, Díaz Pardo me propuso para sustituirle en el consejo de administración, de donde dimití a los cinco años al comprobar su inoperancia en la puesta en marcha del anhelado diario. Entre tanto, varios herederos de los fundadores de las fábricas de cerámica pusieron a la venta parte de sus acciones en El Castro S.L. y Sargadelos S.L. que, tras el desembolso de importantes cantidades de dinero, pude adquirir.

Díaz Pardo puede merecer muchos homenajes, pero flaco favor le hace a las empresas con su disputa

En aquel entonces lo que nos embelesaba a muchos era la rara combinación de actividad empresarial y desarrollo cultural que a partir de un pequeño taller de cerámica en O Castro había sabido expandirse aprovechando el linaje de un topónimo tan prestigioso como el de Sargadelos, hasta el punto de pretender editar un diario que hiciese competencia a la todopoderosa La Voz de Galicia. Y lo que era más sorprendente: nadie parecía querer capitalizar tal éxito. Por aquellos años, Díaz Pardo rehuía el protagonismo, fomentaba el colectivismo y se autotitulaba como un simple "templa gaitas e limpa merdas". Admirable.

Pero una cosa es la apariencia y otra la realidad, y la mano férrea con la que don Isaac dirigía las empresas e imponía sus criterios era temible. De ahí que cuando varios accionistas, legítimos propietarios de las empresas y financiadores de su labor cultural, se negaron a respaldar la ilegalidad (auspiciada y promovida por Díaz Pardo) de ceder gratuitamente el 50% de sus acciones a una fundación controlada por su familia, don Isaac no dudó en injuriarlos gravemente y tildarlos de capitalistas incultos y advenedizos, sólo preocupados por el dinero. A este respecto, quizá fuera ilustrativo el conocer los emolumentos que el señor Díaz Pardo y su familia han recibido de las empresas. Y a mí, aparte de otros ultrajes, me achacó pretender hacer de Sargadelos un "negocio inmoral". Las ínfulas e insultos de don Isaac cuentan ya con varias condenas en los tribunales, pero la opinión pública (y la publicada), continúa dando pábulo a las injurias de quien, como buen artista, deforma y moldea la realidad desde su perspectiva.

Como tampoco parece muy normal que el señor Díaz Pardo haya fijado su residencia en un complejo industrial de más de 7.000 metros cuadrados, creado para la edición de un periódico, y cuyo legítimo propietario es el IGI. En ese edificio, el pasado 23 de enero, tuvo lugar la junta general de accionistas, instada, ante la indolencia de los administradores, por la autoridad judicial. En la referida junta, el consejo de administración, cuyo consejero-delegado es el señor Díaz Pardo, no presentó las obligatorias cuentas anuales y, ante una lógica propuesta de censura respaldada por más del 75 % del accionariado, logró movilizar y dar cobijo en la sede de la empresa a varios colectivos que insultaron y zarandearon a los accionistas que pretendían reconducir la situación. Eso sí, ese día por fin apareció el número 0 del periódico Galicia en forma de panfleto testimonial y pudimos comprobar el verbo florido de Camilo Nogueira y Alonso Montero, cultos y/o estudiados, pero que, a pesar de su erudición, habían confundido una junta de accionistas con una asamblea partidista. Habrá que ver si la preocupación de todos estos "traballadores da cultura" se manifiesta con la misma diligencia a la hora de asumir las pérdidas operativas de la empresa.

Porque de lo que se trata es de garantizar el futuro de las empresas que, en los últimos ejercicios, presentan unos balances cuanto menos preocupantes. Pero tal circunstancia, definitiva para la pervivencia del grupo societario, no merece la consideración de todos estos intelectuales preocupados porque "non se destrúa a obra de Díaz Pardo". Imagino que se referirán a su obra pictórica, porque, en lo que se refiere a Sargadelos, es y ha sido fruto del esfuerzo colectivo de cientos de trabajadores y de varios artistas y diseñadores. Es lacerante desde una perspectiva progresista el pretender identificar la empresa con una persona, y es humillante para el resto de los accionistas, alguno con más de 50 años de dedicación, verse ultrajados por tratar de defender lo que consideran lo mejor para la compañía.

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Hay que reconocer al señor Díaz Pardo la habilidad de haber patrimonializado las empresas y de ser un artista en el cuidado de su imagen pública, pero todos estos cultos y/o estudiados que lo aclaman incondicionalmente deberían informarse un poco más sobre la legalidad y la situación real de las empresas y de lo que allí acontece, no vaya a ser que caigamos en el culto a la personalidad y se le dé, por ejemplo, la medalla de oro al trabajo a alguien que, insolidariamente, jamás cotizó a la Seguridad Social.

Díaz Pardo probablemente merezca muchos homenajes, pero flaco favor le hace a los trabajadores y a Sargadelos su pública disputa. Sus peticiones, en el caso de que estén ajustadas a derecho, debe dirimirlas en los foros adecuados sin poner en cuestión el buen nombre de la empresa ni la honorabilidad de sus accionistas.

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