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Reportaje:

"Somos el ejército de Pancho Villa"

Las penurias de una jornada de lucha contra los incendios en Ourense

Manuel y Raúl -nombres ficticios de dos brigadistas ourensanos- se afanan sudorosos y agotados, manguera en mano, sobre las cenizas de un fuego que acaba de arrasar monte bajo en Toubes, en el municipio de Pereiro de Aguiar. En dos años cumplen la edad oficial de jubilación, 65. La normativa de la Xunta marca la franja de edad para trabajar en prevención y extinción de incendios entre los 18 y los 60 años.

Los dos seniors comparten labores de extinción con una cuadrilla de otros cuatro trabajadores en esta tarde de incendiario agosto ourensano. Todos ellos contratados por la empresa de capital público Seaga. Unos minutos antes se retiró la brigada de Coto de Castro, de la Xunta. Hacen el mismo trabajo y la misma jornada laboral, pero los de Seaga cobran 300 euros menos al mes. Se incumple el precepto de a igual trabajo, igual salario. Seaga -creada por el bipartito y mantenida por el PP- no tiene ni convenio propio, ni se rige por el de la Xunta, explican de corrido los afectados para quejarse de la desigualdad de trato.

La motobomba se cala y hay que empujarla. Tiene un cuarto de siglo
En la brigada hay dos hombres de 63 años. La norma fija un límite de 60

La humareda del monte calcinado da de lleno a los brigadistas, que no llevan las mascarillas puestas. "Nos asfixiaríamos, no las usamos en la extinción y, además, estas no sirven para nada", replican a pie de incendio mostrando las protecciones que les ha entregado la Consellería de Medio Rural, destinadas a carpinterías y ambientes polvorientos. Mientras tanto, el humo va cubriendo como un guante a los presentes, cargado de monóxido de carbono, benceno, y otras partículas altamente contaminantes que pasan directamente a la sangre y han provocado ya ingresos hospitalarios de algunos trabajadores de extinción. En los folletos distribuidos por Seaga a sus trabajadores consta que en la intoxicación por monóxido de carbono se distinguen tres períodos. Un "estado inicial con náuseas, vómitos, trastornos visuales, cefalea y pueden darse incluso casos de angina de pecho". El siguiente estado es de "confusión, irritabilidad, impotencia muscular y trastornos de conducta". El último sería el "coma".

Pese al riesgo constante, los botiquines que llevan los vehículos que acuden a este fuego de Toubes son los habituales de cualquier coche. "No tiene oxigenador, ni reanimador, ni manta de quemados" va haciendo el recuento de las carencias más llamativas el jefe de la brigada. En esta jornada abrasadora en la provincia, la cuadrilla que aplaca el fuego de Toubes lleva el uniforme reglamentario. A la mayoría, la Xunta se lo ha completado hace apenas diez días -las fundas las recibieron la semana pasada- a raíz de las primeras denuncias publicadas sobre la falta de equipamientos adecuados, tras la muerte de sus dos compañeros en Fornelos de Montes.

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Pero, en este tramo final de un agosto especialmente incendiario, aún no están todos equipados. "A mí sólo me dieron la funda ignífuga y las botas", sostiene el jefe de la brigada. Al comienzo de la campaña, únicamente se entregaron equipamientos a los recién contratados, aseguran los brigadistas. Los que ya venían trabajando de otros veranos tuvieron que apañarse con lo que tenían.

Para llegar hasta este fuego perdido en la montaña, los reporteros seguimos al camión autobomba con base en el pueblo de Coles. Es una Pegaso-Halcón en cuya ficha constan 25 años de antigüedad. Se cala constantemente. Hay que empujarla. Y se pierde dando vueltas por el monte. El conductor y único ocupante del vetusto vehículo -pese a que hay una normativa de 1981 que recomienda que vayan conductor y auxiliar en la autobomba- no puede comunicarse, para pedir las coordenadas, con el jefe de la cuadrilla. No tiene equipo de transmisión. La Xunta sólo entrega uno por brigada.

Tras más de 30 minutos dando vueltas por angostos caminos, la autobomba se sitúa frente al incendio. El conductor, sin auxiliar que le eche una mano, debe maniobrar el vehículo y también la manguera. Frente al fuego, el responsable de otra autobomba, una IPV -una especie de tractor reconvertido: se utilizaba antiguamente para sacar madera de los montes- sofoca también el fuego. Debe tener especial cuidado, porque sólo puede utilizar la mitad de los 3.500 litros de agua de capacidad del tanque. "La trajeron del taller, pero no quedó bien: si consumo más de la mitad del tanque, ya no lo puedo volver a cargar; sólo puedo consumir unos 1.500 litros", explica el operario, que aplica la técnica del ojo del buen cubero mientras realiza su trabajo de alto riesgo entre las llamas. No es la única autobomba averiada. El conductor de la de Coto de Castro, la cuadrilla que abandonó ese fuego unos minutos antes, advirtió hace dos semanas a Medio Rural de que tenía un asiento roto con un hierro atravesado, lo que le obligaba a dirigirla en una posición incómoda. Le dijeron que esperara.

Mientras se lucha contra el fuego en Toubes, sobre las cinco de la tarde, el equipo recibe la alerta de otro incendio en el próximo ayuntamiento de Vilamarín. La jornada se prolonga: Una de las autobombas nuevas se derramó y la antigua, que acudió en auxilio a sustituirla, tuvo que parar porque ardía. Los conductores de esos vehículos hacen lo que pueden. No son especialistas. El Gobierno bipartito aprobó la realización de un curso específico para este personal que se impartía a través de la Academia Galega de Seguridade, pero la Xunta no pagó la convalidación, advierten los propios trabajadores. Al finalizar la jornada, cada autobombista se lleva el vehículo a su casa. En contra de lo que ocurre en otras comunidades autónomas, no hay recintos para guardar el parque móvil, pero tampoco talleres propios de mantenimiento "cuando sería mucho más económico para el erario público", advierte el jefe de la brigada que opera en Toubes.

No sólo son escasos o mal adaptados los medios materiales. Los recursos humanos dejan también que desear. El distrito Miño-Arnoia de Ourense (incluye la quinta parte de la provincia) dispone de 21 agentes. Pero esta semana de agosto hay seis no disponibles, entre bajas laborales y vacaciones. Personal que "la Xunta no cubre", matiza el responsable del equipo. Los trabajadores asienten, y hablan, pero con recelo. Temen que si se publican sus nombres, Seaga no les renueve el contrato y musitan su malestar general contra los sindicatos. "No les importa nada este sector: han denunciado antes los periodistas que ellos", comentan. La cuadrilla se retira a descansar. Los que quedaron empapados por la lluvia del hidroavión se quedan con lo puesto, calados hasta los huesos: "No tenemos fundas de recambio", comenta un brigadista. "Esto es como el ejército de Pancho Villa", ironiza a su lado un compañero.

Las brigadas tuvieron que multiplicarse ayer de nuevo en Ourense. Medio Rural dio por extinguidos fuegos en O Barco, Cualedro y Oimbra que arrasaron en total unas 150 hectáreas. Por la tarde, seguía ardiendo en Calvos de Randín y volvió a prender en Oimbra. También se apagó otro fuego, de poca importancia, en el barrio de As Eiroas, en la capital provincial.

Un edificio abandonado, base de operaciones

Cuando los partes oficiales de la Consellería de Medio Rural informan de que los integrantes de los servicios de extinción de incendios se retiran "a la base" tras sofocar algún fuego, los brigadistas ourensanos suelen dar con sus huesos en algún galpón abandonado, cuando no en un descampado, mientras que los conductores permanecen en forma de L en sus vehículos durante sus horas de descanso.

El exponente, aunque los hay similares, de la base ourensana a la que se retiran los trabajadores de extinción de incendios es la de Sabadelle, una localidad en las inmediaciones de la ciudad a la que acuden los brigadistas a descansar. Se trata de un viejo local que quedó a medio construir, sin cristales en las ventanas, inicialmente destinado a ser club de un campo de tiro.

El inmueble ofrece refugio del sol y de la lluvia, pero es un auténtico estercolero. Restos de electrodomésticos viejos, botellas, cristales, basura y de fuegos para caldear el desolado espacio en el invierno, conviven con jeringuillas usadas y los cables de cobre quemados por alguna de las bandas que se dedican a robarlos. Allí se reponen los miembros de los servicios antiincendios, buena parte de las veces, acuden empapados por el riego de los helicópteros y sin posibilidad de cambiarse de funda.

"No sólo es inadecuado, sino insalubre", protesta Xosé Santos, brigadista y representante de los grupos ambientalistas en el Consello Forestal de Galicia después de haber registrado numerosos escritos en este organismo, que preside el conselleiro de Medio Rural, Samuel Juárez, demandando que se cumplan las normas de protección.

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