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Columna
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Too much gallego

El mundo afronta un dilema capital. Los mercados exigen recortes para calmar su sed de confianza, pero la austeridad de los gobiernos se cepilla los estímulos imprescindibles para el crecimiento que les da la euforia. Qué fue primero, la confianza o la euforia, se preguntan los sabios. Puede haber euforia sin confianza, pero no confianza sin euforia, afirman unos, mientras otros sostienen lo contrario, los especuladores se hacen de oro, los gobiernos funcionan como gestorías y grandes líderes mundiales hacen cursillos acelerados de corte y confección.

Afortunadamente, en Galicia no perdemos el tiempo en semejantes artificios teóricos. Somos un país de acción. Tenemos líderes de acción. La máxima distracción intelectual que nos permitimos consiste en juguetear un rato con el gallegómetro, el mejor invento de la Democracia Feijoniana. Un delicado artefacto que permite a concejales, conselleiros, alcaldes y presidentes medir cuándo un evento resulta "demasiado gallego", "lo va a petar de gallego" o "chuli sin pasarse de gallego".

En el nirvana galaico, la oposición no lo tiene fácil ante un Gobierno que solo habla de lo que hacen otros

Somos demasiado gallegos para distraernos con esos purismos de economistas que se la cogen con papel de fumar. Nosotros presupuestamos y pedimos pasta. Si la dan, se gasta. Y si no la dan, se recorta ¿Qué más hay que saber? Así podemos ocuparnos a conciencia en las cosas que realmente importan. El Gobierno y el conselleiro Hernández pueden entretenerse en destejer por la noche cuanto tejen los informes de Fomento durante el día. El conselleiro Rueda puede confirmarnos otra vez que el presidente Feijóo está aquí para quedarse. O los medios pueden hablarnos de los incendios cuando sea para contarnos que ya han quedado controlados.

En este nirvana galaico, no lo tiene sencillo la oposición ante la imbatible competencia de un Ejecutivo que se pasa el día opinando sobre lo que hacen otros y anunciando recortes que luego desmiente, remienda o rerecorta. Se antoja titánica tarea hallar argumentos sólidos para la crítica. Los socialistas recuerdan a una casa guardando luto a la antigua. Acaban de salir del funeral del 22-M y están afanados con el velatorio del 20-N. Hay que entenderlo. Son socialistas, pero también son humanos. Todo tiene un límite. No están para grandes ideas, más allá de acusar a la Democracia Feijoniana de recortar poco donde debe y mucho donde puede. Hasta que empiecen a vestir de alivio no verán el mundo como es: infinito y en color.

El caso nacionalista sorprende más. Todo juega a su favor. Una dirección clarificada, un Gobierno central entregado al neoliberalismo y un gabinete gallego en plena ofensiva españolista. El BNG debería volar en las encuestas y algunas indican que lo hace, pero en vuelo rasante. La equidistancia en clave de país está muy bien en las tertulias, pero en política suele conducir a la desafección. Tras dos años de votar estratégicamente con unos y otros para acabar luego declarándose traicionado, el nacionalismo se ha quedado como estaba, los populares han obtenido apoyo puntual para su cruzada contra Zapatero y los socialistas se han apropiado de las luces del bipartito.

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Hace poco Francisco Rodríguez, líder de la UPG, distribuía un incendiario artículo contra un #15M lleno de votantes potenciales imputándoles poco menos que colaboracionismo con el capitalismo. Días después, un grupo de alcaldes de referencia en el BNG ha publicado un manifiesto pidiendo un cambio para resintonizar con la sociedad, "abandonando la idea de un pasado mitológico y un futuro idealizado". Su propuesta suena a nuevo mito: ser más soberanistas y de izquierdas para conectar con un país donde nadie se declara de derechas y todos somos galleguistas. En resumen, otro episodio del serial que el nacionalismo no quiere o no puede resolver: qué quiere ser de mayor.

La actual elite nacionalista pretende una organización controlable. Para ello no necesita conectar con la sociedad, solo con los suyos. La elite nacionalista quiere gobernar. Pero no tanto como para poner en peligro la coherencia con un programa pensado para un país que nunca existió, en un mundo que ha dejado de existir. Aunque no desesperen. Seguramente, entre los potenciales votantes nacionalistas quedará alguno deseando que su voto sirva para gobernar sin complejos, dando una respuesta creíble a la crucial cuestión de la austeridad, el gasto, la confianza y la euforia. @antonlosada

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