_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vilalba

Mi madre había nacido en 1918, y tenía por tanto memoria de la Dictadura de Primo de Rivera y de la República. Era una persona de un humor lacónico, en el estilo de su familia o, tal vez, en el que corresponde a la mentalidad agraria de la Terra Chá. Su padre había sido, al parecer, uno de los fundadores del casino local, pero les denegaba a las hijas el ir a los bailes que en él se celebraban. "Quería conservarnos en formol", comentaba ella con causticidad. Él, Antonio García Hermida, era un comerciante católico y conservador que había creado las Irmandades da Fala en Vilalba y se había distinguido por haber creado un par de periódicos de sesgo agrarista y anticaciquil -apenas unas hojas-, que animaron la vida del pueblo en la época.

En la casa que habitaban mis tías, y que había sido la casa familiar, era posible encontrar en el desván ejemplares de la A Nosa Terra de los años veinte y también gran número de ese tipo de folletines que la prensa de Madrid del momento editaba. Las señoritas de provincias y otros seres sensibles leían naturalmente tales textos con devoción, intentando respirar el aire de espacios más vastos. Recuerdo, ya adolescente, tener en mis manos unas pardas y deshilachadas hojas de La dama de las camelias en ese formato fasciculado.

También en esa época, anterior a la guerra civil, era frecuente la realización de "veladas", que era como denominaban a breves representaciones en las que era común la declamación de poemas o el poner en obra breves escenas tanto de los clásicos como de autores locales. Solían tener lugar en lo que fue el Teatro Villalbés. Recuerdo que mi madre me decía que en una de ellas su papel era el de España, que era como una reina a la que las distintas regiones -"o que agora chaman comunidades autónomas", me dijo- hacían su respectivo homenaje. Una de esas regiones, por cierto, era Manuel Fraga, un niño en el momento.

Cuento esto que me han contado porque en un país tan acomplejado como Galicia, en el que son tan frecuentes identidades tan mórbidas, una de las cosas que hemos pasado por alto es la a veces muy rica vida social de pueblos que, como Villalba, articulaban comarcas muy amplias. Hemos hecho tabla rasa con mucha facilidad de nuestro pasado, sin tomar en consideración los a veces ímprobos esfuerzos de artesanos, comerciantes y otros segmentos de la pequeña burguesía por dotarse de una vida ideal. Nos hemos negado a entender, con notable injusticia, el marco mental de nuestros antepasados, llevados por nuestros propios prejuicios retrospectivos.

Pero esos pueblos y esas gentes estaban ahí. En sus alrededores se desarrollaba una vida difícil, como en casi toda la Europa agraria del momento. Toda la Terra Chá era una sucesión de parroquias que tenían una fuerza que entre tanto han ido perdiendo con el paso de los años. Todavía en los años setenta esas parroquias se iluminaban con fiestas que amenizaban todo el verano. Ahora, esas parroquias de nombre sonoro y prestigioso -Lanzós, Goiriz, Cazás, Codesido...- están desapareciendo como verdaderos núcleos de vida social poco a poco, -si es que no han desaparecido ya, aunque no nos hayamos enterado.

Es una forma de organización del territorio que ha marcado nuestra historia y nuestro carácter, pero al que la emigración, la reciente desaparición del campesinado, y la inminente capitalización a cargo de grandes empresas ha señalado su hora final. Provenía, por cierto, del reino Suevo, de cuya fundación se cumplirán 1.600 años en 2010. Tal vez esa fecha podría ser la ocasión de analizar no sólo aquel período sino la repercusión de este dato en la vida del país. Dejo la idea para que Ramón Villares u otros historiadores le den forma.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En Vilalba, por supuesto, el tono lo daban los comerciantes, que eran tal vez el estrato principal, a veces enriquecidos en la emigración americana. En los últimos años muchas veces me han preguntado por qué daba tal cosecha de notables, desde presidentes de la Xunta, a rectores de universidad, escritores y demás. Yo siempre he respondido lo evidente: que porque en Vilalba hace mucho frío y para escapar de él uno se anima a cualquier cosa. Además, de Vilalba han salido funcionarios e intelectuales, no empresarios. El talento no ha hecho mucho dinero. Simplemente ha ganado unos cuartos para ir tirando. Sin embargo, una posible explicación podría ser ésta: era un pueblo de comerciantes y una comarca de labradores en la que la propiedad de la tierra no era eclesiástica. Tal vez las dos cosas se hayan notado. Al no haber una verdadera oligarquía local, clerical o similar, al tratarse de una mesocracia absoluta, tal vez no ha habido esas maneras de bloquear el ascenso social que en otros pueblos y ciudades es fácil detectar. En todo caso, su presente sigue determinado por el hecho de ser una encrucijada de caminos. Siempre hemos estado en la encrucijada. Tal vez eso haya importado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_