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Reportaje:

La batalla final de Alejandro Finisterre

El inventor del futbolín se recupera de una intervención quirúrgica en A Coruña

Desde la atalaya de la décima planta del hospital Juan Canalejo de A Coruña, Alejandro Finisterre recuerda con una sonrisa llena de ironía las travesuras escolares de hace casi ocho décadas en una ciudad en la que no ha vuelto a vivir desde entonces. Ahora tiene 87 y una cicatriz más, en esta ocasión infligida por médicos. Una batalla más en la azarosa vida de un escritor e inventor, conocido por haber sido editor y albacea del poeta León Felipe, y el creador del futbolín.

La primera batalla de Alejandro Finisterre, que nació Alejandro Campos Ramírez, en Fisterra, hijo del radiotelegrafista del faro, fue precisamente sobrevivir, cuando tenía cinco años, al traslado a la ciudad que ahora contempla desde su cuarto hospitalario. "Fue un viaje como a Siberia. Me traía mi padre en moto, y llegué con pulmonía. Para curarme me metieron en una bañera con hielo y después con agua hirviendo, o al revés". A los 15 años, era un estudiante en Madrid al que empezaba a tentar la bohemia y al que la quiebra de la zapatería familiar en A Coruña le obligaba a pagar el colegio corrigiendo los ejercicios de los párvulos. Sobrevivió de peón de albañil, aprendiz de imprenta y bailarín de claqué en la compañía de Celia Gámez. Conoció también a León Felipe. Editaba y vendía por la calle la revista Paso a la juventud. Y en esto estalló la Guerra Civil.

"El Ayuntamiento de Zamora está dejando pudrir el legado de León Felipe"

Hace este mes 70 años, Finisterre quedó sepultado en uno de los bombardeos franquistas. Gravemente herido, lo evacuaron primero a Valencia y después a Barcelona. En la convalecencia, pensó en algo que fuese al fútbol lo que el ping pong al tenis, y un compañero vasco, Francisco Javier Altuna, le fabricó el primer modelo de futbolín en 1937. En la huida a través de los Pirineos, tras la derrota republicana, la patente de su invento se convirtió en un amasijo de pasta de papel. Pero 10 años después, en París, consiguió de la empresa que lo fabricaba en España dinero para emigrar a Suramérica.

En 1954, en Guatemala, durante un golpe militar, lo secuestraron. "Eran agentes franquistas. Me subieron a un avión que iba a Panamá. Yo sabía que me iban a matar o a llevarme a Madrid, e intenté pensar algo. Tenía tiempo, porque los aviones eran de hélice". Lo que pensó lo hizo pionero de los secuestros aéreos: "En el cuarto de baño preparé el jabón con el envoltorio de papel de plata como si fuese un explosivo, y salí gritando: '¡soy un refugiado español al que han secuestrado, y si es necesario, sé como evitar que este avión llegue a su destino!' Hubo una situación un tanto nerviosa, pero en Panamá quedé libre".

Durante tres décadas, en varios países, combinó la pasión de editar con la explotación de su invento En 1952 fundó en Ecuador una revista en la que publicaron, entre otros, Max Aub y León Felipe. También editó la colección Perspectivas Españolas (ensayos sobre el exilio y la cultura españolas) y la colección León Felipe, con la obra completa del poeta. Colaboró también con proyectos editoriales en España, como una antología de poesía gallega aparecida en 1966. Al morir Franco, regresó para instalarse. Aunque ha parado poco.

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Lo último que ha editado es un opúsculo titulado Del maltrato a León Felipe, en el que denuncia las condiciones de conservación en las que el Ayuntamiento de Zamora mantiene el legado del poeta, que él les cedió por 900.000 euros. "Hay 2.500 manuscritos, cuadros... Algo que nadie me regaló, que compré con el apoyo de mi familia y que ahora están dejando pudrir en cajas", se indigna. "No, no es mi última batalla, es la penúltima", se remansa.

La que ha podido ser la última la ha librado en A Coruña. "Vino para una entrevista en la Real Academia Galega, y estando aquí le dio un vahído. Ya tenía anemia y se le complicó con un problema digestivo. Le hicieron pruebas y lo tuvieron que operar", cuenta su esposa, la cantante lírica María Herrero. El editor que consideraba que publicar un libro era como nacer, o el poeta que escribió "estáis ahí muertos/ como si fueseis a vivir toda la vida", cierra los ojos y la conversación que ha mantenido en el idioma de su infancia, y confiesa un deseo: "Sueño con una lamprea. Con una buena lamprea... ¿Cómo que no es época? Hasta que cante el cuco, hay lamprea".

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